2 de febrero de 2017

Desdublineando al señor Joyce


A 113 años de editada la primera
metanovela onocida, Ulises de James Joyce,
el territorio sigue despoblado.

Ayer, 1 de Febrero, cumplía años la historia impenetrable del irlandés James Joyce, "Ulises". publicada en 1904, y aunque su protagonista, Leopold Bloom, cumple años en el mes de Junio, completadas esas 24 horas que transita la historia que va desde el 16 al 17 de ese mes y que el planeta inglés celebra cada año (Bloom's Day) pero, como buenos latinos, nosotros recordamos la proeza del autor de una obra que clausuró el género de la novela con la primera metanovela que conoció la historia universal de la literatura. Compleja, tridimensional, hermética y hasta insufrible, mereció incluso el análisis de Carl Jung  cuando aventuró que su lectura despertaba en sus lectores un sentimiento sostenido de inferioridad, y que hasta Borges confesó no haber terminado en su lectura de los dos tomos, como deja entrever en los diálogos editados con Osvaldo Ferrari. Tal el reto que desalienta a los valientes que aceptan penetrar la corteza hacia la carne del texto. Es que el "Ulises" no nació para ser leído, sino que, como el Quijote o La Biblia, nació para ser admirado.

Reseñemos que Joyce tardó 7 años en escribirla y, como don Miguel de Cervantes, también tuvo un palo en la rueda para complicar la labor:: era tan corto de vista que usaba lentes de aumento y además una lupa para contnuar la lectura y su escritura en cuadernos con letras de 2 centimetros de alto. Los originales debieron ser cientos de carpetas apiladas y numeradas hasta completar la aventura formidable de concluirla. Y como la admirada novelista y amiga Silvia Plager termina de extender un comentario a mi reseña de Facebook, es que amplio datos al compartir que Joyce también fue autor de textos breves de calidad intachable, como por ejemplo, el volumen famoso de relatos Dublineses, de 1914.

Pero acerca del volumen y el género de clasificación de Ulises, nuestro narrador y dramaturgo Abelardo Castillo dice que "si el Quijote es una novela, entonces el Ulises no lo es". Y a la inversa: "O si el Ulises es una novela, entonces el Quijote no lo es", duda insidiosa y molesta que nos obliga al análisis sobre la dimensión que ocupa el Ulises frente a los formatos de clasificación general que destruye y reconstruye el estilo de ecléctico a dimensional del escrito: Joyce se propuso terminar con la novela con una obra máxima, una historia que fuera el techo del género. Pero apenas si inició otro formato -en mi opinión, la metanovela-, además de dar comienzo a la literatura del anacrónico siglo XX. Y, claro que el mundo latino tiene otra metanovela, la segunda del siglo, y se trata de "Rayuela", de Cortázar, historia que reclama de una lectura distinta a la lineal que supone la narrativa clásica. Es que si la poesía es un mundo posible, entonces la narrativa llevada al límite es una galaxia completa.

Acerca del género en cuestión, la metanovela, apenas podemos orbitarla en la observación de algunas características que comienzan a revelarse a través de las pocas conocidas, como por ejemplo, el efecto esquirla narrativo, la ausencia de puntos o focos descriptivos fijos, la multiplicidad de planos dimensionales coincidentes desde distintas perspectivas narrativas, la explosión de esos planos dimensionales en interacción con el mismo protagonista, los cambios de ritmo, de tiempo, de estilo, de género y hasta la supresión del tiempo interno del escrito. Otra observación extratextual es que dicho formato estará presente en autores maduros, el tipo de autor al cual no le importan los planos estáticos de la novela lineal conocida dividida en capítulos consecutivos, ni siquiera la linealidad del texto, y que incluso se servirá de la humanización de los objetos, como más tarde observamos en Jean-Paul Sartre, y como ejes discursivos circunstanciales cuando el autor lo crea necesario, al estilo de la prosa experimental de Clarice Lispector.

