21 de septiembre de 2015

VIII edición de la Feria del Libro de San Justo, 2015


El resumen de la VIII edición de 
la Feria Municipal de Libros de San Justo, 
Septiembre de 2015, y mi última participación 
como expositor y autor de esta ciudad.

Podría ser el acontecimiento superlativo del distrito. Claro, entre la nada y la feria, nos quedaremos con la feria como sea. El comentario de anoche de una telefonista en una remisera a sólo 3 cuadras de la plaza donde aún yace la carpa, es ejemplarmente lapidario "no sabíamos que había una feria de libros". Análogo fue el comentario pasajero en las veredas de cada día. "Uy, mirá... una feria ¿y de qué?... de libros", y también "Uy, mirá... libros". Pero peor me sonaron las palabras en una mesa de "La Farola", frente a la plaza: "Es la feria de Ciencia y Tecnología... ya fui", cuando esa persona se refería a la organización anterior que ocupó la misma carpa y no a la del libro que le siguió en programa de eventos públicos. No se trata de lo que yo digo, sino de lo que los vecinos entienden... o de lo que no saben. 

Los ausentes con promesas y las visitas desaparecidas con anuncio de "vuelvo en 5 minutos" no faltaron, desaires a los que estoy finalmente acostumbrado. Aún así las ventas con los sorprendidos vecinos anuales de paso por allí fueron buenas; la feria son los últimos tres días cuando finalmente opera la autopublicidad que cada stand promueve en forma particular, por eso la respuesta tardía sobre el cierre. La facturación fue fluctuante. No hay reproche.

No voy a ahondar demasiado en la falta de promoción simplemente porque estoy harto de repetirlo. Las autoridades representativas vienen el día de la inauguración y desaparecen. La foto con los expositores, más que importante, es lo único. La ventana que podrían usar para parecer cultos, la desechan como una necesaria molestia visual. Como exponer un meteoro caído en la ciudad. La "publicidad" con la avioneta de altoparlantes es tan ineficaz hoy como lo fue antes. Plata quemada. No se hacen volantes, no se pegan afiches ni se contratan carteles de vía pública como para las campañas políticas que aún cuentan con sobrantes de autocandidatos gubernamentales felizmente caídos en el pozo cívico de la historia institucional de una región que es un nombre desarmado por el abandono, la vagancia y la desidia. 

La feria de libros de San Justo podría ser soberbia si cada uno mereciera el puesto que ocupa y lo ejerciera con eficacia, así como lo hace el equipo de gente que componen los cuadros bajos con su labor diaria resolviendo problemas, recibiendo quejas, limpiando, cumpliendo, ocupando el espacio ausente de autoridades municipales. Ellos, esos contratados visibles o empleados permanentes, son la municipalidad. Ellos son nuestra gente. Y el resto... el resto o "la cúpula", son como extraterrestres, son contactos del segundo, tercer o cuarto tipo en la fenomenología extramundana. Los libros, los stands, los expositores, somos terrícolas para ellos. 

Podría quedar toda la ciudad contaminada de Feria; y si la plaza no alcanza, incluir el Club Huracán, los Colegios, la Cámara de Industria y Comercio, las calles, el edificio municipal... todo debería ser una sede oficial de ese acontecimiento cultural. Así como la ciudad de Azul cada Noviembre se viste de gala con esos dos hermanos, don Cervantes y don Quijote, y en cada esquina veremos el emblema de un jinete cansado de tan larga travesía arribando a la pampa. Por eso aquella ciudad de llanura fue declarada por la UNESCO ciudad cervantina del mundo en 2007.

Pero se sintió el peso de los errores tácticos, estratégicos y climatológicos de la feria del año pasado, edición VII, en el predio de la Universidad. Es inocultable. Esta vez no fue "Feria Internacional", sino simplemente feria de libros. Tampoco hay diferencia sustantiva entre una duración de 10 días o extenderla a dos semanas, pero sí la hubiera habido, en todo caso, para el público de las ciudades cercanas... claro, contando con una publicidad acorde a la dimensión del acontecimiento. 

En lo personal, fue un acierto editorial publicar un análisis de la obra de Franz Kafka "La metamorfosis", cuando los compradores fueron en su mayoría estudiantes de secundaria. Anticipé que William Blake no sería un fenómeno de ventas, aunque las hubo, pero con Kafka no fue así y agoté en dos oportunidades la provisión de ejemplares. La novela anunciada porque fue escrita en San Justo por un autor de la misma ciudad no la pasó tan mal aún cuando no tuvo presentación formal, y concitó, además, mucho interés entre el público joven y tuvo ventas aunque sabía que por el precio y ser un autor de la ciudad sería vista como desde una vitrina de fascinación a contraluz de la billetera. Sin embargo hubo ventas del primer tomo y hasta los dos tomos juntos. Así, escuché muchas veces en la voz de jóvenes la cifra que despertaba su título "Uy, mirá... Diario del fin" y luego, al ver los dos tomos amenazantes de la economía familiar, recular a una resignada admiración. Pero nada que iguale en ventas a "La anomalía de Jerusalén" en su segunda edición. 

