La inclemencia de los elementos, la tormenta, el granizo, incluso las impiedades de los medios –ya que el suplemento zonal de Clarín fallidamente anunció el evento para el día siguiente, es decir, el domingo–, aun todo eso, decía, no lograron frustrar el evento poético-musical: El Pinti de San Justo encendió reflectores a sala llena.
Constará en las anécdotas del público, quizás, la corrida de toros de último momento que retrasó el inicio del espectáculo cuando las piedras comenzaron a ametrallar el techo, primero unas pocas recibidas con perplejidad hasta que se desató el infierno sobre el teatro y los propietarios de autos en segundos abandonaron la sala para regresar luego gradualmente a sus lugares.
La besana de sueños dio comienzo al ritmo de las introducciones cíclicas que propuso Edgardo Alberro, primero estático en el escenario, después transitando la sala con su locución heráldica, luego en oasis semánticos de José Paredero que terminaron de integrar la noche en un reino de música, piezas poéticas y folclóricas entonadas a menudo con acompañamiento de la sala, a veces liderada por Julián Nicolao a vigoroso golpe de cuerda y voz, otras por Hernán Albornoz llevadas con alegría y a fervor abierto, simiente al fin de un teatro primitivo renacido y otra vez nuevo.
Ileana Paradero –la hija del poeta– por instantes mansa con el palo de lluvia o las pezuñas, o telúrica a fuerza de bombo o cajón peruano en otros, fue ninfa y crisálida en la noche temprana. Hambre de palabra y el pan de la alianza, hubo episodios emotivos de color sonoro, incluso lágrimas del público. A cada uno su fibra: A veces la poesía duele, pero no es atributo de la palabra sino de las resonancias que provocan en el metal del ser. He allí la majestad de la letra que siendo espíritu sin materia nace como alma encarnada en una reunión. No hace falta un dios cuando la palabra comulga con el sustento. También el pan que fue cortado en el escenario durante el espectáculo y luego compartido con la sala por los actores en una comunión de sal y tierra viva –y que sólo puede darse en un teatro cálido y familiar–, remembraron una inagotable última cena medular y casi sagrada.
Por suerte la pasión del público, inspirada a su vez en la pasión de la compañía de juglares, compensó detalles técnicos menores de una única presentación que sueña ser más. Cada quien aplaque su cuerda: Hubo quien protestó por el tono doloroso de la obra, pero quienes transitamos este suelo cruel y fértil sabemos que en el surco no sólo va la semilla, sino también el sudor y la esperanza. El cierre del evento fue destinado a García Lorca quien estuvo presente en el escenario y nos recuerda que aún es posible reclamar su liberación y retornarlo sano y salvo a nuestra edad. En poesía y música todo es posible cuando el corazón está abierto.
Copyright®2011 - Carlos Rigel
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