25 de julio de 2013

La higuera ardiente / Las sectas en Argentina

Texto reservado sólo para creyentes. Ateos y escépticos: No pierdan su tiempo. 
N. de A.


La tolerancia de la sociedad argentina y latinoamericana con el crecimiento y la expansión de las sectas no traerá fortuna ni armonía o paz, sino división, pérdida y escarnio.

Hace cuatro semanas se produjo el desenlace de la chiquita Luz Milagros Verón Boutet, de 14  meses de vida. La pequeña sufría traumas multiorgánicos que es mejor no olvidar: Tras un parto prematuro y un paro cardíaco, fue declarada muerta al nacer; doce horas después fue hallada en la morgue con signos vitales. Conocida la noticia, la mamá, Analía Boutet, primero desde Resistencia, luego desde Rosario, pidió ayuda. Dijo haber sido atormentada desde el embarazo por sectas umbandistas chaqueñas. Dicho en criollo, tanto a la madre como a la criatura "se la juraron", acaso en represalia por sus quejas contra el templo que los congregaba. 

Casi siempre estos conflictos comienzan cuando hay protestas por las molestias en la madrugada debido a las ruidosas batucadas tribales que organizan con total impunidad. Así, con apenas un reclamo de moderación y respeto en los horarios, comienza la guerrilla por los caminos del tormento espiritual contra sus enemigos, es decir, nosotros, los vecinos comunes del diario transitar la vida. En sus venganzas contra los flamantes enemigos, asesinan a sus mascotas y exponen los cadáveres a la vista del barrio como advertencia pública, adornados con porquerías para el temor de sus víctimas. Y siguen. 

En sus rituales mesolíticos encienden velas negras, celebran sesiones en cementerios, desangran y degüellan animales sobre los pedidos, e invocan a espíritus de suicidas, putas, ladrones, violadores, prófugos, todos ellos despreciables y de origen africano, amerindio y esclavo –resaca de edades recientes precolombinas y coloniales–, para ocuparse desde el astral de quien protesta. Además, aíslan, lavan cerebros, mienten, dividen a una familia y los vuelven enemigos. La familia cuyo uno de sus miembros pertenece a la secta, yace destruida y vuelta contra sí misma. Y nadie se burle ni ría fuerte, sobretodo si tiene hijos. No llegan para sumar, sino para robar lo existente, como parásitos, una plaga que prospera.

Pero falta establecer otra particularidad, a quienes conforman una aldea: Sus miembros. El umbandismo, como otras sectas, son populares entre gente de baja o nula educación y de comportamientos extremos; promueven, entonces, la "re categorización" entre gente bruta y elemental, otorgándoles poder sobre otros, análogo al orden carcelario en la comunidad de reos. Hay una diferencia sustancial de contraluz entre "hacer" el bien y "sentirse" bien. Un violador o un ladrón se siente bien con el producto de sus delitos, y así, quienes causarían el inmediato rechazo social, allí son celebrados, por eso mismo componen estas sectas violadores, ladrones, prostitutas, travestidos, y sólo en último caso desesperados, desamparados, desempleados, curiosos, gente común que se acerca por necesidad, ya sea de afecto o de trabajo, pensado que allí encontrarán soluciones.

A menudo suelo recordar que "no temo al Infierno, sino a lo que habita el corazón de la gente". El Mal reside en la convicción que anida el serpentario real de sus corazones. Y la cultura Yoruba, precisamente, se inspira en la intervención de espíritus mercenarios, todos ellos inmundos, extraídos del Purgatorio para cumplir con los pedidos de los allegados. Algo así como sacar reos de la cárcel como mano de obra barata y eficaz en el empleo de trabajos sociales o de robos y asesinatos, sea para el servicio penitenciario o para el director de la institución carcelaria. Lo que hay en la Tierra, hay en el astral.  Alguien es responsable de sus males y siendo brujos aplicarán castigos y venganzas a gusto. Finalmente, hemos permitido la distribución de metralletas entre simios.

