28 de febrero de 2015

Birdman, un superheroe acosador


Cuando la ignorancia audaz opera 
como una virtud

¡Qué película maravillosa, por favor! Y de ella me asombran los dos extremos, por un lado, lo observable, don Michael Keaton, considerado un actor insípido –no lo es– y por el otro, acaso lo menos tangible, un guión tridimensional que especula con el terminator selenita que va de la magia a la realidad, y que por el momento, me resulta inalcanzable. Un actor harto de vestirse como un ser fantástico y un superheroe –bastante maleducado– que se resiste a desaparecer. Los diálogos son de una precisión envidiable y de un cinismo que me hicieron reir y hasta doler. Sin duda están resueltos por mesas redondas de gente experimentada, de lo contrario no podría concebir ni tal complejidad y ni tanta síntesis discursiva. 

Y frente al paradigma de arquetipos que buscan explorar y expresar desde la fantasía la condición humana, concluyo: está siendo más audaz el cine que la literatura. No se trata de "la imagen" versus "la palabra", no hay ninguna competencia, sino de buscar la humana profundidad con los elementos que disponemos cada uno en lo suyo: escándalo, alcohol, drogas, engaño, fracazo y el escape a la fantasía como válvula reguladora; aqui también funciona como autocrítica e impulsor de cambios –"la obra que ensayás ¡es una mierda!", le dice el desdoblado superheroe Birdman a su propio intérprete, Riggan Thomson (al actor M. Keaton)– emulando el intento de abandono de papeles famosos registrados en la vida real cuando menos en dos casos del cine norteamericano, el actor David Duchovny cuando renuncia a continuar caracterizando a Mulder en Los expedientes X y al reciente fallecido Neonard Nimoy en el papel Mr. Spok de Viaje a las estrellas, condena de papeles que los lanzan a la fama pero que también los anulan como actores. Recordemos la resistencia actoral de por vida de don Malcon MacDowell para quitarse de encima al sádico Alex de La naranja mecánica, papel brillante y tirano que lo inmortaliza desde 1969; lleva una vida casi entera tratando de ser otro.

Es el arribo tardío del cine al realismo mágico que antes fue literario, aunque que hoy habita los cementerios de las bibliotecas. Tampoco me asombra que el film recurra a una cuota de sangre –pero sin necesidad de bañarnos en ella– y de tragedia, modesta metáfora del sacrificio imperioso para alcanzar el éxito y recurso visto anteriormente en "El cisne negro". Es como "Brazil" (1985) pero sin la conversa derrota orwelliana del final, emotiva como "El luchador" pero sin la aceptación pírrica como destino, sino con triunfo. 

El cine estadounidense a menudo me harta, estoy cansado de films para pibes, pero reconozco también, cada tanto tiempo los hachazos de luz que filtran en la costra densa de un comercio que sólo parece reconocer a consumidores con granos en la cara, de manera tal que sentarse a mirar algo es sinónimo de "ver sin pensar". Birdman no es un producto visual orientado a pibes. Sin embargo, aquí va un palo aclaratorio: el afiche rojo, la placa o imagen representativa del film, es una cagada total, una muestra de cómo en un simple icono se puede arriesgar a una obra poderosa. Quizá por esa imagen burda y pendejera la evadí. Para terminar, de cinco, vamos a ponerle cuatro rigelios y medio ¡y un chori!


CR

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