10 de marzo de 2015

Pro Blake: El poeta iluminado.




La indagación de la ética dual entre el Bien y el Mal, entre lo correcto y lo incorrecto, es antigua y ha tenido no pocos exponentes en la historia de la estética literaria universal. Los antecedentes en las bibliotecas del mundo erudito, desde épocas memorables por suerte, dan muestra cabal de una propensión al orden filosófico innato que anida su ser. Y en esos templos de la memoria escrita, sin duda alguna, la cultura judeo-cristiana occidental acerca del tema ocupa un lugar destacado; heredad del Cielo o de la Tierra, supone siempre un conflicto, una lucha que yace en el eje de la conciencia general: hombres, reinos y dioses parecen comulgar en la batalla. 

Los registros de esa lucha son tan vastos que resultan ligados al origen de la escritura y, mucho antes que a la narrativa, pertenecen al imperio de la palabra poética; nos acompañan, cuando menos, desde las traducciones parciales de los libros bíblicos al latín, más tarde en la poesía primitiva en los orígenes de las lenguas romance, y cuya influencia mística posterior abarca desde las leyendas medievales germanas —luego recopiladas por Hermann Hesse—, hasta las espléndidas metáforas del sueco Swedemborg, y desde los relatos épicos en los albores castellanos hasta la picaresca española e italiana, tan generosa que va desde los diecisiete mil versos de Dante y su teodisea en La comedia —más tarde titulada como La divina comedia—, hasta los jardines meditativos del sabio William Blake. Tal majestad poética no busca decorar la imagen, sino tallarla, esculpirla con un cincel sonoro, y a menudo cardíaco, que propende siempre a la ejemplificación del bien individual y sus virtudes mundanas.

Los dominios de esa patria litúrgica milenaria no tienen límites demográficos, tampoco sus raíces hechas de espíritu y de corazón, y son tan profundas que viven en la carne genética de sus habitantes. Esa tierra prometida y derramada al escenario humano ha dado frutos vigorosos tanto en feligreses como en laicos; a lo largo de las edades sociales tuvo cultores sobresalientes en las artes y el pensamiento: el mismo Jorge Luis Borges revelaba su preferencia por El evangelio según Juan, porque decía que allí se priorizaba al Verbo unido al Principio, citado con singular aprecio desde sus versículos primeros. Y en el extremo fenomenológico de nuestros días, el filósofo francés Touraine propone que el progreso de este lado del globo está ligado al arribo y al culto de Dios, acaso porque el pensador mira al resto del mundo pendiente de los adelantos sociales, tecnológicos y culturales de occidente. Tan vasta y promotora de sorpresas es esa patria y tan vigente como radiante. Incluso, las prosas bellas e insolentes del joven Rimbaud sólo podrían ser entendidas como nativas de la rebeldía anticristiana y perfectamente occidental, por ende, le pertenecen por completo al patrimonio cristiano. 

Bien.
Ultimo los detalles productivos de la edición bilingüe de una obra que he admirado muchos años de mi vida, "El matrimonio del Cielo y el Infierno" del poeta y grabador iluminado, el inglés William Blake. 

Sabio admirador del teólogo y filósofo sueco Swedenborg, también de Milton, y admirado a su vez por nuestro Jorge Luis Borges, se trata de la obra que selló su madurez a una producción memorable. De ella advertiremos el quiebre con el neoclasicismo de la época y la apertura en la estética del romanticismo que forzó nuevas formas de lectura poética. De su mano nació el verso libre y también dio inicio a un género narrativo poco frecuente y aún indefinido pero que alcanza nuestros días: las prosas bellas. Es el triunfo de la inocencia sobre la razón. 

En cuanto a la traducción del texto, de nuevo me encuentro como antes frente a la traducción del soneto La vita nuova de Dante y mi desacuerdo con la traducción existente del lingüista Damaso Alonso –para el asombro de otro lingüista amigo–, la misma que me llevó de traducirlo personalmente y a supervisar la rima barroca, conciente y cuidadoso de la métrica frente al límite del sentido literario, respetando, en este caso, esa concisión natural de la lengua inglesa frente a la lengua hispana. Ahora, quizá, deba abusar de la pragmática en la sintaxis pero será un desafío y un honor elaborar esas bellas sentencias cultas y sintéticas traducidas al español.

La contratapa:

La obra elegida tendrá un prólogo breve que aún redacto y una cubierta con la obra vigorosa Pecado original de otro artista mimado y muy apreciado, don Guillermo Didiego, a quien agradezco la obra cedida y su fervoroso compromiso.