El orden jerárquico interno de cualquiera de estas sectas, umbandismo, vudú, oió, kimbanda, cambinda, incluso la Iglesia Universal (umbandistas encubiertos) reflejan, además, la estructura de una tribu africana, compuesta por un jefe o jefa de aldea, sus hijos, uno o más brujos, el séquito y, al final, el pueblo que trabaja para esa estructura. Nada nuevo. Y ese mismo orden es el que intentan derramar a la sociedad con supuestos "beneficios" tramposos, o bien someterla a ella. Y quienes se resisten o se quejan, son atormentados, amenazados, perseguidos, desprestigiados, calumniados, hostigados, a veces hasta la muerte. Incluso sus propios miembros luego son enemigos. Dirigen las energías de sus recetas, la dimensión completa de su panteón execrable, contra el molesto enemigo. No intentan solucionar o negociar ni acordar, sino destruir. Es el lenguaje que dominan mejor: El mafioso.

Claro que nadie habla de ellos, así como nadie habla de la plaga de ratas o de cucarachas que a menudo atormenta a nuestras comunidades o incluso a nuestros hogares, y sin embargo existe. Y porque opera, además, el temor al ensañamiento. Luz Milagros y su madre fueron víctimas de ese ensañamiento. En resumen, las sectas encontraron un vacío astral y una fisura legal en la sociedad contemporánea que no tiene legislación contra este tipo de delitos que rayan en la Lesa Humanidad. No es un tema jurídico ni de culto, sino de rituales peligrosos. Si incendio una casa con habitantes en su interior no puedo alegar que se trata de las celebraciones de San Pedro y San Pablo. No tiene nada que ver. Y, así, de sacrificar a un animal en un rito, a sacrificar a una persona o un bebé bajo el mismo concepto, el paso es largo para nosotros... pero no para ellos y su brutal cosmovisión. De hecho no sé si creerles cuando dicen que el Vaticano aprueba sus sacramentos, como el bautismo umbandaista. La Iglesia se equivoca si les otorga dicha validez. O quizás mienten.

Lo más común en nuestra sociedad es decir "no te metas", o "que se arreglen", incluso encontrar indiferencia por temor o por supuestos beneficios, como decía con anterioridad. Así tomó estado público, hace pocas semanas, el caso de una maestra asesinada por un templo umbandista con la colaboración del novio de la víctima, un tonto a quien le hicieron creer que todo su mal provenía de ella, y que para la limpieza espiritual de la mujer que destrabara los bloqueos era necesaria su presencia. Ella se negó, el novio la engañó, la dopó, entraron en escena los miembros de la secta y la mujer, la maestra, terminó asesinada y descuartizada. La pena para todos ellos fue de reclusión perpetua. Pero rara vez termina con intervención judicial.

El cosmos espiritual existe para el creyente; también para el no creyente, pero este último busca las causas en otras vertientes culturales. Pero fuimos permitiendo la ocupación de los territorios tanto espirituales como regionales. A no equivocarnos, no es una plaga de gorriones desorientados, sino de vampiros rabiosos. Tampoco son el culto a la Pachamama, la Madre Tierra, sino al Viborón, que pide tributo en carne humana. A no confundirlos con la comunidad de gitanos y sus rituales milenarios; debo agregar que los gitanos se abstienen de participar en la contienda y hasta la padecen. Diría, en mi caso particular, que me dispensan respeto.

No se trata de si creemos o no, se trata de que ellos sí creen en lo que hacen. Como una peste desconocida traída con una mascota robada a la selva, el territorio urbano es proclive, frágil, expuesto. Y así como la peste no pregunta quien cree y quien no, el umbandismo procede igual. Ellos hacen lo que saben hacer, según sus recetas. Sus rituales son tan antiguos que los encontramos, en parte, en El Viejo Testamento; inclusive en las prácticas de la cultura maya precolombina con el sacrificio de personas destinada al panteón de dioses. Como dije, no hay nada nuevo. 

