2 de julio de 2015

El otro yo


El 11 de julio de 1933 Borges 
publica una nota en el diario Crítica 
titulada Hace falta esa ley: 
Sobre la Proyectada Defensa de la Propiedad 
Literaria, opina Jorge Luis Borges.

"El escritor argentino, hasta ahora, estaba casi tan indefenso como el lector argentino. Sin ley de propiedad literaria, la literatura argentina constituía un fuerte instrumento para el enriquecimiento de los editores de las dos Castillas, de Polonia y Palestina, que actúan con tan justificado éxito entre nosotros. (...). Al mismo tiempo, esta ley nos defenderá de las perseverantes tentativas madrileñas de fabricarse un idioma propio, fuera del español, a base de lunfardo gitano. Ya hemos padecido un "Babbit" mucamo y agitanado, y un "Manhattan Transfer" agarbanzado y cañi (...). Con el proyecto presentado al Congreso por la S.A.D.E, se comienza a tomar en serio la circulación del libro entre nosotros. Los escritores, hasta ahora, cobraban solamente en gloria, en pergaminos, en belicosos banquetes de camaradería, en flores naturales adjudicadas por José María Monner Sanz, en órdenes de desalojo, en una vejez anecdótica y en concurridas apoteosis mortuorias. Es hora de que aprendan a tutear el papel moneda".

Respetable y necesario lo de don Jorge Luis, aunque la variedad que conlleva es que como ley no ha modificado el comportamiento desigual entre el crecimiento del escritor y el crecimiento del editor. Aún sobreviven métodos sucios de evadir el 10 por ciento que marca la ley, como la creación de premios fraudulentos para pagar con espectacularidad de márquetin lo no que suena en moneda de cambio, como he citado en otro texto de este mismo blog. También ahora los editores evaden esa ley o minimizan sus efectos contables cuando declaran mil ejemplares y editan 10 mil o 20 mil, el paradigma no ha cambiado y el autor no tiene como defenderse contra la mala intención y el usufructo no documentado; tampoco andaremos visitando imprentas para indagar cuántos ejemplares se hicieron de cada edición. Pero el resultado sigue siendo el mismo: el autor cuenta monedas para viajar mientras el editor viaja en una Ferrari.

Pero Pablo Katchadjián no es editor ni se ha llenado los bolsillos, hablamos de 200 ejemplares a 15 pesos –en su mayoría regalados–, no puede ser la figura violenta del "dolo". Si cito como encabezado de un texto una frase borgeana, tampoco pago los derechos de propiedad intelectual que lo involucran, porque son una cita. Y citar una o doscientas frases borgeanas del mismo libro no hacen la diferencia. Si escribo un estudio comparativo y debo citar páginas enteras de uno de sus escritos, tampoco evado esos derechos, porque es un ejercicio que lo involucra y lo requiere. Y lo que es anecdótico del episodio que altera estos días, es que no se ha quitado un centavo a la fortuna ni a la fama de don Jorge Luis Borges. Entablar una demanda por 1300 pesos a un profesor es tan denigrante para la figura de nuestro autor como embargarle propiedades a Pablo por 80 mil pesos. La figura de nuestro afamado no debe ser usada como un arma disuasiva ni como herramienta de castigo para dejar en ruina a los autores noveles. No se haga hoy el demonio de don Jorge Luis que no fue.

Déjense de hinchar las pelotas y desprocesen al autor de El Aleph engordado. No es un delincuente.

CR