12 de noviembre de 2015

Malloween, la fiesta del terror





La campaña del terror ha calado hondo en la ciudadanía, pero no de hoy o de ayer, esta sociedad vive quebrada y enfrentada desde hace más de una década. E intentan que esa fisura de agresividad y de calentamiento social sobrepase las elecciones y derrame el virus en el porvenir, ensuciando lo que sigue. No se trata de una elección más de las tantas que tuvimos a la fecha en un proceso democrático que elige autoridades cada 4 años... sino del abismo. Eso esperan que pensemos. Debemos creerles que vivimos en el Paraíso sin darnos cuenta, y que de pronto orillamos el despeñadero del terror. Como quien dice: "Soy un corrupto hijo de puta, pero menos que aquel otro imbécil. Por eso les convengo". Y así debemos elegir entre una devaluación como un hachazo eléctrico o permitir que sigan robándolo todo sin devaluación, ¿y cuál es la ventaja?

Pero la campaña de desprecio también ha llegado a mi familia: una de mis propias hijas reniega de mi porque dice que debería sentirme agradecido, no sé de quién, o de qué. Jamás recibí nada ni esperé nada de ningún gobierno. Antes el PJ vitoreó a Menem como si fuera el Principito, después a Néstor, como si fuera el libertador de América, y finalmente a la reina consorte del finado como si fuera la musa de Dios. La fiesta cambió de novios durante el casamiento pero sigue siendo fiesta.

Ni siquiera sé si iré a votar el 22, pero aunque fuera, aunque ese día me molestara en expresar mi voto, no favorecería al arlequín de Scioli. No creo que haya nada que recuperar de este período de mierda que he vivido. Pero ahora conoceremos en precio de cada choripán de la fiesta pasada a razón de 15 mil dólares cada uno. Y el temor se funda en el sushi venidero porque dicen que costará 50 mil o 100 mil el plato, porque será el sushi más los choripanes que olvidaron cobrarnos. 

Váyanse a la concha de sus madres: no comí ni el choripán de la enemistad ni probaré el sushi de la alianza eterna. Igual pagaré todo. Incluso los escarbadientes de oro de la monarquía local. Pero el verdadero temor es conocer el precio que tuvo la fiesta de 12 años, cuánto nos costó cada cubierto, cada servilleta, cada miga caída al suelo, y que nos revelen el plan de pagos de la deuda interna que produjo esa fiesta, sumado a los juicios externos por tribunales que el mismo finado Néstor firmó en 2003. Ese es el miedo. Conocer las consecuencias de lo que no quisimos ver y que negamos eufóricos. 

Están por reventar las 750 causas por corrupción, estafas, robos, sin contar las que no habrá por el incendio oportuno de la Secretaría de Hacienda, o del Centro Cultural de 3 mil millones y las que alcancen a fraguar los auditores kirchneristas antes que se acumulen 100 causas más. 


Pero votar a Scioli es indemnizar a Jaime por cada muerto en Once, es donarle nuestro sueldo a Lázaro Báez en la causa por robarnos, es pagarle de nuevo el avión presidencial a Máximo por una rodilla golpeada o por una descompostura hepática o por una mudanza, o regalarles otro complejo turístico tipo Hotesur, es comprarle de nuevo a Israel una flota de aviones que no sirve, o pagarle otra vez los trenes usados a España que nunca se usaron aquí, para de nuevo comprarlos a China y terminar haciéndolos otra vez aquí "Industria nacional", es comprar a China hasta los rieles de acero, como si la siderúrgica SOMISA nunca los hubiera echo en nuestro país, como aseguró hace poco un ex candidato. 

Votar a Scioli es santificar el asesinato de cada qom desamparado en el norte argentino, como si fueran enemigos, o decirle a Recalde "agregá a 4 mil empleados más, no hay problema", es volver a robar en nombre del Estado los ahorros de particulares para su jubilación confiscando las cuentas de las AFJP y hacerles pito-catalán a todos ellos, es pagarle en oro a Anibal cada embarque de estupefacientes acordado con el cartel de los Soles venezolanos –mediando las cortesías de las FARCS–, es pagarle tres veces a Venezuela el préstamo interminable a tasas delictivas, es seguir renunciando al 82 a los jubilados para mantener 18 millones de planes improductivos para que nadie crezca, sostenidos por 4 millones de trabajadores silenciosos sin gloria de ninguna conquista social, es pagarle otra mansión a Luis D'Elia y a sus hijos, o premiar que la AFIP sospechosamente no da informes de evasores desde hace años como si fuera este el país más honesto de la Tierra. Es prestarle nuestros dineros a Boudou para que compre otra Ciccone para su beneficio y nunca el nuestro, y que encima truche los documentos de la operación... 

Pero dicen que lo malo está por delante. Vote cada uno a quien se le antoje, pero premiarlos, aplaudirlos, no habla de ellos sino de nosotros. Eso es todo.


CR