Para quienes saben de mi participación en el concurso Clarín de novela, les debo aclarar que perder contra Nielsen no es ninguna deshonra.
Se trata de unos de los mejores autores de la generación del '90 junto a Juan Forn. Sin embargo, el mérito que le corresponde permite ver, además de la estatuilla en la fotografía, que el mismo grupo de editores y medios que lo ahuyentó, tras un juicio ganado y tapado vergonzosamente, debe ahora recibirlo de nuevo con honores. Ellos son los verdaderos perdedores.
"Al mundo le falta un tornillo" dice un tango popular, por eso don Quinquela Martín inauguró un premio ejemplar que reconocía la lucidez de quien lo recibía. Otorgaba un tornillo enorme a los galardonados. La metáfora es clara: Te recibiste de cuerdo en un mundo fallado y descompuesto. Los defectos son de fábrica, aquí tenés lo que te falta. Nielsen merece un tornillo quinquelado.
En Alfaguara, poco faltó para cortar a Gustavo de la nómina de autores tras el juicio menos famoso que le gana a la dupla impresentable Piglia-Editorial Planeta. En los fueros se probaron "negociaciones contractuales" en un concurso literario hoy desaparecido y vergonzoso. Nielsen decía la verdad, los grupos mentían. El mismo Clarín hizo poco o nada de ruido frente al escándalo cuando debió respaldarlo. No llenó páginas ni destinó cronistas al delito. Es que entre grupos de tramposos deben protegerse como parte de un pacto ciego. Planeta es uno de los clientes fuertes del Grupo Clarín y Gustavo era el enemigo, el agresor, el acusador. ¿Cómo se atreve a denunciar lo que todo el mundo sabe pero nadie se anima a decir? ¿Qué pruebas tiene?
La última vez que lo visité a Gustavo, su abogado tenía la orden de embargo lista para ejecutar contra Editorial Planeta. Y Alfaguara, que también tiene lo suyo ya que no es trigo limpio, en pleno uso de la implícita defensa corporativa –la que acuerdan por ejemplo los miembros de una banda delictiva frente a los fueros–, lo excluye de su nómina de autores. Nielsen, ahora, era un paria, un monstruo estepario.
Gustavo Nielsen termina de recibir el Premio Clarín de novela 2010 sin negociaciones contractuales pero, hay que aclararlo, no porque los directivos del certamen tengan la convicción de hacer las cosas rectas, sino por el efecto Planeta. A su vez, Planeta hace un sepulcral silencio frente al ganador, y Alfaguara, que ahora debe recibir de nuevo a quien expulsó concupiscente con el grupo, adquiere tachos de Buscapina ya que debe publicar al premiado como dicen las bases del concurso.
Gustavo ha ganado algo más que un premio literario y una estatuilla. Recibirlo con honores es poco. La verdad ha resultado más que confirmada. Pero estos grupos no corregirán los comportamientos delictivos, se abstendrán de cometer los mismos errores otra vez. El dinero en juego es mucho. El mercado quiere ruido y espacio, no la verdad ni el arte. Completan el círculo los autores que se prestan, sacrificando ética, al juego de las trampas y los éxitos sospechosos propuestos por los grupos de mercaderes en la evasión.
Ahora Guillermo Martínez tiene la palabra, los micrófonos son de él. No sabemos qué diablos dirá para justificar un crecimiento desmedido e injustificado de su carrera luego del 2003. Es bueno optar por el mea culpa, el declararse ventajero, errado y sucio. Gustavo no pertenece a esa lista. No importa cuanta fuerza hicieron, muchachos, no lograron embarrarlo. Es un ganador nato e intransigente. Y no hicieron falta negociaciones previas ni operativos de ocultamiento frente a la porquería descubierta, simplemente porque no hubo porquería, ganó por sí mismo.
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