Pero las sectas son animales enfermos sueltos en la urbanidad contemporánea, una urbanidad que no termina de resolver si cree o no en la existencia del espíritu. La sociedad es ciega, insensible y amorfa, no tiene protección contra esta peste. Allí no opera ni la ley ni la justicia. Si fuera tan simple como un mono apestado, lo hundiríamos en un balde con agua y terminaría el problema; o acaso un disparo: se llama rifle sanitario cuando pone fin a un mal contagioso. Pero aquí difiere porque ingresan intangibles sinuosos: la duda, la falta de evidencia judiciales, el escepticismo y la compasión equivocada, la de no sacrificar a un animal rabioso cuando la vida de nuestros hijos está en riesgo.

Luz Milagros Verón Boutet murió. No tuvo oportunidad de defenderse. Los traumas eran múltiples. El resumen periodístico va por otro lado, el medicinal. Dice la madre que, luego de un calvario prolongado, le habló a la pequeña, todavía conectada por mangueras y cables a los aparatos de la terapia intensiva, y le dijo: "Si querés que la sigamos peleando, yo sigo, pero si querés irte, si ya no querés seguir sufriendo, andá en paz". Relata ante las cámaras entonces que la chiquita cerró los ojos y no despertó más. Los aparatos se detuvieron.

Hoy, un templo se jacta del triunfo. No hay evidencias físicas que los liguen al deceso: han cobrado una vida más en la carrera secreta de venganzas. Como quien dice: "El crimen perfecto, un asesinato limpio y sin huellas". No hacen diferencias entre un templo enemigo y una familia o una bebé; ellos lo saben, yo lo sé. Y a quienes conocen el valor del sacramento del bautismo cristiano, saben de lo que hablo. También quienes padecen o padecieron el hostigamiento de sectas. El resto ni se moleste en opinar. Es problema de un nivel diferente, ni inferior ni superior, sólo diferente.

Ahora bien, mi reclamo no es para el ateo, no hay nada que exigirle, ni es para el escéptico, que vive demasiado conflictuado entre el creer y el saber, o para el agnóstico o el indiferente, no. El reclamo es para el creyente, para el cristianismo, que incluye en este caso a las llamadas "cofradías templarias", a quienes a menudo trato como custodios inermes de un museo; a los nuevos Santos Caballeros de la Luz, demasiado iluminados por el cielo como para ocuparse del orbe cotidiano, a los flamantes guías espirituales de las escuelas del mundo holístico, a los maestros en las artes superiores del espíritu, a todos ellos: Mandarlos a la reputísima que los parió sería adecuado pero no decoroso, lo sé, entonces apenas me atrevo a preguntar ¿cuándo diablos se pondrán en pie?

Dijo el profeta argentino Benjamín Solari Parravicini: "Espiritualidad en este tiempo, pero no servirá en la guerra nueva". Muchas veces los he convocado a la guerra y por el temor reverencial a lo desconocido, se abstienen. Piensan que con la oración, y de rodillas, todo terminará bien por obra de un cielo que no da respuestas, sino herramientas en la defensa, la cura, la virtud o el ataque. Los brazos son nuestros. 

Yo solo logré clausurar a tres templos nefastos, decapitando sus jefaturas. Al resto los advertí y desaparecieron aterrados. Se jactaban de haber hecho maldades con la vida de algunos inocentes concedidas por la prepotencia del temor, el mismo temor que origina un mono con navaja. Así erradiqué a brujos y macumberas agrandados de comunidades cercanas. Y como proceden con la jerarquía ingenua de las tribus rencorosas, el problema pasó de mayor en mayor. 

Así recibí amenazas desde distintos lugares de Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba y hasta quejas desde Nigeria enviadas a la Oficina de Asuntos Internacionales del Vaticano por mis convocatorias reiteradas a enfrentarlos, clausurarlos y expulsarlos de nuestras comunidades. Es cierto, los trato como a monos selváticos infecciosos, ocultos en los basurales sociales. Insisto, no se trata de una guerra declarada contra el mundo cristiano, sino de actos cobardes ocultos por el anonimato, cerrado por paredes de infamia, y filtrados por el aislamiento y la falta de solidaridad social. 

