La escuché por primera vez durante la conferencia que dictó mi amigo, el panameño Martín Jamieson, en la 29ª Feria del Libro en Buenos Aires, en 2003. Sus fulgores me trajeron al presente la infancia con guardapolvos blancos, en calles de tierra y zanjas llenas de lluvia, de juncos y de ranas; y también a juegos de escondidas mixtos en viveros densos de eucaliptos y plantas salvajes, con escondites resistentes contra cualquier piedralibre. La Balada del seno desnudo de Rogelio Sinán, vuelve a brillar desde Panamá hacia el sur, 75 años después.
—¡Mangos...! ¡Mira...! ¡Tantos...!
¡Oh...! ¡Uno maduro...!
(Dio un salto... ¡y salióse
su seno, desnudo!)
¡Yo salté del árbol!
¡Upa...! ¡Tan...! (¡Qué rudo!)
¡Por mirar de cerca
su seno desnudo!
¡Me miró asustada!
Cubrió... lo que pudo
y... ¡huyó...! ¿Qué robaba?
¡Su seno desnudo!
Lejana... lejana...
me envió su saludo.
(¡Yo seguía mirando
su seno desnudo!)
Perfume silvestre
de mangos maduros,
¿Por qué me recuerdas
su seno desnudo?
Rogelio Sinán, Panamá (1929)
Mayo de 2003
Fragmentos del Cielo, de la Tierra y del Infierno.
Fragmentos del Cielo, de la Tierra y del Infierno.
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