17 de mayo de 2020

Madrugada en el huerto del bien y del mal

Las tintascrudas de Rigel




No imaginan cuán liberador es este día para mí, gente. El camino está lejanísimo y hacia allí voy a paso lento, quizá con doscientas trabas por resolver todavía, pero seguro de donde voy. Cerrar puertas al pasado fue otro acto explosivo más de mi aguda y mínima fortaleza de esfinge olvidada. Asterión renacido todavía sin laberinto de pertenencia ni Ariadna de traición, acabó el tiempo de vacilar y me consterna no haber tenido nunca ni un suspiro de esperanza en la humanidad, porque vacié mis bolsillos y lo que único que había fue lo que tenía al llegar a la vida, las velas quemadas al ayer de una fe inamovible con el tamaño de un reino de que un día, para mi sorpresa encumbrada, al fin amanecería.

El cielo mismo empujará la rejas para abrirlas mientras camine ciego sin siquiera detenerme ni a tomar agua, aunque la sed me atormente y reseque hasta en las pesadillas, pero al fin me echaré a descansar con los grises del alba al pie de una montaña donde brillan tres monedas de oro enterradas en el suelo, y veré en ellas el cuño de los principados de mi propia simiente crecida en tierra amarilla hace milenios tras mi llamado a empezar la existencia, porque son señal, plano y destino de abandonar el triste peregrinaje sin rumbo por los milenios del alma y el dharma para detenerme no lejos de la montaña prometida, frente a una casita pequeña. pero llena de amor y que una vez soñé hace muchos años.

Agradezco a las sombras pretéritas transitadas y padecidas por el valle último de la medianoche en los huertos del bien y del mal, porque no me verán morir en el trueno sino extinguirme para siempre en los fuegos mansos de Dios, borrado por los vientos del toro y la arenisca del loco. A cada quien el cielo raso que le toque en esta vida, porque lo tiene ganado, nada llevaré conmigo excepto mi sombra de humanidad y no tendré lágrimas ni sudor en mi frente, tampoco olvido con penas en mi corazón nuevo de río viejo para enfrentar el final en el lugar merecido.

Esa fue la única medalla reclamada al cielo cuando las nubes se abrieron sobre mi cabeza. No necesito más. Todo fue cumplido, todo. Que el amor me mate donde yo quiera, como un Dante equivocado de final. El amor que di es el amor que recibí, lo sembré leal cuantas veces pude. Y que tras el lugar y fin elegidos sin fecha de vencimiento marcado en el libro del ángel que escribe, que el deudor sea Dios y no yo. Que él lamente mi ausencia y no yo.

Rigel

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