26 de agosto de 2012

Epifanía


Que el abyecto reclame espacios,

que el inútil exija libertad sin saber 
para qué sirve, cómo se usa.
Que cada quien tramite su pedazo y
que el carroñero espere los despojos.
Que el reo se crea libre y soberano y
que el mediocre pida un lugar de rango.
Que el canalla sea recibido con honores,
que el lego de pocas luces se crea un gigante
y que el viento no borre sus huellas.
Que quien miente reclame el premio,
y quien conspira reciba el reino entero.
Que entre imberbes se aplaudan y vitoreen, 
que las bestias sean los nuevos dignatarios.
Que otros reclamen el liderazgo de las moscas,
que el rufián reciba y guíe a las hordas y
que el avaro, del tarro, pelee las sobras.
Que el corazón sucio sea dignificado y
que compre otros corazones por baratijas.
Que el trampero ponga sus trampas y
que la presa sea, al menos, considerable.
Que el inmundo se tenga por puro y justo
y le sea dada la primera butaca, no menos.
Que el ciego caiga en el abismo cuando 
se apoye confiadamente en otro ciego.
Que el enfermo padezca lo que debe,
y que el ignorante cante la victoria.


Todo lo pierdo porque nunca fue mío. Ni aún mi simiente me sigue. De Dios no espero nada porque nada le reclamo. Ser grande requiere resonar sólo por un motivo poderoso; pero no nací para reclamar; nada es mío. Nada. Si mi propio caballo no me sigue, entonces no es mi caballo. La vida vierte: Esto también pasará. Dios: no te pido nada, no merezco ni aun las sobras que nadie quiere. Haré de mi sombra mi único reino. Yo también pasaré porque no soy más que yo. 


Rigel

Copyright®2012 por Carlos Rigel