14 de julio de 2013

La llaga en el mar / Teatro La Tapera


Dicen que el escritor parisino Drieu La Rochelle, paseando por Alsina, le hizo a Borges un pedido: "Quiero conocer la pampa", y don Jorge Luis respondió: "Estamos en ella, esta es la pampa". Pocas veces recordamos que vivimos en ella. La urbanidad la cubre de olvido. Y en ese territorio pampeano que se aleja, un teatro: 'La Tapera' de Gino Bencivenga.

Tal vez quede en el recuerdo la visita del frío en el descenso de la noche. Sin solemnidad alguna llego un poco más allá de Estación Laferrere, al Teatro La Tapera. Y aunque fui como Embajador Cultural, llegué como amigo del dueño, director, dramaturgo y poeta, Gino Bencivenga. Si hasta él y la casa conservan la completud de las viejas pulperías pampeanas: eje comercial, vecinal y cívico de un pueblo; o así quiero verlo.

Me recibe con un fuerte y postergado abrazo. Y como falta para el comienzo, entonces me lleva a conocer los fondos del terreno, detrás del casco de la casa vieja y laberíntica, quizás con un destino pequeño y olvidado, luego recuperada a fuerza de sangre y ahora renacida como teatro.  Salimos a un patio primitivo aunque sembrado. "Aquí es el lugar de los asados", me dice, aunque se me hace difícil figurarme un rincón preciso para la mesa a la intemperie y luego llena de amigos imaginarios; menos aún la parrilla. Y más allá, la quinta de hortalizas en los fondos del lote, cerrado al fin por un cañaveral salvaje y pampeano. Lo primero que me recibe y me llena la vista  es la planta de quinotos maduros. "Querés uno, arrancá"; es cierto, están maduros; corto tres. El baño, a la vieja usanza, está alejado de la casa-teatro, en medio de la quinta de lechugas, puerro, acelga, radicheta y plantas frutales. 

Y cuando el plantel de actores y el público completan la cantidad prevista, a sala llena, comienza el homenaje "Y Pablo fue poema", con una escueta biografía de Víctor Cuello y las subjetivas recordaciones de Silvia Longohni y Fernando Sánchez Zinny. Incluso Gino, de dramaturgo a demiurgo, compartió vivencias. De pronto, Neruda se vuelve intelectual junto a Rimbaud y Buadelaire, y luego, por suerte, regresa a jornalero de la palabra. El reflujo del mar, con viento y salitre, cada tanto golpea la tierra angosta, se masifica en basalto y arrastra contra la cordillera. 

El poeta llega por los laterales a través de biografías (todas sospechosas para mí) y no por sus poemas, propiamente. Se fue de la pobreza (que no fue tal) a una riqueza (que tampoco fue tal), aunque no fue recordado el reproche de Lorca por los mocasines agujereados de Neruda. Fue mencionado también muchas veces un tal Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, de procedencia chileno, pero de él no sé nada. Incluso hubo referencias geográficas, como Temuco, aunque dudo que conserven algún secreto más allá de un rumor soñado. Recuerdo haber escrito un comentario desopilante acerca de la almohada de Neruda, porque dije que aunque durmiera en ella, no escribiría poemas como él. Se obvió la visión empírica de su existencialismo marxista, aunque se recordó a la mangosta de don Pablo, pero no así al monstruo que la espanta hasta la vergüenza. 


Acaso la novedad es que ninguna de esas estrellas del firmamento poético que rodean a un autor ha muerto. Prueba de ello es que en el segundo acto, cuando comienza la obra en sí misma –acaso el destino de la noche–, se abren arcones y valijas. Las musas extraen los objetos que florecen al escenario: Vajillas, instrumentos de cuerda, cubiertos, libros antiguos, sombreros; pruebas irrefutables de que alguien, alguna vez, existió. La noche agoniza en poemas, desangran de a poco en la voz espectral de Stella Maris Lanzilotta y del propio Gino Bencivenga con apariciones furtivas. 


Quien sabe por qué la poesía y el teatro comulgan destinos nupciales; acaso la musicalidad de la palabra las contamina en un lecho común, pero la noche se vuelve melancólica. "Lo que fuimos, no somos", dice la obra de Gino, acaso para confirmar el acierto; dolorosamente lo es. El mar golpea de nuevo la piedras de la orilla como un destino final: Todo esto también pasará; quedará el susurro y el trinar de una poesía inexplicable. 

En el acto final, hay reminiscencias en poemas de Norberto Corti, amigo o allegado personal de don Pablo, y la guitarra de Bosquín Ortega, quien a su vez invita al homenaje al héroe vandolero "Matecocido" Peralta. Incluso el mar siembra en el polvo helado. A fin de cuentas, Neruda no vive ni es chileno: Es un dios marino de un verbo nacido en tierra.


Copyright®2013 por Carlos Rigel

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