5 de enero de 2019

Conquistados







Cada generación debe escribir su propia historia”, dice Goethe, acaso para mantener el compromiso generacional con los sucesos de la sociedad humana a través del tiempo, pero me niego a sumar fechas y lugares como resumen de cronologías huecas de humanidad. Aprendimos más de Rosas con el novelista Andrés Rivera que por los libros del historiador Feliz Luna. 

Las fechas y los actos nada dicen de los motivos cuando son incluso más trascendentes que los resultados. Ni siquiera las buenas o malas intenciones determinan la conclusión de una voluntad que pudo ser magnánima y altruista en su origen con un pésimo final. Faustianos, como somos, incluso a la inversa. 

También dicen que el camino al Infierno está lleno de buenas intenciones. Me atrevo a concluir, entonces, que el camino al Cielo debe estar repleto de nefastas intenciones. Tal vez así logremos desactivar el criterio del camino a uno y otro lugar para concentrarnos simplemente en la humanidad: Todo está aquí y nunca dejó de estar frente a nuestros ojos, y no vale mirar los procesos por una cámara de fotos o de video. Documentar es sólo una parte, la ínfima parte, y reunir datos es tarea de compiladores. 

Porque de nada sirve reescribir la historia con la mente conquistada por conclusiones anteriores, así como no sirve una poesía fundada en sus criterios por la España conquistadora e imperial, recordado las palabras del poeta español Antonio Gamoneda, porque nada nuevo saldrá de allí, sino más de lo mismo. 

Fracturar las convenciones, poner la historia patas arriba a ver qué surge, no es para todos. Cualquiera registra el final del Titanic, pero casi ninguno buscará la historia del iceberg que lo hunde, porque suma los atributos de la cronología con la subjetividad. Humanizar un pedazo enorme de hielo, perseguirlo desde su origen continental hasta su desintegración oceánica, es el desafío en la edad del “sujeto”. 

En poesía, los autores exceden la marca aceptable de subjetividad: "Soy yo y sólo yo, todo es lo que me pasa a mí y a nadie más", mientras que en el registro histórico es donde falta el sujeto, cuando yace aplastado por los hechos, las cifras y los datos. Y donde debería primar el individuo para completar dimensionalmente los sucesos, resulta que lo suprimen.

La tarea de recopilar datos gélidos es siniestra de por sí cuando desnaturaliza la obra del hombre nacida en su corazón desde que aspira a una objetividad discordante con el espectro humano, como intentar leer los esfuerzos de un grupo de trabajadores por el libro contable de una empresa; u observar al hombre como a un mono en Animal Planet por sus actos externos y visibles, y luego pretender concluir qué piensa o qué siente.  Entiéndase, conformarse con la corteza para adivinar el núcleo del ser y sus circunstancias. 


Entonces, no alcanza con repetir lo conocido, tampoco sirve elaborar un pensamiento o un registro con la mente del conquistado. Desde la aparición del sujeto, pensando en Goethe, cada generación debe reescribir toda la historia traducida por la subjetividad. Historia completa… o nada.”

Rigel

Copyright®2019 por Carlos Rigel