Esta alegre afirmación no la dijo un señor cuando paseaba a su perro por las calles londinenses mientras seguía quizá por radio los avances de la guerra en el atlántico sur, ni tampoco un misántropo pastor de la campiña británica tal vez alejado del orbe y sus novedades, sino que la dijo un asesor de la reina de Inglaterra hace pocos días. Y se la dijo a un argentino de paso por Londres.
¿Dirán algo parecido de los negros de sudáfrica?
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