2 de agosto de 2017

Intranautas















El momento crónico que vivimos es propicio para la literatura subversiva que caracterizó a las mejores obras del traumático siglo XX. De la crisis del individuo y sus necesidades frente a la existencia masificada de la urbanidad surgen las mejores obras de literatura. La exploración del hombre solitario frente a las circunstancias extremas de la sociedad en la madrugada belicosa y delirante que vivimos le ha permitido a los autores exponer al hombre ante las fracturas de la vida y su tiempo. Y de todos ellos, quizá, Kafka es quien mejor identifica el ejemplo del quiebre entre el hombre y la maquinaria del siglo XX.

Pero, en especial, esta segunda década del tercer milenio llega con variedad de conflictos, con hambre, con miserias y asimetrías peores que la clausuradas en la década final del siglo XX. Sociedades todavía insatisfechas en lo elemental, los feudos sobrevivientes peor que en el medioevo europeo, pueblos enteros engañados y conducidos al abismo de la desesperación, alzamientos armados, dictaduras nacidas de la democracia y regímenes totalitarios nativos de repúblicas, etcétera. Todo lo que soñábamos erradicado en el siglo XX migró al XXI con igual potencia. 

Nada ha sido resuelto y hasta sería apreciable expresar que hoy es más difícil que en edades anteriores saber dónde está el enemigo y dónde el amigo, dónde el beneficio y dónde el maleficio. Pero no es de asombrar que hoy veamos a personas pobres, mal arropadas, hambrientas o desamparadas y faltas de recursos, con un teléfono móvil o una tablet conectados al abrigo a un sistema de resúmenes pre-digeridos, de bromas y chimentos. La edad tecnolátrica fracturada en esquirlas, como una granada, en el vientre de la inmensa maquinaria del engranaje social, lastimando más que iluminando conciencias, desgrasando las ideas, despojándolas gradualmente de calor y de color hacia la unificación imposible que ni el marxismo hubiera logrado cohesionar. 

Pero recordemos que cuando esta pasada centuria de clivajes y resiliencias apenas iniciaba, hace un siglo, prosperó en diversidad de especies de tinta y pensamiento con la obra de Wells, de Joyce, de Kafka, de Hemingway, de Orwell, etc., todos ellos inquisidores del alma cuando atravesaron los valles insanos ­–o sospechosamente felices– en eso que llamamos la condición humana, cuando yace enfrentada con la adversidad, todos ellos tractores de la narrativa, o mercenarios o soldados, de los cambios, visiones luego evolucionadas en la literatura de Huxley, de Ballard, de Sábato, de García Márquez, de Bradbury… Un siglo completo de incendiarios provocadores de paradigmas, de voces marginales con sus no tan fantásticas advertencias en las márgenes de una urbanidad con destellos de la vislumbrada deformidad, impulsores apadrinados por los otros monstruos transformadores del anterior siglo XIX. Todas las alarmas estaban encendidas, conjurando, expulsando la probabilidad de sus llegadas.

Y cuando todas esas advertencias al fin se han cumplido, cuando todas esas humanas y sociales malformaciones se revelan con toda su potencia clínica, cosmética y patológica, resulta que los autores no encuentran temas atractivos para narrar. Entonces derrumban sus escritos en poemas de ecos personales y solitarios, en cuentos del grandilocuente solitarismo padecido, en novelas del amor frustrado donde la sociedad es el factor implícito y descontado pero nunca el desafío narrativo, en el sexo amplificado o el desencuentro amoroso como una tragedia platónica… cuando allí afuera la guerra continúa. Como dice un periodista y novelista amigo: “¿Cómo podrían escribir algo interesante si se han pasado la vida sentados en una silla?”. Entonces la silla pasa a ser lo trascendente y eje de la narrativa contemporánea, y no las vivencias del autor, porque no las tiene y no las busca.

