18 de febrero de 2014

Ingrávido

Vampiros, dinosaurios o naves espaciales, 
el cine viene cada vez más visual y menos reflexivo. 
En esta no hay nada para analizar pero sí mucho para describir 
o enumerar.



Ajeno, como es mi costumbre, a la dimensión de los estrenos, termino de ver el film Gravedad (Cuarón, 2013) y digo que la propuesta es interesante y hasta adquiere por momentos cierta tensión psicológica pero sin espectacularidad. No hay planteos ni filosóficos ni especulativos, apenas una experiencia extrema y posible en órbita; es el desafío tecnológico como tema y como guión. Tampoco se requirió de actuaciones destacadas de los profesionales: El papel de George Clooney sólo obedece a cuestiones de promoción y publicidad, y pudo ser caracterizado por cualquier actor masculino sin cambios notorios.

La destrucción de un satélite ruso en momentos en que tres astronautas realizan una misión regular de mantenimiento del telescopio espacial –en órbita geoestacionaria– origina una catástrofe silenciosa en la que mueren los tripulantes e incluso uno de los técnicos de la reparación en el exterior, y así dos astronautas quedan merced a sus habilidades para sobrevivir y sortear el obstáculo de perder en el accidente el Transbordador Espacial. El resto de la historia consistirá en alcanzar distintas estaciones espaciales que les permitan el reingreso a la Tierra. Una observación: Lo que parecía un error conceptual de la era prelunar (recordando a la dupla Kubrick-Clarke en 2001: Una odisea espacial) termina siendo, aceptablemente, diría, un momento de delirio producto de la asfixia y el solitarismo.

El film es recto, sin alteraciones temporales ni complejidades o tridimensionalidades. La subjetividad queda resumida al trauma de su vida pasada que describe la protagonista femenina mientras transita la soledad frente al mundo a, quizás, cien kilómetros de altura, la franja de la alta atmósfera poblada por satélites activos y pecios abandonados. En un tiempo en que el concepto de traveling, la persecución continua del director y cameraman tras el actor (sin cortes en la edición), es alterado y retocado por el animatronic de video, rescato una escena: El pasaje desde el espacio exterior, donde yace perdida la ingeniera Dra. Ryan Stone (la actriz Sandra Bullock), hacia el interior del casco de la astronauta, y que nos revela en primera persona la desesperación de tener un rumbo incierto y cada vez más alejado del rescate.

Las escenas son largas y, por lo observado, muy ensayadas, del tipo caída libre que imita los efectos de la ausencia de gravedad en el vacío, técnica fílmica utilizada anteriormente en Apolo XIII (1995), y mucho antes, creo yo, que en una toma inaugural de Barbarella (1968), y que aquí son llevadas al extremo. Recordemos que la fuerza gravitatoria existe a esa altura, en el exterior, pero compensada por la velocidad de escape: Aunque parezcan inmóviles todos ellos viajan a miles de kilómetros por hora alrededor de la Tierra. No hay que confundir vacío con ingravidez.

De esta última premisa desprende el único error "conceptual" del film que –a quienes alguna vez nos interesamos en los temas de la astronáutica y la cohetería, o también las leyes de la mecánica celeste–, nos resulta increíble por inverosímil, y se trata del momento en que ambos astronautas sobrevivientes, la ingeniera Ryan Stone y el veterano Matt Kowalsky, luego de un largo y solitario viaje por el vacío, colisionan contra una estación internacional en la que ambos buscan salvarse de quedar varados en la nada. Más precisamente el instante en que la Dra. Stone manotea una correa en cuyo extremo se encuentra su compañero, y ella a su vez enredada en unos cables, sujetos ambos aún a una fuerza de empuje inexplicable cuando ambos ya están detenidos y suspendidos en el errático derivar que los dos traían.

Expliquemos esto, una vez frenados en una caída sin rumbo, se supone que no hay ya fuerza de empuje o ejercicio de ningún poder gravitatorio adicional que los atraiga a Tierra por fuera del destino que corre la masa mayor, la estación misma, pues es correcto pensar que los tres cuerpos, es decir, la estación orbital y los dos astronautas, están parejos y equilibrados, viajando todos ellos a 11,2 kilómetros por segundo sin perder sus posiciones relativas. No cuelgan ellos de un edificio que justifique semejante atracción gravitatoria lineal desde la Tierra. 

Veamos, es el efecto de atar una piedra a un hilo y comenzar a girarlo como a las hélices de un helicóptero. La piedra "olvida" caer al suelo porque ha vencido a la gravedad con una fuerza superior: la fuerza centrípeta. Eso es la velocidad de escape. Y lo único que impide que salga volando en una gran curva, es el hilo. Pero si mientras gira, a la piedra le atamos un insecto, por ejemplo, éste también estará sujeto a la misma fuerza que gobierna la piedra. Incluso si el hilo se corta cumplirán el mismo destino. Entonces, los astronautas no tienen por qué caer o alejarse en ninguna dirección diferente a lo que indica la masa de la estación orbital de la cual dependen en esos instantes dramáticos. Y si ella no cae, bueno, ellos tampoco. Una vez detenidos o sujeto a la estación no hay gravedad. Nadie dice que detener unos 240 kilogramos (120 kgs. de cada astronauta multiplicados por la inercia) sea fácil, pero una vez apresados, allí quedan en suspenso hasta que la fricción de la atmósfera superior diga otra cosa.

En resumen, no debería costarle mucho a la ingeniera Stone traer de regreso a su compañero. Así como cuando, una vez abordada la nave, intenta alejarse de la estación internacional y las correas se lo impiden: de inmediato se produce acertadamente el efecto de "rebote" y que casi la lleva a colisionarla de frente. Allí sí vemos operando la singularidad de la velocidad de escape, anulando la gravedad terrestre. De eso se trata: Ambos debieron rebotar. La emulación de la ingravidez por la velocidad de escape es tan misteriosa que un simple matafuegos usado como propulsor, la modifica.

Es apenas un detalle menor pero, en otras palabras, la escena en la cual los dos sobrevivientes dependen de cuerdas tensas atraídos o tironeados por la fuerza de gravedad terrestre, es un recurso mecánico resuelto a la ligera y con poco bagaje intelectual del director. Naturalmente que todo film requiere de una cuota adicional de tensión y dramatismo para resultar taquillero, como tal, la escena es eficaz, pero fue un error resolverlo de esa manera disponiendo de otros recursos conceptualmente acertados, porque sacrificó rigor técnico y científico. Claro que en ese momento táctico, la historia cambia el eje de interés, y enfrenta a una mujer sola y con poco entrenamiento operacional, a resolver el dilema de regresar a Tierra por sus propios medios, acaso la verdadera atracción.

Es por entero visual y no hay nada que pensar. En estos tiempos fílmicos, los detalles, las circularidades, las acciones (universo grilletiano de los objetos), son el destino y sustentan la trama en un desafío más mecánico que fílmico. A menudo, los silencios prolongados construyen una expresión y en eso debemos contentarnos con el juego menos analítico que óptico. No fue para mí un detalle menor verificar que el guión fue realizado por un adolescente porque eso es, precisamente, una película para adolescentes. Un reproche mínimo: Enfrentan muchas veces la radiación del Sol sin los conocidos protectores espejados lo que taparía, por cierto, la expresiones de los profesionales. Pero las radiaciones allí son bastante fuertes. Es entretenida, una buena historia aunque no brillante, vale la pena verla dos veces, pero quizá no tres. 



Barón Carlos Rigel

Copyright®2014 por Carlos Rigel

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