La prepotente Era de las Comunicaciones inspira equívocos,
como por ejemplo el de estar "comunicado" cuando en verdad se está "conectado". El acto de comunicarse no está subordinado a la conectividad y hasta muchas veces prescinde de ella.
Lo cierto es que de allí parten cascadas de hipótesis cada vez más lejanas a la verdad y que por ausencia de refutaciones simples
son asumidas como indiscutibles.
Cuando era pibe, uno de los mitos mortales consistía en la siguiente aseveración: "Si comés sandía y tomás vino, te morís". Como pocos se atrevían a desafiar la combinación exacta, el mito seguía adelante cruzando los valles siempre cíclicos y fértiles de la infancia. La fantasía callejera cambió los emblemas y se volvió más rebuscada pero no menos torpe que entonces, ya que uno de los mitos urbanos que subyace en la neblina, para temor y preocupación de los adolescentes contemporáneos, se trata de los mensajes subliminales.
En efecto, cuando el título es mencionado los jóvenes piensan en Matrix, El sexto día y esas cosas ilusorias, como si una nave espacial invisible los sobrevolara a centímetros de sus cabezas. Se refiere a los mensajes semiocultos contenidos en los paquetes de información publicitaria como, por ejemplo, los anuncios de productos o servicios, y que supuestamente le ordenan a nuestro cerebro de una manera imperativa qué elegir y qué hacer, qué odiar o qué desear.
Es de recordar que las pruebas hechas dejan resultados decepcionantes: Menos del 5 por ciento de los espectadores o radioescuchas o televidentes recibe dichas imágenes ocultas, es decir, menos del 5 por ciento advierte el mensaje subliminal. Pero claro está, hablamos de la humana subjetividad: Menos del 3 por ciento del total coincide entre la orden y el resultado esperado. Y un 3 por ciento, es mejor aclararlo, equivale a la libre elección en cualquier factor expuesto al público tenga o no un mensaje subliminal. Digo con esto que si hablamos de ordenarle al espectador de una película cualquiera que vote a un candidato presidencial X, es probable que dicho porcentaje de gente tenga elegido libre y anteriormente votarlo sin necesidad de mensajes ocultos. Incluso si no estuvo sometido a los spots publicitarios pertinentes.
El acto de "estar" frente a una pantalla no necesariamente es consistente con prestarle atención al contenido de lo que muestra. Y aún, seguir los pormenores de un programa determinado no implica seguir con igual interés los anuncios publicitarios que median entre los segmentos. Entonces, no pierdan el tiempo con boludeces. Hablamos de personas y no de monos. Y con esto digo que si tenemos la siguiente ecuación "A más B", es inútil suponer que el resultado ineludible es C, ya que hablamos del orden humano y el resultado puede ser X, o Z o doble L... o la nada, ya que también es una posibilidad.
Ni siquiera la estadística individual nos sirve en lo general, porque deberíamos registrar el tipo de elección que adopta una persona frente al mismo estímulo. Por ejemplo, si pinchamos a una mujer con una aguja de coser cada día de su vida y siempre en el mismo lugar, digamos un brazo, las respuestas a ese estímulo pueden ser infinitas. Pueden ser un día un insulto feroz, otro día el desafío a repetirlo, otra día el llanto, otro la indiferencia, la burla, la explosión, la agresión, la devolución del gesto, etcétera. Pero aún ese resultado no siempre es aplicable rectamente a una sociedad.
Eso es la Teoría del Caos: Los resultados están afectados por la combinación de inestimables variaciones, incluso diminutas, que aturden el curso de los eventos como una cascada de incógnitas universales hasta volver irrepetible el resultado. Bueno, de lo contrario no sería "caos".
La orden –o mensaje– subliminal es uno de los mitos urbanos inspirado en las teorías freudianas. Pero por suerte no somos objetos. Nadie acepta la orden de beber un brebaje si no es de su agrado… hasta que un día concede a probarlo para estallar así en asco o quizás en placer; o choca un meteoro en la otra cuadra y se pospone la degustación para otra oportunidad, ¿quién puede predecirlo?
Copyright®2011 por Carlos Rigel
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