14 de diciembre de 2014

Conformismo y rebeldía


¿Y qué haremos cuando esta batalla termine? 
Respuesta: Prepararnos para la siguiente.

Qué misterio de la vida es que haya estado yo elaborando en mis pensamientos de estos días previos una relación entre esos  conceptos opuestos que titulan esta nota cuando asisto a una jornada con dos sucesos que parecen adherir a la metáfora histérica que conlleva y al paradigma que invita a continuarlo en el escrito: conformismo o rebeldía. En una generación y apenas un Proceso después, hemos renunciado al amotínamiento para mostrarnos definidamente satisfechos, realizados, concluidos. Es la antítesis de un comportamiento social resilente que creíamos resuelto.
Síntoma y perihelio del "hombre que se construye así mismo" vislumbrado por el arte del siglo XX, el ser social de hoy revela su naturaleza dichosa con un standard pleno de teléfonos móviles, de autos nuevos y de LCDs. Resignados con un relato oficial fácil que implica aceptar el trato de 'hijos', de infantes ingenuos e inconcientes, obsecuentes con el 'arte' terapéutico y de autoayuda individual –cuando sabemos que es bosta social–, derrotistas de la expresión artística genuina que implica cambios traumáticos frente a la crisis, resignados a auto-anestesiarnos para no sentirnos infelices, y tolerantes frente a la mentira en nuestras narices porque preferimos explicar lo inexplicable. Una y otra vez, cultores del conformismo o de la rebeldía ¿qué nos pasa a los argentinos? 
En 2003 el finado Néstor Kirchner firma el decreto por el cual sólo se aceptarían fallos de los tribunales de New York por los tenedores de bonos de la deuda –Holdouts–, ¡transmitido por cadenas nacional!, apenas un año después comienzan los reclamos por incumplimiento y los juicios, y ahora protestamos por el fallo; y porque no nos gusta como tal los llamamos 'buitres' a pedido de la muchachada. Apliquemos esta contradicción risible de los pelotudos crónicos camporistas al relato diario y tendremos el resultado clínico de la salud social: Estamos en coma farmacológico con una sonrisa inexplicable.
Anoche asistí como invitado a la asamblea anual de la Biblioteca Popular Almafuerte de San Justo cuyo presidente es Mario Tenuta pero cuenta siempre con la fortaleza espiritual inagotable de Paula Orive, Abdón Alonso y la digna majestad de María Angélica Maldonado, la bibliotecaria, además de una pequeña galaxia de autoridades cuyo esfuerzo silencioso debería avergonzarnos. La situación actual, las condiciones, en que debe funcionar una biblioteca popular, es deplorable, indigna de un pueblo que aspira a ser culto pero digna del relato actual que nos grita en la cara "¡La cultura... la cultura es la bandera de este gobierno!".
Luego de la mudanza de la anterior sede, propiedad en comodato de la calle Paraguay 2277 –gestión del senador Barrera del FPV–, desalojada para establecer el espectral Centro Cultural Ramón Carillo, donde todavía no hay nada ni creo que lo haya –gestión también del senador Barrera del FPV–, ahora tienen 21 mil libros sin espacio físico donde desembalarlos ni mucho menos acomodarlos, clasificarlos, volverlos accesibles, interesantes, factibles, y hoy ocupan cajas de corrugado, por ejemplo, en los baños de un anterior establecimiento del jardín de infantes,  actualmente destinado a 'archivo anexo de biblioteca' en una calle perdida más allá del centro nervioso de la ciudad, la nueva sede de Juan Florio 3624. Ese es el lugar que ocupa 'la cultura' en La Matanza: un baño para pibes, lejos y allá atrás. Los costos de la mudanza, claro y bien, a cargo de ellos, la biblioteca. Otra metáfora del "arréglense como puedan". 
El movimiento de todo el ejercicio contable de 2014 también es elocuente: 93 mil pesos. ¿Dinero, donaciones, aportes, asignaciones?... la institución sigue contando con la donación mensual del sueldo completo de María Angélica, menor a 3500 pesos mensuales, para los gastos regulares de la institución. Es decir, casi la mitad del ejercicio lo aporta la bibliotecaria de su sueldo personal. Estoy seguro que a una Unidad Básica del PJ, o de La Cámpora, destinan entre cinco y diez veces más, o por derecha o por izquierda, para la movilidad de la 'muchachada'. 

