12 de julio de 2014

Localidad del viento


Quizá mi confusión provino de la ambigüedad genérica 
ya que la convocatoria claramente titulaba "Poesía de 
La Matanza: 40 años de historia" aunque más tarde leí 
que era anunciada en un reportaje o nota periodística 
a la organizadora como la "historia de la literatura" y 
hasta "investigación de la literatura", y así fui sin saber
con certeza de qué se trataba aunque deduje uno o varios 
géneros a través de los años.

Invitado por una de las organizadoras del evento, nuestra joven y bella poeta Anahí Cao, asistí puntual al evento en la casa social de los maestros, SUTEBA, sede San Justo, a un encuentro menos literario que poético en la disertación de Eduardo Dalter, donde los términos genéricos de la escritura fueron resumidos –drásticamente diría–, a la poesía con muy vagas menciones a la narrativa y nulas al ensayo, el estudio comparativo, la crítica literaria e incluso los géneros del revisionismo histórico, de la recopilación y la compilación histórica local, como hacía alusión el título amplio de un reportaje extra-eventual que amaneció mi interés. 

Es comprensible que la alternativa de intentar reunir la dimensión conciente de toda una literatura aterre y supere cualquier expectativa aunque abarque apenas los antecedentes literarios de los 40 años recientes para un distrito que se acerca en la actualidad a los dos millones de habitantes. Y también es cierto que el poeta es el arquetipo social del escritor en la metáfora faulkneriana, pero esto dicho en una cultura nacional que sobresale y que admira a los novelistas y narradores de la tradición sarmientina, es decir, los géneros que presentan un desafío narrativo superlativo y que implican una exteriorización profunda de su pensamiento y su intelecto, pero no sólo del autor, sino también del lector y la crítica: Es posible escribir 400 páginas, lo difícil es que el autor se anime a leer sus propias 400 páginas, aún cuando espera que el lector se someta al sacrificio que ni su propio autor acepta. 

Quizá por eso mismo prospera la poesía: no requiere ningún sacrificio leer diez renglones y permite una evaluación preliminar de la salud creativa del autor sin acceder a la selva inhóspita de páginas. Pero hay que recordar que pocos poetas se atrevieron a indagar las profundidades abisales del ser como explora Benedetti en sus novelas. Tal vez por eso mismo la novela y, la dimensión aún superior que algunos exploramos, la metanovela, siguen siendo los formatos inaccesibles de la excelencia académica, aunque se apilen las derrotas previo al incinerador. Por eso la conocida metáfora de Faulkner se autodestruye contra Cervantes y no la sobrevive.

Metáfora abierta: Hacia el final de su vida, William Faulkner, ese brillante granjero alcohólico y poeta frustrado resignado a la prosa, decepcionado con su obra, reconoció "Ojalá no hubiera escrito tantas novelas y hubiera escrito más cuentos, o acaso sólo poesía". Por esa fisura abierta se filtran los poetas de hoy, tomando una delantera nunca ofrecida y menos aún ganada.

Existir no alcanza, escribir no basta, así como respirar tampoco es suficiente para vivir. La Matanza no es culta, lo sabemos, y prospera en oasis geográficos erráticos que aún no pesan en la totalidad para identificarla. Y aunque no pertenezco al organismo espectral llamado "Autores de La Matanza", fueron exiguas en la tarde las menciones a los grupos de narradores de ciudades como Lomas del Mirador, o los poéticos de Tapiales o Villa Luzuriaga o Isidro Casanova o Rafael Castillo, La Tablada o Barrio Evita, muy poco de Gregorio de Laferrere, menos acaso de Virrey del Pino. Las menciones fueron más bien para el grupo Ramos Mejía y sus figuras destacadas por desaparecidas, coincidente con los fecundadores del emprendimiento editorial "La Luna que se cortó con una botella" en los '70 y hoy abreviada a "La Luna que". Pero el hueco sigue siendo meteórico, no existe un censo de autores aunque tampoco serviría para conocer a ciencia cierta cuántos autores en verdad son y aislados de los aficionados, y cuáles sus orígenes.



Quizá el contraluz confuso proviene de pensar en compartimientos mentales como "grupos" de trabajo segmentados según la ciudad, cuando en verdad los autores son solitarios, arbitrariamente dispuestos según el lugar de residencia por motivos socioeconómicos, lo que ha causado no pocas controversias. A esta altura de mi vida, no sé si acaso sirva clasificar según la localización exacta en el mundo excepto, quizá, el país y dicho con ciertas reservas: los autores son urbanos o rurales, como Bukowski y Rulfo, y o regionales o universales, como Cabrera Infante y Jorge Luis Borges, pero no sé si hay más, porque nunca se me ocurriría clasificar por ciudad a Kafka o a Neruda o incluso a Wilde, y mucho menos a Becket o a Arnold o Emerson, ya todos ellos conviven en mi mente aunque no los cruce en la panadería a la vuelta de mi casa, porque sólo un descabellado lograría integrar bajo un mismo techo a Marechal y a Martínez Estrada o a Roberto Arlt y Lugones. Sino, dónde deberíamos poner según este criterio a Julio Cortázar ¿fue porteño o parisino? ¿nacional o universalista? Quiroga, ¿era uruguayo o argentino o nacional? Son autores y ya. Caen donde pueden, hoy escriben aquí, mañana en Fiorito y más tarde en la cárcel de Sierra Chica o en Andalucía, qué más da.

