Omar Cao (1948-2019) |
Lo que nos hiere nos autodefine. Así mismo asisto a la despedida final del poeta matancero Omar Cao junto a su familia y amigos en el Jardín de los Ceibos. El fin elegido para el escritor es el fuego, las cenizas, dignatario del Valhalla, pero más aún de "La nave de los locos y diferentes" en la tradición tehuelche.
La mañana es fría y demasiado clara como para soportar el rugido de los extractores de calor que emanan del horno desde que
comienza su labor. No todos nos hemos ganado el fuego y aquí, hoy, es
el elemento restante a una obra que ahora es más grande que su propio
esculpidor. De hecho, la sobrevive. Así debe ser. “Las almas de todos los hombres son inmortales, pero las almas de
los justos son inmortales y divinas”, dice Sócrates. Yo creo que Cao, además
de poeta, fue un justo, un desobediente, un nada funcional, otro "Almafuerte" hecho de
cieno, letra, mate y vino tinto. Sobran las conclusiones emanadas y aunque no lo conocí personalmente sé de su labor de medio siglo.
Hay quien elige honrar los huesos y una lápida que, al fin, será olvidada en el cenotafio de un océano humano interminable; hay quien elige conservar las cenizas; otros esparcirlas al viento o al mar y honrar los recuerdos hasta que un día el tiempo los disuelva; otros, conservar la osamenta y vivir el duelo con forma de ramos marchitos de una liturgia frente a un nicho que nada dice de grandezas o bondades. Pero el dolor siempre está. Lo siento en las palabras que intentan el raciocinio de la poeta Anahí Cao, su hija, mientras ordena sus sentimientos.
Hay quien elige honrar los huesos y una lápida que, al fin, será olvidada en el cenotafio de un océano humano interminable; hay quien elige conservar las cenizas; otros esparcirlas al viento o al mar y honrar los recuerdos hasta que un día el tiempo los disuelva; otros, conservar la osamenta y vivir el duelo con forma de ramos marchitos de una liturgia frente a un nicho que nada dice de grandezas o bondades. Pero el dolor siempre está. Lo siento en las palabras que intentan el raciocinio de la poeta Anahí Cao, su hija, mientras ordena sus sentimientos.
Por suerte, aquí hay una obra que transmuta el rumor
ígneo de las llamas en poesía y, así, el dolor hiere menos. La reunión pasea la
espera alrededor del horno del fin por caminos de césped y piedras que crujen
mientras los versos de un libro elegido para su lectura saludan al parque.
Continuidad de los parques titula Cortazar a uno de sus cuentos famosos, que hasta
me parece adecuado al momento, y el Sol por suerte entibia el paseo hasta que
el fuego cumpla su destino.
Pero la muerte de Cao desnuda de nuevo rencillas, evasiones, desapariciones inexplicables, agujeros negros de los cuales se me
pide no escribir. Nada que no sepa. Ya hablé de las “islas” matanceras,
las islas y los “quiosquitos” en palabras de Víctor Cuello. La Matanza no
tiene arreglo. No queda más que vivir y morir alienados en una tierra desconocida y todavía inconquistada que no ama a sus habitantes ni honra a su propia cultura y menos se preocupa por ella.
Precede a cada figura su ideología partidaria y eso es mierda, pero es la mierda de moda en estas épocas de ganada oscuridad. Concluyo que se debe leer a Borges o a Mujica Lainez o a Sarmiento a escondidas, no sea que les deba reconocer que escribían
bien.
Escribe Shaw, "Cada hombre haga lo que vino a hacer y cumpla con su obra. Cuando me muera, que el deudor sea Dios y no yo". Parta con nuestra gratitud, Sr. Omar Cao, su obra está completa. Pero como a la muerte de Pedro Chappa, quedan menos certezas para vivir que desalientos para metabolizar. Incluso
el dolor se irá y no quedará nada excepto su poderosa obra poética. Las llamas no la alcanzarán. Ahora son viento. Las cenizas yacen en la urna. Todo terminó. O todo comenzó. Hay que merecerse el fuego, eso no es para cualquiera. La poesía tampoco.
Rigel
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