24 de agosto de 2015

Franz Kafka outline


Planeaba para esta Feria del Libro local la edición de La metamorfosis, de Franz Kafka, con un análisis literario de mi autoría en la introducción y que ayude al lector a disfrutar de sus símbolos, un plano de acceso a la mente y a la obra del autor de Praga, libre por completo de interpretaciones vagas, como se usa en este tiempo light, donde se resiste al análisis en favor de las pulsiones interpretativas libres de cada uno –cuando no disparatadamente psicológicas, acaso para embarrar peor la cancha–, como si la literatura no tuviera herramientas suficientes cuando se vale de sí misma para indagar y descubrir el latir de una obra, precisamente, literaria, y más bien cerca del sentido común y bien lejos de la "hermenéutica", como clasifica la filosofía, cuando intenta nominar desagregando y no profundizar ampliando –muy similar a nuestros aturdidos y tristes psicólogos freudianos–, porque sería asignarle el poder a una disciplina del pensamiento que también es colateral de la literatura, sino previa, como sabiamente dispensa don Jacques Lacan a Marguerite Duras, durante un homenaje famoso, y que hasta el tano genial, don Umberto Eco, ha protestado por la aplicación indiscriminada del frecuente "a mi me parece que esto quiere decir..." cuando hasta la ensayista norteamericana –que tanto extraño–, doña Susan Sontag, le da con el lanzallamas al asunto de la "interpretación" y que es cuando una obra de la lucidez se convierte en algo tenebroso o hasta pelotudo de una mente ociosa que sólo busca confundirnos y no ilustrarnos de una vivencia ajena o una mágica abstracción –cuando casi siempre simboliza una advertencia y no un capricho–, porque nunca faltará algún boludo común de mesa que agregue "hay que ver este asunto del complejo de Edipo de Kafka" como si hubiera entendido todo –o algo–, y, precisamente, por ahí tuviera solución académica, cuando en verdad no entendió un carajo (¡Flannng!, suena un petardo a mi lado), porque con ese criterio deberíamos someter los cuentos de Tolstoi a la ecuación einsteniana de la Relatividad para ver cómo funcionan con la aceleración fótica, o acaso tirarlos en los vórtices deductivos desde los bordes de un agujero negro del físico Stephen Hawking para ver cómo empeoran, a si a veces siento ganas de estrangular a alguien con un alambre de púas, porque por debajo de la sentencia "cualquiera puede entender lo que quiera" no hay ilustración sino ovnis de Roswell donde cada uno lleva su propio misterio en un plato volador para chocar y matarse donde quiera y sin lápida. Y pensar que en los '70 leer una crítica de Monegal –o en lo '90 una de Cabrera Infante– no sólo ilustraba y creaba necesidad de ir al origen sino que era un deleite literario.

Ahora bien, el público abierto puede no comprender sus símbolos –casi siempre porque nadie se ocupa en analizarlo y volverlo accesible–, pero quien presume de escribir sí tiene el deber de indagar y descubrir lo que contiene, porque a su vez, es difusor de pensamiento, y me resulta inaudito que a 80 años de arribados sus libros a nuestro país aún haya gente que recurra a Wikipedia buscando resolver un enigma bastante simple porque ningún autor del realismo mágico se ha molestado en explicar y ayudar al lector siguiendo los pormenores de la lectura. (¡Flang, flang! ¡Ta-ta-ta-ta...!) Bueno, pero no es así. La literatura existe para leerla y comprenderla, no para interpretarla, porque no es un sueño, sino un escrito fundamental, como en este caso. 
Bien, pero el caso es que quizá no llegue a tiempo con esta propuesta. (¡Flannng-pum-pum! ¡Bang-bang!) Por eso no molestaré a ningún artista plástico para que me ceda los derechos de alguna obra para la cubierta que a mí me parece coincide con el pensamiento de Franz Kafka. Será en otra oportunidad. 

CR