11 de enero de 2021

Chelometal


Largo encuentro la noche del sábado con el compositor y músico heavy-metal Marcelo "Chelo" Peredo, ya próximo a editar un demo tras un año de ensayos con su banda. Seis temas complejos y poderosos, elaborados y listos para su vocalización entre los cuales hay uno en especial dedicado a la tripulación trágica del ARA San Juan. Entonces recuerdo que en las páginas finales del ensayo "Fondoseco: los escritores y la bebida" también cito la pérdida de esos 44 argentinos sepultados bajo el peso del mar, ya que lo redactaba mientras seguía las noticias del suceso desgraciado y la busca desesperada de la nave.

Sánguches de miga, siete cervezas más una jarra prolongada de vino malbec de su producción personal –muy entonado y ligeramente abocado–, decoran la madrugada cuando desde el cielo de su patio Can Mayor brilla sobre nuestras cabezas y cede paso a las constelaciones del este de camino al amanecer del domingo. Tarde supe que a mi visita suspendió una videoconferencia con los músicos del grupo para ultimar detalles productivos.

Por esas cosas del eclecticismo caprichoso recordamos un capítulo de uno de mis libros, el arribo del Quijote a tierras riojanas, cuando se encuentra con el gobernador moro, el caudillo "Chiroga" Tresmenes, él y su discurso ante la indiada sobre los beneficios de una catapulta España-La Rioja (sátira del cohete a Japón por la estratósfera), pero en especial la visita urgente del Quijote a la letrina cordillerana para orinar, donde descubre los grafitis tallados en las paredes minerales donde lee las ofertas, las burlas y puteadas, los anuncios y reclamos, homenaje literario de mi novela a la visita del personaje de "Martín" al baño La Perla de Once (Sobre héroes y tumbas, de Sábato), pero con humor callejero, apenas momentos antes del alzamiento indígena contra el caudillo riojano con el intento de golpe de Estado desopilante comandado por el indio rebelde carapintada Huelet, y que también origina la risa del músico "Chelo" Peredo con el enfrentamiento novelado de estilo bruto y criollo. 

Y el vino y la cerveza que modelan la madrugada literaria y musical. Imagino que hay un pedacito de eternidad en las copas. Tampoco falta el reclamo correspondiente: "¿Cuándo vas a terminar esa novela?" No tengo respuesta, le faltan 500 páginas; hay otras tantas que reclaman conclusión mientras hibernan en un disco rígido.
No dedicaré palabras esta vez al zoológico exótico que tiene en su casa con bichitos de los más extraños y afectivos porque en su living vuelvo a ver el telescopio reflector apuntando al cielo raso, erguido como un fósil estelar, de un metro y veinte de foco y con el tubo de aluminio de 15 centímetros de diámetro, pero golpeado a la altura del ocular, y que vuelvo a prometer reparárselo y ajustarlo –tras un accidente perdió el eje óptico– cuando disponga él del tiempo libre para recibirme sin cerveza ni malbec, sino no podré ajustar un pomo, digo.
Y luego de cuarenta cigarrillos salimos como dos elefantes viejos camino a la vereda en la despedida amanecida minutos antes de que el sol intente calcinarme de regreso a mi oficina. El vampirismo tiene esos defectos de fábrica. Los artistas también, por suerte.

Rigel

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