Acerca de cómo mantener las cuentas claras
para conservar la amistad
para conservar la amistad
—Vea usted, señor cabayiero adelantado, don Sancho Panza, sepa que todo cuanto hay en esta isla panameña es de mi esclusiva y assoluta propiedá —comenzó mintiendo el virrey Urdemales con solemne sobriedad, remarcando la palabra «assoluta», y luego prosiguió—, pero en virtud de su tan audaz y nunca más a tiempo salvamento de mi preciosa vida, es que he decidido que desde este mismísimo momento, pues cuanto usted pueda descubrir de valor o interés durante sus exploraciones en mis tierras, sea dividido entre su merced y yo, essactamente en partes iguales.
Urdemales cerró el manifiesto redactando unas líneas en el aire y tras rubricar con su firma la hoja imaginaria, la dejó libre al viento panameño que sellaba el acuerdo al parecer, inmejorable, y le daba validez en todo el territorio istmeño, pretendiendo que sabía escribir cuando en verdad no sabía.
—Partes... iguales —cerró el trato, aplicando una raya imaginaria y un punto feroz.
Sancho detuvo el mascado de la alita de la gallineta asada con la vista fija al frente. El mínimo movimiento de sus pupilas perdidas en la selva reveló que estaba meditando la oferta increíble, mientras la alita esperaba en el aire entre sus dedos y frente a su boca inmóvil y expectante. No imaginaba que Urdemales, como él, era por completo analfabeto, o quizá más, por ende, el documento no valía más que el aire ni pesaba menos que una pelusa suelta al viento.
Pero al fin, el escudero continuó mascando como si nada hubiera ocurrido por fuera de lo común, y displicente, dijo:
—No... yo quiero la mitad.
—¿Eh?
Fragmento del Tomo I de "Don Quijote de La Mancha en el reino de las Indias"
Copyright®2013 por Carlos Rigel
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