Pero sólo podemos suponer el caos del contenido. No olvido que la crítica de literatura R. Flesca, en 1986, durante una reunión en su casa, especuló que, a su parecer, la metanovela ligaba el texto con los planos ilustrados de la imagen. Pero sin duda, cada autor nos ofrecerá un big bang creativo diferente, personal e irrepetible. El escritor que arribe a este género superior no estará atenido a la lógica común, ni limitado por al análisis, ni restringido por las consecuencias posteriores de la crítica académica. Dicho producto no debe ser visto como lo resultante del capricho en la excentricidad, sino como el crecimiento a una dimensión desestructural... y nadie regresa de allí. Pero frente a ella, cada escritor procederá como un dios en la estepa de la alegoría: más allá del bien y del mal, más allá del estilo, más allá del plan, más allá de todo lo hecho hasta el momento. El objeto no será objeto sino la esencia, el tema no será el tema sino el fluir de conciencia, y no habrá plan, sino horizonte -en apariencia- errático de acontecimietos.

Sin embargo, es correcto inferir que, sin el formato previo de la novela conjugada durante siglos e inspirada en un diagrama de estructuras fijas, adhesivas y consecutivas, jamás se hubiera alcanzado la cumbre de la narrativa con un género molecular, interdimensional y genético como la metanovela. En 1605 Cervantes publicaba el Quijote para establecer el extenso territorio de la novela. 300 años después, Joyce derramó la prosa más allá de esa geografía de característica cervantina: el irlandés fundó el océano narrativo, precisamente, la metanovela. 

Ahora debemos suponer que la aparición del género hace más de un siglo preanuncia la aparición de otros exponentes en el tiempo venidero, pero creo que siempre serán sorpresas. No todos los músicos componen una ópera al final de sus vidas, ni todos los narradores de novelas concluyen la obra total de sus vidas con una metanovela. Como expresa Brech: "es problemática de un nivel superior". Quien no ha llegado hasta allí no sabe lo que contiene. No hay ventanas en el paraíso. Pero no todas fueron rosas, por supuesto que tuvo negadores de renombre, por caso, nada menos que el mexicano Carlos Fuentes, cuando ubicó a su autor por debajo de los zapatos de Alejandro Dumas y de Victor Hugo. Y sin embargo, el propio Fuentes estuvo al borde de otra metanovela con La muerte de Artemio Cruz, historia densamente dimensional, aunque más próxima al estilo bidireccional de García Márquez. Pero no hay rivalidad alguna entre la novela y la metanovela, así como no la hay entre una obra de teatro, un film y el libro.

Conspirativa y expiatoria, la influencia gravitatoria del Ulises la advertiremos en los paisajes biológicos descriptivos de Steinbeck y, posteriormente, contaminados a la metafíisica urticante y existencialista de Sábato, y hasta en la superposición interactiva de imágenes en Saramago. Incluso allí observaremos la fractura continental en la tectónica literaria que produjo su publicación. Embrión degenerado de Blake -de cuando hubo que cambiar las formas de leer la poesía-, con Joyce hubo que modificar las formas de leer prosa. Hoy es analizado, debatido, academizado en exceso, enseñado, poco leído y menos entendido, pero todavía no ha sido superada la empresa abrumadora con su contradictorio y hasta ordinario protagonista, el señor Bloom. Opuesto al Quijote, al que le pasa de todo, siguen siendo las 24 horas tensas en la odisea cotidiana de un hombre común al que no le pasa nada, nada de nada, divididos en dos tomos admirados, temidos y aplastantes de lectura. S
i apareciera en este tiempo nuestros editores no la publicarían. Marche preso, mister Joyce. Mientras tanto, es bueno saber que hay algo más encima del techo. La perlita del final: La triste y avejentada Molly, confesándonos que ya no consigue muchachos jóvenes como antes.

CR



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