Según leí por la WEB, en un país cercano se convocaron marchas de protesta contra mis manifiestos belicosos. Pero no se llega con espada para unir a bestias con personas, se llega con espada para dividir: Un arma enfundada en épocas de guerra no le sirve a nadie. Pero para empuñar esa espada no hay que ser puro, sino valiente, no hay que ser casto, sino de corazón noble, no hay que esperar ayuda, sino ser un Quijote suficiente, no hay que ser bueno, sino correcto, no hay que esperar señal alguna, sino arremeter ciego; no hay que aguardar al enemigo, sino salir a la batalla. Llevarles la pelea a sus propios templos de maldad. Un guerrero no es un mercenario ni se vale de él pero tampoco huye. Que otros aderecen sus caminos perfumados, elegí este camino. Y aunque sean un millón en América y algunos millones más en África, sigo en pie, desafiándolos. Los conozco y no les temo.

Si una cárcel estallara en motín con escape de reos a las calles, en su mayoría, los habitantes de la ciudad se refugiarían en sus casas a puertas cerradas. Millones de personas igualando dicho comportamiento cívico sería entregar el control de la ciudad en manos de reos; o peor, de monos escapados de un camión repleto de bichos para experimentos científicos. A esos bichos les hemos cedido el dominio, cuando apenas 20 valientes librarían a una ciudad de la molestia, convocando a recuperar las calles, porque son nuestras. Me importa un rábano lo que piensen escépticos y ateos. No cuentan porque no restan, aunque tampoco aportan nada.

Mientras tanto, mi repudio al cristianismo de rodillas que observa de lejos desentendido y atemorizado pero, además, sepan que a quienes miran al Cielo, lo ensucian; y quienes citan a Cristo, lo ofenden, y quienes bendicen, maldicen, y quienes recitan las glorias del reino, las opacan. Yo también le fallé a Cristo con esa chiquita de poco más de un año, mi delito fue estar demasiado ocupado, fue delegar, esperar. Tengo cientos de otras batallas que pelear pero eso no me justifica. Mi falta es, quizás, peor que las ajenas, pero estoy conciente de ella. 

Luz Milagros, una chiquita con la edad de mi nieta, casi sin crecimiento desde su arribo a la vida, cerró los ojos y se entregó; bajó los brazos en un mundo que no podía aliviarla ni asistirla ni socorrerla; ni a ella ni a su cuerpo ni a su espíritu, sólo destinarle camillas, medicación y aparatos electrónicos. Y cedió su alma. 

La madre de Luz Milagros, al fin, entendió que el Dios no escucha, es sordo, y que Dios no ve, es ciego, y que Dios no habla, es mudo, porque esas cualidades se las cedió al Hombre cuando lo completó en el Comienzo, colmándolo de alma y virtudes. El hombre existía de antes pero vacío de luz y entendimiento. Pero tras la donación el Cielo quedó hueco. El Cielo, esa reserva de luz intocada: es armería, biblioteca, sala de mapas y farmacia, pero sin voluntad propia. La voluntad es humana. 

La sectas oscuras saben operar con las tinieblas, aplican el odio y la burla de sus corazones en cada "trabajo" -una convicción a destacar frente a un cristianismo superficial y metodista–, pero pocos o casi nadie sabe operar la poderosa maquinaria celestial, excepto implorar de rodillas, como esclavos, jactarse de títulos dudosos, y cerrar los ojos para no ver, para no escuchar el clamor de los débiles y los inocentes. Y, como si no alcanzara, la grandilocuencia de vivir como justos cuando la higuera sigue sin dar frutos. 

«A la luz de la redención, el mundo aparece inevitablemente deformado», escribió Adorno. Para el Cielo, el cristiano es otro judío más paralizado por la espera de una llegada que no se produce, ni se producirá. Mi ejemplo no es el Cielo, sino Cristo. No me importa transitar este camino, no espero nada. Y no estoy negociando: Seguiré solo.



Copyright®2013 por Carlos Rigel

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