No valen los trucos cuando las galaxias vienen picadas:
Ardides y suspicacias no mejoran nuestras pobres cualidades.
Viendo claramente que los extraterrestres visitaban mi localidad con insistencia, me anticipé al encuentro superior, preparándome en un idioma común a ambas especies. Así, rápidamente, recordé la conclusión popular acerca de que las matemáticas son, precisamente, el lenguaje común a toda raza inteligente.
Y así como así, conminado por semejante responsabilidad de representar a la humanidad, saqué mi regla de cálculos, la calculadora Casio y hasta la libreta de la despensa. Practiqué los números probando mis habilidades con sumas y restas de dos y hasta tres dígitos, e incluso con algunas trampas que me sorprendieron hasta agotar mis fuerzas deductivas.
Y el momento tan temido se hizo presente: Un humanoide estaba llamando a mi puerta. Abrumado al principio por la xenofobia, superé mis limitaciones y lo hice pasar y sentarse a la mesa. Sentí una perturbación gravitatoria pero podía soportarla con verdadero estoicismo. No me asombró que dejara su arma láser en la mesita del costado y sacara un aparatito plano y sumamente complejo el cual, luego de maniobrarlo, se lo conectó en la garganta. Deduje que los canales superiores de la lógica y los dígitos estaban abiertos de par en par a la espera de mis destrezas idiomáticas. El universo completo aguardaba los instantes siguientes. A mi alrededor, los átomos estallaban como petardos de Navidad.
Comencé diciendo:
–22, 38, 578 17 5 3.968... 2315.
Y él, perturbado por mi aseveración, respondió de inmediato.
–¡945.681!
Empecé a sudar. Me sentí frustrado.
–65 776.986 –aclaré para moderar los ánimos, y de inmediato agregué–, 365, 5 708.908 4.665, 23... ¡18.265!
Ladeó la cabeza y vi que las antenitas se agitaban nerviosas.
Y mientras meditaba mi afirmación, saqué de la heladera un tinto fresco. Puse dos vasos y serví con diligencia.
–65 899 5.769 "776.986" –repitió con cierto dejo de sarcasmo, y prosiguió– 78 7 89.805 365, 688.798... 24 5.868.
Era demasiado para mis limitadas prácticas lingüísticas, por lo que pedí cierta indulgencia.
–235 38, 5.787.809 17 5 39.687 878... 2315.
Disconforme con mi bajo rendimiento matemático, lo vi levantarse muy ofuscado y tras desdeñar la invitación del vino de la paz, lo vi marcharse para siempre sin siquiera darse vuelta a despedirse.
Lagrimeando de rabia, hice pedazos la libretita de Don Nicola, y la Casio quedó hecha tiras a puro mordiscos. Jamás intentaré volver a representar a la humanidad. El problema no fue la semántica, sino el aglutinamiento de vocales sin consonantes. Ahora lo sé.
Copyright®2012 por Carlos Rigel
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