27 de abril de 2016

Nitrógeno subsidiado





Hace unos años exploraba con un editor amigo, pizza mediante en el almuerzo, la realidad amarga que le toca vivir a los escritores, sobre todo aquellos con más de 30 años y hasta 40 años de trabajo, es decir, la edición, la ayuda intelectual a otros autores, los eventos, las charlas dictadas, jornadas, conferencias, lo didáctico de entregarle una experiencia al lector y al público, y sin embargo obligados a terminar como el poeta panameño Demetrio Herrera Sevillano, en la miseria vergonzosa, de cuando algunos amigos hacen una colecta para juntar dineros y comprarle el cajón del epitafio. Hoy, incluso un ama de casa también se jubila pero no un autor, raza incombustible condenada a una Gehenna lateral a la teodisea, sin infierno ni tampoco cielo.

La necesidad de brindarles un subsidio mínimo, al menos, de barrendero, y que allane la miseria indigna de vivir de prestado; o bien subsidiarles el gas, la electricidad, los cigarrillos, el agua, el güisqui, la bufanda, el paragüas, las hojas, una máquina de escribir o un service al año, doce kilos de café, el hotel con espejos en el techo cuatro veces al año, el aire que respira, un par de zapatos, la tarjeta SUBE para viajar, las aspirinas para las migrañas... de manera de aliviarles los dos infiernos cotidianos de escribir sin esperanza y de vivir sin fe.

El editor me respondió: "¡No, no se puede, es una joda eso!... si es así, hay que darle un subsidio a medio país". Desorientado, pregunté "Pero, ¿y de qué debe vivir un autor al final de su vida en países donde los Derechos de Autor son una broma (como aquí)?". Con prontitud, me respondió: "De su familia, de sus amigos..." 

Pensé: El editor vive del autor, el lector vive de su trabajo, el barrendero vive de su trabajo, el maestro vive de su trabajo, el portero vive de su trabajo... el autor, al final, vive de su familia, de sus amigos. Qué raza deplorable. El editor evade pagarle el 10 por ciento al autor, el lector evade pagarle al autor el 90 por ciento restante de su libro y lo recibe como si fuera un regalo, uno suntuoso que, intocado, lo descarga erguido en su biblioteca para no abrirlo jamás. Es igual a momificar al libro en el estómago del autor. Pero claro que tenía una carta en la manga para cerrar ese episodio: Cité que esa misma realidad fue la de Cervantes, que escribió hasta el último día de su vida para dejarle licencias a su familia, siendo un autor famoso. 

El aire tiene un componente de relleno, el nitrógeno; sín él como diluyente, hasta respirar el oxígeno puro nos haría mal. Es una suerte que no haya que pagarlo. Tiempo después medio orbe nacional recibía un subsidio por no hacer nada, menos los autores con más de 30, 40, 50 y hasta 60 años de trabajo. 

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