Nos hablan en los discursos políticos de "la quinta provincia" pero en las realizaciones no somos ni el centésimo pueblo de la patria. No somos nada. Y aún cuando terminan de bajar casi con repudio el busto de Sarmiento en el ex Colegio de Internados donde ahora funciona la Delegación de Desarrollo Social, en Avda. Juan Manuel de Rosas 1601 –todo un símbolo en la edad de las sombras tenebrosas–, las bibliotecas populares dependen de las remesas de dinero de la CONABIP, precisamente, creadas por el cuyano, don Domingo Faustino Sarmiento. Eso finalmente no dice que desde 1850 hasta la fecha en materia de bibliotecas no se hizo nada. ¿Y cuántas bibliotecas públicas hay en La Matanza para dos millones de habitantes? ¿Cuántos teatros, cuántos cines? Esa respuesta es lo real. Pero luego formulemos la siguiente pregunta, cuántas unidades básicas hay y enfrentemos el resultado con el de las bibliotecas populares o municipales. De qué nos sirve, entonces, erigirnos como "la quinta" cuando ni siquiera entramos en la lista de ordinales.
Después se ofenden por mis escritos en este, mi espacio privado de reflexión, espían a ver qué digo. Como las pendejas asistentes de nuestra Secretaria de Cultura y Educación quienes justificaban la anulación de mi stand en la Feria del Libro reciente por las expresiones críticas de mi blog hacia el municipio. Y eso fue luego de insistir y resistir con la mentira de una llamada hipotética que nunca me hicieron en la cual, según ellas, las asistentes, aseguraban que yo mismo había resignado mi participación en la feria. Y cuando negué tal llamada, recuerdo el comentario "Es su palabra contra la mía". De eso se trata: Para ellos, no ser sorprendidos mintiendo es lo mismo que decir la verdad. Seguramente son miembros de La Camporita alegre, la misma que debemos destronar en poco tiempo. 

