22 de marzo de 2009

El tubo nuestro de cada día


Domingo, 11:45 hs.

Toc-toc-toc.
“Hola, buenos días, ¿es usted... digamos, cristiano? Ah, bueno, lo estamos visitando para anunciarle (y saca un folletín de la cartera y me lo muestra) que el día 9 de abril recordaremos lo que Cristo nos pidió que recordáramos en la última cena (se refiere seguramente a los sacramentos, la cabeza no les da para más), justo la noche antes de morir, en una conferencia a la que estamos invitando, y puede venir con toda su familia, será una gran fiesta de oración... el día 9 de abril.”

Pienso: Es mucho más fácil visitar las comunidades como juglares para entregar la idea de continuar los sacramentos citados en la última cena (así prefieren pensarlo ellos), que caminar la tierra durante tres años sanando gente, curando pacientes terminales, limpiando leprosos, dando luz a los ciegos, expulsando demonios y reviviendo muertos; que hasta parece que Cristo olvidó recordarles ese mínimo detalle de su tránsito por Jerusalen.
Dios, Dios... siguen cumpliendo la letra diminuta porque no ven la gigante.

Pero, qué pidió Cristo que recordáramos en su nombre, ¿se refería a los sacramentos o a su tarea generosa de sanar enfermos? ¿Qué es más fácil, establecer un nuevo milagro o hablar de los milagros pasados? Cuestionan a los judíos y son peores que ellos.

La ceguera perniciosa y persistente de esta edad: Miro la realidad como por un tubo y para mi tranquilidad, por fuera de ese círculo pequeño, el mundo desaparece.

Yo cuido mi tubo, tu cuidas tu tubo, nosotros cuidamos...

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