También tuve un tiroteo verbal con gente de Filosofía y Letras de la UBA luego de la venta de un ensayo sobre Ucrania –me resultó ofensivo que la compradora aclarara que no imaginaba encontrar ese material en San Justo, sino más bien en "Puán"–, con una persecución bastante ridícula buscando conceptos detrás de la precisión de las palabras, episodio que quizá algún expositor debe recordar porque fue en el pasillo, con frases tales como "¿Y dónde mejor se puede comprender a Kafka a Dostoievsky o a Tolstoi si no es en la facultad?", lo que me suena a dogma del tipo "para admirar la Luna hay que ser astronauta", como si alguno de los nombrados hubiera egresado de la institución académica y hubiera escrito desde la semiótica distópica del futuro y no para el lector cotidiano siempre contemporáneo, lo que me lleva a confirmar que nuestras universidades son la versión moderna de la Iglesia medieval. Se sienten insultados cuando les digo que incrementan el problema y hasta le ponen un nombre –casi siempre una esdrújula–, más que resolverlo con simple y mundano sentido común. No aportan un carajo pero creen estar en la delantera de no se cuál fenómeno social. Concluyo: lo que ellos no hacen nadie debe atreverse a hacerlo. 

Curiosamente, las corrientes interpretativas que tanto detesto provienen de nuestros facultados. A ellos pertenece la confusión de las interpretaciones psicológicas del autor y de las obras, como si le aportaran una tridimensionalidad menos formal que declarada y que no resuelve nada. Nietzschianos, como son, enturbian las aguas para que parezcan profundas y en ellas se ocultan como caimanes para la sorpresa de los pescadores de mojarras. Yo no interpreto sino que analizo y no como académico, sino como lector y autor del realismo mágico, busco la punta del ovillo que, en este caso, se encuentra en el final y no en el comienzo. Si bien la interlocutora me aclaró que "veían" a Kafka en la cátedra de Ética, mucho me temo que los profesores lo enseñan como a una guía práctica de conexión de baterías para satélites.

Pero es cierto que tuve el ofrecimiento de una visita amistosa a mi stand del famoso escritor y arquitecto Gustavo Nielsen, un viejo amigo descubierto hace mucho a través del sanpedrino Abelardo Castillo, por eso mismo pensé en aprovechar esa visita y organizar una mesa de lectura o debate abierta al público que me ofrecí a conducir, evento al cual también el gran Luis Mey se ofreció de participar, además de otro autor del cual prefiero mantener su nombre en el anonimato. Pero la Secretaría de Cultura y Educación no respondió ni a tiempo ni tampoco confirmó ni negó la posibilidad de la propuesta. Y así nos quedamos sin Felipe Pigna, pero también sin Nielsen y sin Mey y otros que hubieran honrado a nuestra ciudad. El temario del encuentro anticipado a los coordinadores era audaz, al límite del descaro, al borde del enfrentamiento de intelectos... pero ya fue, como dicen los pibes.

Destaco dos momentos de las jornadas finales cuando un señor muy elegante y algo misterioso extrajo de un monedero un péndulo hermoso para medir las energías de un libro; tuve una conversación prolongada con él hasta que cerraron la carpa. Y luego al muchacho enorme castaño y trigueño vestido de negro, un semidarketo, de quizá 15 o 16 años, que se acercó en la vereda mientras yo fumaba en las últimas horas de la tarde sentado en un banco y muy sonriente me dijo que le gustaba mi peinado, pero que él no lograba eso mismo con su cabello. Desde mi asiento, miré los ramilletes de pelo fuerte, lateral y envidiable que florecían de su cabeza, y le aconsejé algunos procedimientos; el principal era que lo tenía largo para el efecto. Lo vi irse hacia Villegas feliz con las instrucciones, con la mochila y los auriculares blancos, y creo que admiré de él la audacia y la frescura honesta de su actitud para con una persona que casi cuadruplica su edad. Otros pibes y pibas que escucharon el diálogo desde otros bancos cercanos reían y sentí divertido ese momento, casi mágico.

La última noche cerró con la visita de Fabián Horvath, llegado desde Ciudad Jardín, y Ricardo Montarte, quien se acercó a saludar en la despedida. De cualquier manera cerré mi episodio con esta ciudad. No me quedan deudas. Lo que sigue es el territorio común como cualquier otro autor que busca y pelea por un lugar en el mercado ilusorio de libros y novedades editoriales. Mis pensamientos no están ya en el oeste, sino en la Feria de la Rural en 2016. Ayer retomé una gestión iniciada hace días. imaginario o promisorio, es lo que sigue.


CR