2 de julio de 2014

Ruido "literario"



La llamada "movida" no contiene nada. 
Es cáscara y sólo ha llegado para ocultar la aparición 
de un artista destacado, mediocrizándolo todo y
volviéndolo fútil, duplicando la cuota de trabajo de
quien acaso tiene alguna cualidad sobresaliente. 
Presagio incómodo de Ortega y Gasset, la vulgaridad 
se ha revelado tomado la delantera. Para esta 
nueva corriente de amateurs y allegados, la audacia 
compensa a la ausencia de técnica, de estilo, 
de conocimiento y de lectura analítica.

Congresos internacionales, cursos de escritura, encuentros de lectura, simposios, cafés literarios, coloquios, torneos de escritura, olimpíadas de letras, mundiales de poesía, caminatas por bosques culturales, presentaciones en organismos públicos, en bibliotecas deslumbrantes, ofertas de escritores fantasmas, ofertas de talleres on-line, concursos de narrativa, certámenes, ruido, ruido y más ruido.

Y lo cierto es que no han generado un autor destacado que merezca ser tenido en cuenta, un escritor que deba ser recordado, o una página memorable, una metáfora fresca o precisa o exacta o existencial o empírica o filosófica o marxista o contracultural, una llave de acceso a lo fundamental, un verso que deje huella o roto o especular o concéntrico, ni un alejandrino perfecto o una oración que parta de un hachazo a la vida o al amor o al mundo, un epicentro que haga eco y que perdure por fuerza de los escombros y las ruinas o la génesis de un pensamiento nuevo.

Sólo embeleso, preciosismo y más embeleso, y el desmayo frente a la palabra propia; eso y el CD explicativo de lo que no dice o no evidencia. Decía una vez Abelardo Castillo que la invasión de amateurs en la escritura se debía a que era, acaso, la corriente artística más económica. Claro, filmar, fotografiar, actuar o pintar es caro. A esa baratura debemos incluso la proliferación de autores "terapéuticos", es decir, quienes no cuentan con los 800 pesos mensuales para pagar 4 sesiones al mes de psiquiatra o de psicólogo; entonces se anotan en un "taller de escritura", que quizá les sale gratis, y allí disponen de un público obligado a escuchar las sandeces que escriben. Para ellos es el "techo", la cumbre. Entonces hinchan las pelotas con poemitas y escritos de poca profundidad pero que, sin embargo, por ellos es que esperan nuestra admiración, la mano cálida, la palabra grata y estimulante. O el Nobel.

Como quienes se me acercan para sugerirme que escriba el libro de sus vidas porque aventuran que me llenaré de dinero; suponen que será un éxito editorial. Y quizá se han pasado la vida fichando, gastando las veredas de la casa a la despensa, o cuya experiencia sobresaliente ha sido soportar la cola para pagar la luz o llevar una pancarta con alguna boludez o del Papa o de los desaparecidos o de la guerra o de la Paz o de los fondos buitres, lo que dicte la moda. Son los protagonistas de la nada. 

Y yo de nuevo les respondo que si son autores de la Teoría de la Relatividad Enquistada o mejores que la Madre Teresa de Calculta o si disponen de 30 mil pesos, lo hago, genus irritabile vatum, sí, lo hago. Pero hay quienes no son tan atrevidos y creen tener la dosis necesaria de éxito en la vida y se lanzan a la aventura de atormentar al prójimo con sus escritos, de contar lo mismo pero con la oración dada vuelta. Y nunca algo nuevo.

Tanto ruido y sólo más ruido pero ¿dónde está el Balzac de este tiempo? ¿Dónde el Góngora o el Lorca? No hacen falta binoculares para mirar esta edad: La metáfora está muerta. 

Barón Carlos Rigel



Copyright@2014 por Carlos Rigel

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