19 de marzo de 2009

"Descubrimiento"


Recordando en el título de esta reflexión la palabra que enigmáticamente talla en la cubierta de un bote el protagonista del cuento Manuscrito hallado en una botella (1833) de Edgar Poe, me refiero al término descubrimiento, a su vez contenido en el formato de un mensaje enviado a la anonima humanidad por un hombre desesperado y remoto, perdido en la inmensidad de los mares del sur, giro el ejemplo en el ciber-espacio y descubro novedades sobre mis escritos que me llegan desde otras latitudes, entonces recuerdo al escritor guatemalteco Augusto Monterroso cuando anota en la bitacora de su vida que un verdadero diario es el que se escribe sin esperanza de lectores; digamos, que el cronista no sienta la tiranía de un público hipotético observando sus escritos. Claro, modifica la psiquis del autor y afecta definitivamente su cosmovisión. Y Monterroso cita, a su vez, a Ernst Junger cuando recuerda el diario de seis marineros perdidos en la Isla de San Mauricio durante el invierno de 1963 en el Océano Glacial Ártico. Tiempo después unos balleneros encontraron el manuscrito junto a seis cadáveres.

Pero hay diferencias entre esos diarios nacidos en la autoreclusión de la soledad y el mío. El registro cotidiano coincide aparentemente en el origen pero no en el destino final. Confieso, entonces, que no había observado hasta ahora la encumbrada importancia de que me escriban comentarios desde patrias lejanas como México o como Indonesia. Si hasta me dan ganas de escribir sólo para ellos. La misma botella llegó a costas distantes.

Pero no lo haré. No caeré en esa tentación. No soy la voz que clama en el desierto. Soy la arena en el desierto urbano que habla. Nada más.

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