19 de agosto de 2016

Tenebrelitermisterio




Me llegan invitaciones a eventos relativos a la escritura de una rareza tal que no sé si me sorprenden, me divierten o me desorientan, porque van de desopilantes a solemnes. Por ejemplo, "Mecanismo de escritura colectiva" convocado por el Espacio Enjambre
Y me pregunto, más allá de los resultados de pretender aunar la solemnidad esperada en los inscriptos, como en el despiece de una máquina a engranajes, cuándo carajos la escritura fue un resultado colectivo, acaso como imaginar un cuadro pintado por decenas de artistas de distintos estilos, que es posible no lo dudo, pero que también pone en duda la calidad, la maravilla de una conclusión exitosa, sino fruto de un promedio nacido de la tolerancia, de la paciencia de contar hasta un millón con un parto monstruoso, demasiado personales cada uno para soportar a otro a su lado, y donde la firma al pie de la obra terminada será un párrafo de discusiones, o por ser primero o ser el último, con el reconocido y famoso "quien la tiene más grande".
Suponiendo que admita la palabra "mecanismo" aplicada a la literatura, estos proyectos mancomunados igualan al rugbi siendo torneos de 100 metros de natación, donde un equipo completo de 6 deportistas debería promediar con el más lento para llegar todos juntos. Así, veo con desconfianza y hasta con humor las buscas conceptuales de "identidad", "colectividad", "igualdad", "terapia", "liberalidad" y otros cuentos que me recuerdan a esos relatos del medioevo español, donde un grupo de tramposos organizan la visita a un pueblo y llegan con obispo sospechoso para la homilía, víctimas poseídas por demonios y exorcistas, todo listo para entrar en escena, bajo la premisa de que el Diablo habita los bolsillos de los parroquianos y se alimenta de su avaricia, impidiendo la dádiva fuerte y temerosa de Dios por limosna raquítica aconsejada por el Diablo.
Y durante la misa, estalla el demonio en uno de los forasteros con espuma en la boca y gritos esperpénticos. Pero de inmediato expulsan al espíritu maldito ante la mirada aterrada de los aldeanos, y luego pasan la bolsa de las limosnas. Y al salir del pueblo rumbo a otra aldea, se reúnen el obispo con asistentes, el exorcista y el liberado del Diablo, y cuentan el dinero, y evalúan si resultó bien o flojo.
Digo que todo esto es ruido, de ese que no deja crecer, y tiene como finalidad juntar a un montón de tontos para sacarles unos mangos, dispensarse los aplausos y descorchar una botella, teniéndose por estrellas negadas de Hollywood. Y me invitan a promediarme entre ellos cuando estoy multiplicado por cero y dividido por un hachazo propio dedicado y ajeno rencoroso y pretendidamente vengador, para habitar una butaca y sumarme en los aplausos de no saber si reírme o si agarrar el matafuegos y foguearlos con espuma de demonios caracterizados y exorcistas estelares.
Pero pienso en el "mecanizado" de las autopartes de un "enjambre de literatura" y siento el piquetazo venenoso de una abeja alienígena salida de los "Expedientes secretos X". Y se me ocurren algunos títulos alternativos, como por ejemplo, "Programa de ajuste de Tornillos literarios", o "Destrabador de roscas Withworth de Escritura", e incluso "Soldaduras de Fundición Semántica". Es que se me disparan los relays dendríticos del engranaje mental.

Bueno, pero mientras tanto, junten a Cézanne con Dalí, Picasso, Rembrand y Del Bosco, el mitológico Sr. Hieronimus Bosch, con seis principiantes obstinados para ver qué pasa. Y a mano el matafuegos recargado, por supuesto. Pero no lo duden, soy uno de los principiantes.


CR

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