29 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre la guerra y la paz



Confundir la paz con la ausencia de guerra
es tipificar como ejemplo de armonía
a un territorio devastado
por el hambre y la muerte.


Soy creyente, y que lo sea no es una novedad aun cuando está de moda el escepticismo y la indiferencia. Pero que lo sea no es una renuncia ni a la razón ni a mi sentido de lo correcto. Sólo afecta por un lado a mi permanente desobediencia civil sumada a la duda cotidiana del amplio y sospechoso panorama político, un sentido lógico que me dice que todo podría ser mejor; y por el otro a mi sentido del Bien y del Mal inspirado en Cristo, Jesús de Nazareth, a quien no veo como a un dios, sino como a un hermano, pero que conlleva un modelo de coherencia y que ni sueño con parecerme a él ya que somos diferentes.

«A la luz de la redención, el mundo aparece inevitablemente deformado», escribió Adorno. En efecto, la humanidad no se revela ni liberada del Mal, ni de la esclavitud, ni de la iniquidad como proclama el cristianismo. Por eso a veces es mejor la guerra a la paz, el enfrentamiento a la inacción y el avance a la impotencia.

La Luna es estática e imperturbable pero porque es árida y estéril; no debemos verla como el sinónimo materializado de la armonía y la paz suprema, de lo contrario concluiremos en que una sala de Terapia Intensiva es nuestra versión del lugar más pacífico de la Tierra.

El sol está en permanente ebullición, abrasa, quema, calcina, promueve incendios, pero también regula las estaciones, determina los ciclos de la siembra y de la vida y las precipitaciones. Esta destrucción termonuclear permanente, letal para el hombre en su proximidad, aunque parezca ingenuo decirlo, promueve la vida.

No debemos confundir ni la decadencia, ni la indiferencia, ni la impotencia para modificar las cosas, con los conceptos de la armonía y la paz, ya que como búsquedas superiores del ser sólo serán alcanzadas cuando haya satisfacción con la igualdad, la conformidad y la comunión de objetivos.

Una comunidad que trabaja en busca de un bien común es pacífica pero no es estática, ya que evoluciona hacia lo buscado. Por el contrario, una comunidad que asesina inocentes en sus calles, que es tolerante frente a las drogas, que es indiferente ante la prostitución de menores y la pobreza y la trata de blancas, no debe ser pacífica ya que sólo pensarlo sería un insulto mayoritario a nuestra humanidad y a nuestro sentido del bien y de lo correcto.

La comunidad Amish es pacífica y hasta armoniosa, no tienen guerras ni armas o delito, pero tampoco milagros ni filósofos o artistas, no han reinterpretado La Biblia, pero tampoco le aportan brillos nuevos. No tienen oscuridad pero tampoco luz de sobra, no tienen demonios pero tampoco arcángeles y han logrado la Paz apartándose de la humanidad.

Me niego a aceptar que debamos abandonar a la humanidad a través de un estilo de inacción, más hinduista que cristiana, para convencernos de que alcanzamos la Paz buscada.
La redención tampoco es un valor secular porque no yace detrás de una vidriera expuesta al público, como pretendió durante siglos, erróneamente, la iglesia, sino un templo interior y privado. Cristo transitó Jerusalén pero no por eso alcanzó la paz social, porque la inquietud fue grande en el pueblo hebreo en conflicto con la ocupación romana.

Nuestro país se rindió ante los ingleses en las islas, pero no ganó la paz que Juan Pablo II pretendía, porque lo cierto es que ganamos la inquietud del reclamo para siempre. La ausencia de guerra no trajo la Paz.

A veces me resisto al criterio de Paz del mismo Cielo cristiano, ya que la Virgen, por ejemplo, aparece iconográficamente en la Serbia arrasada reclamando paz cuando miles de criaturas ya fueron violadas y asesinadas, miles de inocentes ejecutados a martillo en mataderos públicos y callejeros. Y aunque el Cielo en su neutralidad se equivoque, debemos mantener nuestros sentidos limpios, saludables y atentos... aún cuando la propia María erre el momento de su aparición en escena.

Vivimos en una trinchera encarnada entre dos fuerzas incansables. Hombres y mujeres nacemos y crecemos bajo esos símbolos. Aquí se ven a diario sus signos o de valor o de cobardía, de honor o de ruindad, de compromiso o de indiferencia. Y cuanto más pronto aceptemos esa realidad más pronto comprenderemos que por el momento sólo hay treguas, porque reclamar paz en tiempos difíciles es apenas una ilusión para ermitaños. Por ese motivo debemos cuidarnos de que quien la convoca no sea un canalla, sirviéndose de ella para ocultar sus negocios.

del blog Rerum Templaria Antiumbanda


1 comentario:

  1. Muy linda la imagen, muy interesante el aporte literario

    lockylight

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