Pero la verdad es otra. El método: Nos mienten en la cara, prueban a ver si la mentira entra sin problemas, pero si no pasa, insisten un poco más. No adherir al relato cínico de la mentira, no ser funcional con el Estado local, el provincial o el nacional, tiene ese precio cotidiano: la nueva desaparición de personas ahora consiste en la anulación social del individuo: "no es necesario asesinarte sino que basta con no escucharte". 
Hemos aceptado libremente sepultar la naturaleza subversiva de la conciencia social nacida del sentido del equilibrio a cambio de unas medallas de plástico manufacturadas en China y otorgadas por la herramienta del gobierno, el Estado. Claro que aquí hablar de "subversivo" remite no a un concepto subliminal de doble lectura, sino estúpidamente a metralletas y molotovs. Pero, a no engañarnos, aquí no habría un millón de muertos como en España por una lucha feroz entre sistemas de gobierno, o monárquico o popular, o de derecha o de izquierda; no habría cien muertos, no habría diez, no habría uno. Satisfechos con la cifra 7 u 8 mil desaparecidos documentados en el pasado –elevados con grandilocuencia hasta la cifra de 30 mil para sentirla más importante, más trascendente–, no quedan luchas por delante, estamos conformes, llenos de no sé qué. Recordamos a nuestros desaparecidos haciendo un asado con baile y guitarreada donde otros fueron torturados. 
Bien, pero tras despedirme de la Biblioteca fuí a la celebración de cierre del ciclo anual del CEIC, la Biblioteca Popular de la Imagen, también en Juan Florio al 3260 pero el evento fue clausurado por la tormenta, por lo que terminé en el Tokio clausurando mi propia jornada. La sorpresa es que pasó por la vereda un viejo amigo, Miguel Echeverría, quien al verme a través del ventanal entró a saludarme y comulgar con un café. La última vez que nos vimos fue durante la Feria del Libro mientras cenaba con un viejo amigo, Fabián Horvath, llegado desde Loma Hermosa a visitarme por motivos menos literarios que amistosos. Miguel me vio en aquella oportunidad y también se acercó a saludarme y vi que tenía un ojo afectado, además de padecer una angustia visible. Me explicó que tenía un tumor maligno detrás del globo ocular, también del diagnóstico lapidario, la sentencia clínica final de extirpar el ojo completo y su natural resistencia a perderlo. Me disertó sobre la contrapropuesta que le hizo a los cirujanos oculares acerca de otra manera de analizar la intervención, les habló de Pitágoras, de ángulos teóricos y diagonales para salvar su ojo. Y nada, la resistencia irracional de los facultados para modificar lo establecido por la medicina tradicional. 
Recuerdo haberle pedido que se cuidara; todo saldría bien. Dos meses después, anoche, le pregunté a Miguel por su ojo, al que vi aún con señales de hematomas. Me dijo que ya lo habían operado luego de un largo peregrinar por juntas médicas de evaluación y más negativas, y alguien que por fin lo escucha en sus motivos, la derivación a una científica de instrumental quirúrgico quien asiste a sus razonamientos y la aceptación de su hipotética y novedosa manera de analizar la intervención. Para eso necesitaron diseñar instrumentos, modificar los métodos, quebrar lo establecido. 
Y así se hizo: Miguel Echeverría, un loco maravilloso de San Justo, termina de revolucionar la cirugía ocular. Siguiendo sus planteos teóricos, cortaron los músculos laterales que controlan el movimiento visual, giraron el ojo, extirparon el tumor de 12 milímetros, aplicaron ganchos diminutos para reconectar los músculos, regresaron el ojo a su posición y un parche para un único día de convalecencia. Ahora gradualmente recupera la visión. Quizá descubramos los detalles en el próximo Congreso Internacional de Medicina Ocular. Aquí la rebeldía tuvo resultados inmediatos. Pero no trata de una medida de tiempo sino un concepto de la resistencia del sentido común en épocas autómatas.

El aburguesamiento nos ha llegado pleno de pobreza civil, de pobreza cultural y social, desactivando la duda, la crítica, lo contestatario, la rebeldía natural del ser. Por eso defendemos los derechos de un delincuente y no los derechos rectores de la sociedad contra la que aquel delinque y en la cual deseamos vivir. No hay crisis ni debate político ni social sino conventillo en las redes sociales. No quedan revoluciones por delante, sino teléfonos móviles en cantidad. Eso y las pancartas de las nuevas risueñas conquistas sociales que implican la renuncia a la razón anterior con la que fuimos educados. Es que a los nuevos argentinos no nos interesa la verdad, sino estar contentos. "Cuéntennos mentiras pero que sean alegres". Nos hemos recibido con honores de "hijos de puta". Y este gobierno trata de asignarnos por nuestra incomprensible docilidad el título aún más alto de Doctor Honoris Causa de hijo de puta.
Vuelvo a insistir ¿o conformistas o rebeldes?, ¿obsecuentes o contestarios?, ¿resignados o amotinados? Algo es seguro, pensando en todos ellos, en Miguel, en Paula, en María Angélica, en Mario, en Abdón, la reserva estética civil culta es lo último que nos diferencia de la bestialidad de vivir ciegos pero sonrientes, estúpidos pero felices, brutales pero resignados, simpáticos pero inválidos, nulos pero condecorados. Ellos son los héroes perdidos, escarapelas de una patria que se resiste a morir en silla de ruedas. Prefiero ser ellos pocos, antes que millones de nada para recibirme de hijo de puta feliz y popular con una 4x4.

CR
Copyright®2014 por Carlos Rigel