A continuación, el Prólogo que acompaña la edición:

"En la historia de la humanidad, contadas veces advertiremos el homenaje literario de un autor por otro, como creo yo que representa este volumen perteneciente a la vigorosa juventud de William Blake. No es casual que uno de sus maestros e impulsores más admirados, pero también cuestionado, fuera ese tractor del siglo XVII, el filósofo y teólogo sueco Emanuel Swedenborg, autor de El Cielo y el Infierno, cuyo pensamiento dejó huellas profundas en las ciencias, en la música y en la espiritualidad de los tiempos venideros, y de quien se decía que escribía sus reflexiones teológicas iluminado por ángeles.
La obra El matrimonio del Cielo y el Infierno es el resultado cínico de una refutacion conceptual de Blake contra el libro de Swedenborg, donde el bien y el mal yacen reducidos a expresiones demasiado simplistas para nuestro joven poeta, de allí la idea de celebrar el matrimonio de ambos conceptos; fue escrita entre 1790 y 1793 al calor de los 33 años, pero también de un clima social inquietante cuando por esos años en Francia estallaba la Revolución; en ella revela el estilo maduro que lo acompañará por el resto de su vida narrativa y poética. Es, de Blake, y a su manera, suma de impulso primario, reconocimiento y refutación teológica inspirado por uno de sus maestros. aunque no fue el único conspirador de su pensamiento, también recibió el hachazo de Milton, autor de la obra Paraíso perdido (1667), así mismo, las influencias del místico alemán Jakob Boehme.
Blake nació el 28 de noviembre de 1757 en Londres, ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida, hijo de un comerciante de mercería, quería convertirse en pintor por lo que fue a una escuela de grabado y, a la edad de 14 años, entró a trabajar como aprendiz en un taller. Poco después, estudió durante un período breve en la Royal Academy, pero pronto se rebeló contra las doctrinas estéticas del neoclasicismo de su director. Es necesario subrayar que en las llamas de esa rebeldía adolescente yacía la semilla del cambio en la estética de las edades.
Su obra literaria comienza a temprana edad: la primera obra impresa, Esbozos poéticos (publicada en 1773), es una colección de poemas de juventud, y fue escrita a la edad de 12 años.
A menudo se habla de las visiones místicas que lo visitaban desde niño. Bien, cuando William tenía sólo ocho o nueve años, mientras paseaba por Peckham Rye, vio ante sus ojos «un árbol repleto de ángeles, con cada una de sus ramas adornada por hermosos destellos como estrellas». En otra ocasión, el futuro artista observó a los segadores trabajando en el campo, y vio «figuras angelicales caminando entre ellos». Es posible que otras visiones adornaran su vida porque tiempo después, la esposa de Blake, Catherine, recordaría la vez que Blake vio la cabeza de Dios «a través de la ventana».Así, su poesía, inspirada por visiones místicas y angelicales, se encuentra entre las más originales y sentenciosas en lengua inglesa, y supone el rechazo de las ideas del movimiento ilustrado en favor del movimiento romántico naciente. Fue poeta, pintor y grabador, creador de estilo poético único acompañado de ilustraciones que él mismo realizaba. Durante la presente obra cita alegóricamente cuando menos en dos oportunidades su labor química en el preparado de matrices de impresión y su trabajo gráfico.
En 1784 abrió una imprenta y aunque como proyecto editor pronto fracasó continuó ganándose la vida como grabador e ilustrador. Su esposa lo ayudó a imprimir los poemas ilustrados por los que pasó a la historia de las letras.
Menos se habla de los cientos de ilustraciones y grabados realizadas para decorar libros propios pero también de otros autores. No se sabe con exactitud el método que utilizaba para estampar su obra en papel. La explicación más plausible parece ser aquella según la cual primero escribía el texto y luego realizaba los dibujos de cada poema sobre una plancha de cobre, usando algún líquido aislante del ácido, por lo cual tras el proceso químico las imágenes quedaban en relieve. Entonces, le aplicaba una capa de tinta de color, lo estampaba y, para finalizar, retocaba a mano detalles y colores con acuarela.
Como artista, a Blake se le considera prerromántico aunque, en mi opinión, fue el primer romántico nacido de la fractura tectónica contra el neoclasicismo conformista. Fue autor de más de veinte obras poéticas ilustradas y al menos intervino en ocho libros más como ilustrador gráfico. Sus últimos años, pasados en la pobreza, fueron aliviados por la amistad de un grupo de jóvenes artistas admiradores de su figura y de su trabajo. Murió en Londres el 12 de agosto de 1827, dejando inconcluso un ciclo de dibujos inspirados en La Divina Comedia de Dante.
La humanidad ha tardado en reconocer su obra quizá descalificada por el misticismo de su progenitor —y que a menudo suele incomodar al mundo racional—, entre el artista fantasioso que escribe y el poeta místico iluminado, aunque por suerte su obra hoy goza de alta estima académica más allá de estar considerado un artista bíblico.
Poetas posteriores, entre ellos Swinburne, Yeats y Emily Dickinson, asimilaron su visión y su estilo literario. Sin embargo, su enorme trascendencia artística debió esperar hasta 1850 para ser descubierta como uno de los portales de apertura a la poesía de verso libre y el pensamiento poético que alcanza y rebasa el comienzo del actual tercer milenio".
CR