19 de enero de 2015

¡Plof! justificado




No es bueno ni útil quedarse demasiado 
tiempo en un mismo lugar. Excepto raros ejemplos,
los grupos son casi siempre regresivos, decadentes y 
complacientes. Y lo que no crece está muerto.


A menudo cometo el error de polemizar. Expongo criterios que, a decir verdad, provienen de conceptos largamente elaborados y muchas veces inspirados o nutridos en pensamientos acertados y concurrentes de otros pensadores, artistas, filósofos, escritores, amigos, que también contribuyeron a cincelar mi propio pensamiento y mi estilo de observar la vida. Cómo explicar que un concepto de Federico Fellini, verificado en una experiencia personal, sea el promotor de mi "teoría del epicentro narrativo". Y que escriba más ensayos y críticas que ficciones habla de un espíritu crítico permanente de cuestionar lo que veo, muchas veces poniendo en duda premisas existentes. Ni la banalidad ni el conformismo o la aceptación son mis herramientas, aunque otros puedan confeccionar una obra con esos mismos elementos.

Nadie es por sí mismo, eso no existe desde que asistimos a la escuela primaria. La tridimensionalidad del ser no nace de un acto de generación espontánea, no es innato, a menos que el título de libre pensador o pensador autoformado esté signado por la creación de un lenguaje propio, con una gramática propia, una filosofía propia y hasta un sistema matemático propio. Todo lo demás es resultado de la inercia social. Incluso a quienes llamamos "genios" también adeudan a la educación general y la formación o universal o individual. Pensar en Amadeus Mozart sin Leopold Mozart, su padre, o pensar en Einstein sin Planck, sin Maxwell o Newton, es inventar arbitrariamente a dioses cuando sólo fueron hombres extraordinarios nacidos de la sociedad humana. Que otros renuncien a lo que se les fue dado. 

Pero ninguna cultura crece o mejora por el debate. Eso también es cierto. No hay una sola evidencia que confirme la mejoría de un grupo humano o popular o nacional producto de un debate o una polémica en las redes. Son por completo estériles. Nadie cambia ni mejora cuando, al contrario, a veces se ha llegado a la crispación de los ánimos. Como dice una película famosa "Cuando el vaso está lleno no se puede llenar otra vez". Al menos hasta haberlo vaciado previamente, lo que el género humano es casi imposible.

Hace poco, como resumen final, volví a advertir la futilidad de mis pasiones. Afecto como un idiota en querer ejemplificar lo inexplicable de la condición humana y, precisamente, en las redes. Es mi defecto. Quien está llamado a aprender aprenderá de cualquier manera, aún sorteando obstáculos, y quien no esté llamado a aprender, sobran las palabras, no aprenderá por mucho que se diga. Es una fantasía creer que en las redes sociales se aprende algo. Y hasta parece un trabajo cuando en verdad es una pérdida de tiempo. La experiencia no es transferible, me sirve sólo a mí. Por eso cada uno debe quemarse con fuego en la niñez para aprender a dominarlo. De poco sirve advertirle a una criatura que una quemadura es dolorosa. Pero, curiosamente, sí puedo enseñarle que dos más dos es cuatro para ayudarlo a comprender las matemáticas. Sin embargo no puedo quemarlo para que conozca cómo se siente el fuego en la carne.

Entonces, lo que pienso deviene de mis experiencias, mis observaciones, mis análisis, y me sirve a mí, como autor, para elaborar una obra, un perfil propio, solitario, una perspectiva racional o intuitiva pero nacida siempre de la percepción cognitiva. Como autor, finalmente, me cabe invitar al lector a observar el mundo de los fenómenos a través de mis ojos, pero eso no afirma que mi manera de ver es correcta, sólo es más nutrida o detallada o tal vez caótica. Es apenas mi manera de mirar. Es el lector luego quien dirá si mi visión de la existencia es pequeña, falaz, simplista, equívoca, grandilocuente, o acertada, minuciosa, correcta, implacable, empírica, existencial o apenas confusa. De un lado hay un destino, y del otro lado, bueno, no lo sé. No sé qué pasa con los demás ni me incumbe.

Pero no voy a volver a quemarme con fuego porque otro aún no lo haya hecho, así como no me preguntaré por qué tengo cinco dedos. No se vuelve atrás. Pero trataré de exponerme menos o mantenerme ajeno en lo que veo y pienso de absurdo en las redes. Cada uno tiene derecho a quemarse como se le antoje. Basta de solemnidad. Solo escribiré para quien quiera leer, pensar o reír. Pero si no les sirve, tienen el muro de Facebook lleno de mala poesía, notas mal escritas, pensamiento pueril y chongadas de toda naturaleza para una mayoría perfectamente pelotuda... ¡Plof!


CR