Una de mis tantas estrellas narrativas fue el culto don Augusto Monterroso, premio Príncipe de Asturias, a quien tuve el honor de conocer en Buenos Aires, escritor nacido en Honduras, nacionalizado y preso en Guatemala, exiliado en México, que vivió en Chile como escudero de Neruda y que trabajó en Costa Rica y Nicaragua para morir, luego de varias vueltas al mundo, en México. Pregunto ¿a quién diablos le pertenece su patrimonio literario? Respuesta: A nosotros, la humanidad, aunque el recurso legal le asigne propiedad jurídica a su familia, por supuesto. Su existencia, sus padecimientos y cárcel vuelven su obra nuestra.

William Faulkner, el premio Nobel de Literatura tan querido y repelido, linaje de Melville y padre etílico de Bukowski, y cuya obra total suma veintiuna novelas, tres volúmenes de cuentos y apenas dos de poesía, también dijo "Entre el güisqui y la nada, me quedo con el güisqui". Aunque, en verdad, se quedó con la escritura.

Al final del encuentro se leyó poesía, algunas intensas, otras débiles, alguna memorable y otras inconsistentes, pero todas ellas ejemplares de un variedad que tampoco obedece a una clasificación ni ontológica o académica. Los poetas invitados a la lectura: Patricia Verón, Omar Cao y su hija, Anahí Cao, María Sueldo, José Paredero, Gino Bencivenga, Raúl Pérez Arias, Víctor Cuello, entre otros autores locales. Tampoco hubo una introducción analítica según el estilo de cada poeta y previo a sus lecturas, o vivencial o filosófico, o romántico o social, tradicionalista o simplemente semántico y cadencioso, lo que avanza con el criterio de la caducidad por donde menos ayuda a la comprensión o a la definición del perfil productivo de cada autor. Es abrumador, aún hoy, no saber qué es la poesía, pero es una suerte poder reconocerla al escucharla; también por ausencia. Por azar no nos ha tocado un poeta de dos etapas inconexas, como don Juan Ramón Jiménez, con mudanzas a cuestas, sino estaríamos en problemas.

Recuerdo que alguna vez me trencé en aporreo intelectual con el académico centroamericano Martin Jamieson cuando aventuró que Argentina tenía más autores que Panamá por una cuestión demográfica simple: mayor cantidad de habitantes. Molesto con esa idea, pensaba yo –y sostenía, mientras compartíamos un vino en su oficina de Caballito–, que, por el contrario, para iguales áreas superficiales, Irlanda tenía la misma cantidad de habitantes que Panamá, y sin embargo aquella isla lateral había dado al universo a tantos autores de prestigio, como Escoto Erigena, el Duque de Wellington, George Moore, Swift, Bernhard Shaw, Joyce, Wilde y acaso el más notable, don William Butler Yeats, y el menos importante para mí, Sir Conan Doyle, mientras que Panamá también ha dado hombres de genio pero en mucha menor cantidad. Mi intención no era hacerle daño a mi amigo con la comparación aunque ya estaba herido de muerte espantosa.

Prevalece, claro, la intención amena de estas propuestas y sin academicismos, aunque a veces los extraño, también el disparador común en estas reuniones que es la lectura pública de la poesía nacida siempre para ser recitada: Terminó como un café literario. Para concluir, la aparición o mengua de los autores en una región no es una cuestión estadística ni un fenómeno localizado geográficamente o poblacional y ni siquiera temporal: habitar la tierra tampoco basta.

A veces me han interesado menos los orígenes regionales de los autores, o sus domicilios postales, que sus orígenes literarios, por ejemplo, ¿cómo sospechar que un autor como Kafka tuviera su fascinante natividad narrativa en autores tan remotos como Melville y Swift?

Finalmente, si hay un escritor argentino, muy bien; si hay uno nacional, mejor; si uno es rural o tradicionalista, perfecto; si hay otro que es universalista, excelente. Y si uno de ellos vive cerca de nuestra casa, bueno, a alegrarnos de sobremanera, porque la lluvia, como el viento, no llega adonde se espera o se maldice, sino que cae y corre donde quiere. Por eso también hay sequías. 


Fotos de Martín Alejandro Biaggini

 Barón Carlos Rigel
Copyright@2014 por Carlos Rigel

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