Existe una aplicación frecuente de la pragmática contemporánea en lo que podríamos definir como la narrativa compensada donde el autor, ante la falta de un tema interesante bien estructurado en la trama, más elaborada digamos, nos propone en reemplazo una mayor profundidad descriptiva del alma del protagonista bajo el supuesto de que la ausencia de uno puede ser compensada por lo otro, al estilo de El lobo estepario de Hesse, o bien, de una descripción más precisa de su entorno, como por ejemplo, la enumeración de objetos inanimados del narrador francés Robber Grillet, donde la ausencia de un tema sólido es remendada con la descripción precisa revestida con los objetos que rodean al protagonista. Así, el narrador intenta establecer la dimensión humana del escrito, a través de una galaxia cosmética de estatuillas, ceniceros, floreros, cuadros, etcétera, bajo la hipótesis en la cual la subjetividad varía según las preferencias decorativas de la habitación donde se desarrollan los acontecimientos que el autor quiere que conozcamos de la historia. Esa corteza de artículos, piensa, nos ayudarán a definir la personalidad del protagonista. 

Pero, si el extremo fenomenológico en la narrativa propuesta de esta edad es el personaje y sus circunstancias internas, donde el autor compensa las fallas de una historia débil con una mejor introversión al protagonista, una dimensión más profunda en el perfil del personaje y su entorno inmediato, entonces, ¿por qué no tenemos como resultado a un nuevo Harry Haller o un mejor Rodion Raskolnikov? ¿Por qué no tenemos a un novedoso Sr. Montag ni tampoco a un nuevo Gatsby o un Fernando Vidal Olmos mejor diseñado, o una nueva Alejandra o un Olivera más misterioso o un renovado Sr. Aureliano Buendía?

Tanto escrito publicado y no aparece un Gregorio Samsa para intranquilizarnos el alma como tampoco un Quijote para divertirnos y meditar la bella locura de mirar la vida del lado correcto, porque la conclusión preliminar es que dicho formato económico de narrativa actual no ha producido la textura esperada. De explorar nuestras memorias no encontraremos a un solo personaje reciente que nos ilustre con sus ocurrencias ni las soluciones a sus dilemas, no habrá una frase para citar de ellos, porque descubriremos que no habitan en nuestra vida. Nos hemos quedado sin ilusorios arquetipos y fenotipos ejemplares para acompañar nuestras vidas, una manera retórica de decir que tenemos muchos libros editados para tan poca literatura final.

Pocas veces encontraremos al amor mejor definido que frente al abismo y la tragedia como en la obra de Sófocles o Flaubert, incluso Shakespeare, por citar sólo un tema y distintas visiones. Sin embargo, el hombre o la mujer que habitan los escritos, me refiero a los protagonistas de hoy en la creación del autor, afectados por las fuerzas centrípetas del narrador, no son más profundos que los diseñados por Balzac o Dostoievsky o Hesse, porque la derrota final de la subversión narrativa encuentra su explicación pero no en el mundo interior del escritor moderno, sino en el hamburguesamiento mental, en la claudicación de la crítica y la conformidad con la inercia social tal cual está.  

Para que quede claro, si tenemos injusticias y atrocidades, sociedades hambrientas, delitos sociales, crímenes de Lesa Humanidad, totalitarismos, represión, alteración intencional de la historia y desfiguracion permanente de la verdad, entonces ¿por qué no aparece en la literatura contemporánea un nuevo Dr. Zhivago? La respuesta es simple: Porque no queda ni un ‘Pasternak’, eludiendo y burlando al sistema. Al contrario, ahora tenemos en las sombras a autores defensores de ese sistema que hambrea y castiga a países de la Tierra, y que mantiene en silencio a regímenes totalitarios brutales, incurriendo en atropellos y crímenes de estilo medieval. ¿Cómo podría surgir un Pasternak de las ruinas en el conformismo?


Claro que el aburguesamiento inexplicable del escritor actual no se corresponde con la realidad brutal que hay allí afuera, sólo que ya no hay deseos de cambiar nada y no quedan reproches por hacer. Allí descansa la pérdida de las utopías. Es cuando con escribir a diario alcanza para sentirse feliz. No hay tractores del horizonte narrativo ni poético porque los autores se han conformado cada uno con la quintita en los fondos del terreno imaginario. Y de allí extraen unos pocos rabanitos y cosechan tomates cherry suficientes como para una ensalada diaria. La maestría de este tiempo será el aderezo agradable para completar la combinación desabrida. Pero ¿cuándo fue que perdimos la guerra grande de los sueños e ideales? Recobrar las armas y bálsamos de la pluma es deuda, porque para escribir hay que ser un guerrillero aunque se trate de la guerra equivocada. 


CR


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