7 de febrero de 2013

El recobrado eco

Quijote americano -  Guillermo Didiego


Cuando el regalo es la emoción 
de quien lo entrega.


Frustrado en 2005 por la pérdida –inexplicable, por cierto– del archivo Word de una novela de ficción científica cuyo desarrollo correspondía a una Buenos Aires aérea, pantanosa, absurda y tenebrosa del siglo XXIII, es que había comenzado a escribir los primeros capítulos del "Quijote en Las Indias" (con el sueño literario de traerlo a la patagonia) que, a decir verdad, lo había anunciado para cuando me quedara sin temas en las etapas finales de mi vida –adviértase el absurdo–, y en las antípodas de lo recién extraviado. De pronto saltaba del futuro como un rayo de chicle al pasado, y de lo escabroso y pesado a lo divertido y barroco. Había terminado "La pasión de Judas" en 2002, y tenía en desarrollo "Diario del fin", comenzada en 2004. Terminé el primer tomo en 2010. Además, mediaron varios ensayos, cuentos y notas. La mente de un autor es caótica, cuando no desprolija.

Entonces mi ex esposa, la Sra. Stella C, se decidió a obsequiarme un ejemplar de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, primer y segundo tomos reunidos con prólogo y cartas en un mismo ejemplar de Editorial Jorge Mestas del año 2001, en una edición de tapa blanda, bueno como para inspirarme en el manchego, ya que sólo contaba en mi biblioteca con un resumen escolar, sobreviviente de la secundaria.

Y lo cierto es que al retirarlo de la bolsa quedó expuesto el libro de cubierta negra con la ilustración más conocida de don Miguel, adornado el obsequio con un moño circular rosa fuerte, lo recuerdo perfectamente, y luego de mi examen de la edición, ella tuvo a bien abrirlo en ese ejercicio de reconocimiento y de posesión del arte que ahora es nuestro, pero lo cierto es que tras ojear sus páginas, se detuvo a leer la carta que le adjunta Cervantes al Duque de Beiar con las aclaraciones pertinentes y finales, previas a la primera edición por Juan de la Cuesta a manos de don Francisco de Robles en 1605. 

Y de ella, leyó en voz alta las oraciones iniciales de don Miguel, acaso más subjetivo y menos fantástico que nunca. Pero de pronto vi que sus ojos se le tornaban líquidos y la voz se le quebró hasta extinguirse. Detuvo la lectura, abrumada por la emoción, y me lo entregó desentendida del resto. "No puedo, no puedo", escuché que dijo. Advertí que era, para ella, como leer una carta extraviada, pero recién descubierta, o de un abuelo o de un familiar largamente olvidado. 

Durante años me pregunté acerca de ese misterio por el cual un autor pasa a ser parte de la familia, indivisible de nuestras vivencias, carne de nuestra historia, ADN de nuestras emociones más profundas. 

Creo que ella vivió las andanzas de don Quijote en la secundaria, pero rara vez había considerado al hombre, al autor, detrás de esas locuras. ¿Cómo se hace para lograr eso? Menos que las fechas y los domicilios enseñadas por los profesores, ese día descubrió al hombre que escribe desde la pobreza en una carrera desesperada contra el ocaso para alimentar a su familia antes del fin. Y aún las vicisitudes, inventa la risa. 


CR


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