Un fragmento del Quijote en las Indias. El tan famoso discurso del marqués caudillo Chiroga Tresmenes, gobernador de la tribu de los Taluets, a la indiada precordillerana de la aldea Ciudad Católica Real, La Rioja, Sudamérica, 1619.
"Dijo así:
—¿Están todo?, ¿sí? Bien —y luego de aclararse la garganta,
comenzó diciendo—… Queridos coterráneos de mi aldea, que Dios los bendiga,
Viracocha los proteja y el rey los ilumine hasta chamuscar… vine hoy a decirles
que «la monarquía es el arte de lo posible», y puesto que no hay genio sin
disparate es por eso que les traigo una esselente novedad que ni el mismísimo
tano Da Vinci la hubiera imaginado mejor, ¡La Felipera!... ¡La catapulta más
grande jamás construida por el hombre! Sí, aquí mismo, al pie de la cordiyiera.
Una catapulta tan inmensa que ni el propio mago
Merlino pudiera concebir en la peor fiebre de muerte. Ustede dirán, ¿y para qué diablos queremos una
catapulta tan descomunal? Pero yio
les digo que es nessario, sí, es muy
nessario pues nuestras rutas con el rey están comprometidas por piratas y
saqueadores furtivos, y esta será nuestra vía legítima de comunicación con el
reino de Su Majestad, el esselentísimo Felipe, sabrán ustede que al rey
Fernando lo mataron como a un animal rabioso. Ahora, imaginen tamaña catapulta con lanzamiento aéreos de galeones entero, con ancla y velas, muy por encima de las
nube, de aquí a España en tres hora,
ida y vuelta. Así que, yia ven ustede, ¿qué
indígena no aprovecharía semejante
ventaja de la modernidad?
Tras un breve respiro para beber un traguito de agua y
que aprovechó el caudillo Chiroga
para disponer mejor las ideas, la indiada lo ovacionó con una cañonada de
gritos y aplausos fervorosos. Luego, siguiendo los pasos predeterminados de la
función, continuó:
—Como un arco iris pero entre el palacio del rey y vuestra aldea, aquí mismo, para el crecimiento de nuestra colonia
cordillerana y en detrimento de la Ciudad de los Reyes, en el Alto Perú,
ustedes saben bien de las ínfulas de los chalacos peruanos del Cuzco y del
Callao, pues ya veo que Su Majestad muy pronto establecerá capitales y virreinatos,
¿y nos quedaremo mirando de afuera?, que si no nos entregamos afanosamente a
«La Felipera» de que les hablo, y si entráramos en guerra con el reino incañol
del Perú, ¿con qué pertrechos los atacaremo para defender las tierras de Su
Majestad?
El malón de indígenas ovacionaba al caudillo como parte de un programa comunal y cotidiano, y no porque siguieran
en detalle los anuncios del líder, sólo respondían a un programa. La prédica de
las ovaciones era bien novedosa pero desprolija, Unos pocos gritaban «¡Chiroga
y Colón, un solo corazón!, ¡Chiroga y Colón, un solo corazón!». Otros
vociferaban «¡El que no salta es
portugués, el que no salta es portugués!» y arengaban a los demás a continuar saltando y cantando.
Sin embargo, observó el manchego que la comunidad no
estaba completa en la totalidad de miembros. Precisamente, al menos un tercio
de los ausentes de la manifestación se mantenía distante de las ovaciones y en
absoluto silencio, pétreos y hasta con la mirada iracunda cuando seguían los
ademanes de Chiroga. Algunos,
incluso, le dispensaban cada tanto al insigne caballero alguna mirada entre
confusa, inerte o desafiante.
—Y se preguntarán ustede —retomó el marqués para
distender y acallar los ardores de la tribu—, se preguntarán quién es este ilustre cabayiero que nos acompaña recién allegado de las cortes reales. Recurrentemente les diré que,
siendo emisario y heraldo, Su Majestad
nos envía gratas novedades a través del ilustre don Quijote, así como les digo,
pues en la capital del reino mismo ha comenzado la construcción de «La
Virreinal», la otra catapulta hermana melliza de «la Felipera», así que, yia
ven ustede. Una orientada al reino, y otra orientada a vuestra aldea riojana.
De nuevo se produjo un estallido de aplausos.
—…Imaginen la cara del rey… ¡Guas!, Je, je, je, recibiéndonos en su propio patio con nuestro cargamento de
cardos, aceitunas y cueros de bestias
—y gesticulando leer un documento imaginario, agregó—. Su Majestad, aquí le mando
este cuero carneado ayier mismo que estrechamente vos me demandaste y muy temprano
por la mañana. Déjelo estaqueado al sol, no sea que agusane, y… ¿cómo dice
vuestra merced?, ¿que necesita
un atado de esclavos para la servidumbre?,
¡lo tendrá hoy mismo por la noche! A ver, che, vos, vos y vos, ¡a la catapulta!…
Su Majestad, cuente siempre con los súcditos del sur, y véngase a tomar un vino
cuando guste, y ¿cómo dice…? ¿una
tira de bestias para el rey de Nápoles? ¡Ya mismo sale para allá! —hizo un ademán
de reajustar en el aire la dirección de un disparo elevado, y agregó—…
alineamos el tiro y listo, Nápoles, ¡allí va! ¡Fium!... Je, je, ya entreveo que esta aldea será el eje de
una nueva civilización continental de indios, la más importante de las
provincias de ultramar. Y quién les dice si un día no seré yio el mismísimo
virrey de La Riojana, en línea con los grandes reinos de la tierra; o quizá
rey. Pero, hora, ¡acabemos con el transporte a lomo de burro o a lomo de brutos
indígena!, ¡acabemos con océanos peligroso plagados de monstruos apóstata y
enemigos del rey! Un día, los marinos del Atlántico verán sobre sus cabeza el
tráfico incesante de envíos entre España y Las India, ¡allí va una tira de
bueyes, aquí viene un costal de granos!, ¡allí pasa un saco de tabaco, aquí
vuelve una silla de tortura! ¡Ahí va un barril de aceitunas, venga ese obispo!
Ya ven que ni la Luna del tano Galileo está lejos con semejante artificio.
¡Reputo…! no, perdón, repito, repito, ¡la Catapulta «La Felipera, La Rioja-España
1700» a toda velocidad ¡es una
realidad! indígenas amigo…! ¡Y está en marcha!... ¡Mano a la obras! Que Dios los bendiga y Viracocha los
acompañe."
Copyright@2014 por Carlos Rigel
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