En breve estaré nuevamente en la Feria del Libro de San Justo con un stand de venta y presentaré, además de un capítulo del Quijote en las Indias, un libro de ensayos y pensamientos más alguna ficción atinada, como es mi costumbre. Se trata de "Una metáfora tóxica" con la obra del artista argentino Guillermo Didiego como motivo de tapa (Pescador de ilusiones, 2013) que, según me dice, el modelo está inspirado en mí, lo que ha originado sinergias y debates públicos en las redes sociales. Tendrá precio promocional ya que la edición es, también, limitada en ejemplares aunque siempre con sueños de reedición.
Publico el texto de Prólogo que inicia la lectura
«La trilogía anterior de Diarios de autor tuvo su génesis en tres volúmenes abundantes escritos entre 2001 y 2010, prácticamente una década de narrativa, a veces furiosa, a veces orgánica o meditativa, de los cuales extraje partes inconexas entre sí para conformar los tres tomos breves y sin formato fijo conocidos como La piedra de Babel, La hipotenusa perniciosa y El Verbo tangente, los tres editados durante 2011 y 2012. Claro que para armarlos y editarlos debí desguasar nada menos que Fragmentos del Cielo, de la Tierra y del Infierno (2002), El libro de las Almas (2006) y La metáfora tóxica (2010) mientras esperaban ser editados. Debí destruirlos como organismos para armar otros objetos con sus pedazos. Incluso el ensayo La anomalía de Jerusalén corresponde al fluido sanguíneo de El libro de las Almas, justamente, porque en él intentaba explorar los comportamientos y límites del alma humana. De allí su título. Y una de esas almas era la de Cristo. Así nació La anomalía de..., acaso de buscar señales de su alma. Y buscarla era encontrarla oculta en escritos antiguos, en reflexiones, en un armado nuevo y una forma distinta de observar la tragedia bíblica. Redunda decir que el tema no nació en esas fechas, sino que venía sumando masa crítica en mí desde hacía años.
No tengo reproches por lo decidido y hecho, pero el camino quedó allanado para editar estos poderosos textos de casi 1150 páginas entre los tres volúmenes ya que hoy resultan incompletos, precisamente, por las partes extraídas y publicadas. Pero nunca olvidaré el placer cotidiano que viví mientras aportaba cada uno de los 57 títulos que llegó a tener Fragmentos… Por primera vez presentía al lector, no como una responsabilidad, sino como un partícipe, un testigo, de esa felicidad. Y hasta diría que El libro de las Almas fue un vector, una continuidad de ese gozo diario de agotarme, de buscar la frontera cotidiana de narrar, de pensar y divertirme escribiendo. Escribir como un destino retroalimentado por sí mismo.
Así, El libro de… alcanzó un índice de 150 títulos que van desde microreflexiones, cuentos y hasta ensayos, y con una extensa variedad de registros, ya que me propuse, por ejemplo, desde el microrrelato de una línea hasta unir los extremos, ligando en un mismo razonamiento La divina comedia de Dante y sus diecisiete mil versos con un aforismo breve de seis renglones de Antonio Porchia. Recuerdo que ese estudio comparativo me obligó a traducir al español el texto original en italiano del soneto de La vita nuova de Dante, porque la traducción del lingüista español Dámaso Alonso no me gustó; era precisa pero con el barroquismo asesinado, porque imperó en el ejercicio del erudito la traducción del soneto palabra a palabra y no la rima especular, concéntrica y cadenciosa. Por eso traté de respetar el pensamiento romántico del poeta italiano adecuado a nuestro idioma, tarea que produjo el asombro en otro lingüista y traductor, el panameño Martín Jamieson, porque implicó recusar y corregir, de alguna manera, a uno de sus ídolos. ¿Cómo me atrevía a descalificar la traducción del magistral Dámaso Alonso? La idea no fue impugnar la traducción ni mucho menos corregirla o mejorar la tarea de un sabio lingüista, sino que frente al soneto en italiano medieval simplemente pensé en Dante y en mis lectores hipotéticos. Y en nadie más. Y al terminar la traducción me sentí satisfecho porque había conservado la cadencia sonora. Yo desaparecía y sólo brillaba Dante, como debe ser.
Pero a El libro de las Almas también corresponde un cuento con una buena idea original pero de desarrollo caótico, el mismo que años más tarde llegó a manifestarse como una novela de 450 páginas, conservando apenas su título original de Diario del fin (2010), precisamente, porque exploraba a la humanidad sin el atributo superior del alma. Y la única manera de eliminar el alma del ser humano, era extraerla por completo de la biósfera, dar la misión por cumplida, retirarla, retornarla a las fuentes originales. Como en los conceptos de Shaw, al terminar la obra los personajes vuelven al origen, regresan al sueño en las fuentes primarias, especie de Big-Bang de la prosa y la dramaturgia: Ha concluído la creación.
Diario del fin era mi manera de probar, mediante una tesis brutal y novelada, el momento de la historia humana cuando las almas se retiran del orbe y vuelven a Dios. Por ende, el Hombre tridimensional regresa al estado de Cromagnon y finalmente de Neanderthal. El modelo de narrativa fue de experimentación permanente; de allí la comparación con «Henry James, pero modelo criollo». Diario del fin devolvió comentarios destacados en el concurso Clarín de novela 2010, porque la participé del certamen, aunque no ganó. Nielsen justamente se llevó el mérito, como lo merecía. No fue un desencanto sino una alegría para mí. Por eso escribí que «perder contra Nielsen no es ninguna deshonra». Es el mejor narrador de mi generación.
La presente edición cuenta con las tres partes del personaje mitológico y burlón, Lahret Satrapás, recurso que me permite satirizar la realidad literaria, y suma escritos ocultos que jamás vieron la luz de ninguno de mis lectores, como por ejemplo, la experiencia mística que tuve en 2002 y que aquí apenas consta como En presencia inspirada en una visión que con los años he comenzado a olvidar. Quizás el cambio en mi narrativa opera desde que me reconocí como autor creyente; aceptarme como tal y jamás volver a ocultarlo provocó un estallido de escritos, menos cuidadosos en la prosa, lo advierto, pero de una pluma finalmente liberada. Años más tarde descubrí al artista Guillermo Didiego con quien exploré la idea de que los creativos creyentes somos más audaces en la propuesta que los ateos, aunque esto no conlleve éxito adicional alguno por sobre aquellos. En un sentido, el universo a descubrir es más amplio que lo observado, nada más.
Pero, volviendo al origen, a veces pienso que aún hoy vivo iluminado por esos tres volúmenes primordiales, radiadores de colores primarios, y que modulando y combinando frecuencias se vuelven a revelar vivos, como texturas cromáticas antes impensadas, tres lagos geológicos que establecen la fauna y flora en reflujo constante en cada volumen que lo sucede, fuentes que fueron minerales básicos de ensayos, novelas, estudios, poemas, críticas y prosas que aún mudan el vestuario para salir de nuevo a escena y que me recuerdan que escribir no basta, también hay que llevar a cuestas la prefiguración del Cielo y el Infierno en el pértigo de cada palabra, como un alma secreta que es espíritu encantado y ánima atormentada, metáfora de un hachazo de silencio que es sombra transmutada en suspiro sagrado.»
Copyright®2013 por Carlos Rigel
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