16 de abril de 2014

La nube de metal


Comparto con mis seguidores el texto 
que precede e introduce a la lectura del volumen 
que aún mengua su aparición en el mercado.


"Prólogo maldito

Alguna vez confesé mi frustración al no haber podido establecer los nuevos mitos urbanos como anhelaba por esa época. En mi defensa, digo que es cierto que por esos años no tenía aún la perspectiva que brinda el paso recto del tiempo porque más tarde descubrí que era precisamente eso lo que venía haciendo desde hacía años. 

Quizás el equívoco angular provino de imaginar medusas, argonautas y minotauros en nuestra ciudad. De cualquier manera, incluso esta visión que termino de confesar, sigue siendo tentadora, ya que ofrece texturas imaginarias que si bien en principio no auguran nada bueno, sé que son cascadas de pensamientos cuyo destino final son siempre inquietantes al comienzo. 

Pero reconozco que suprimí a esos seres fabulosos en favor del humor, la crítica pretendidamente analítica, la prosa suelta, libre, la confección diaria de un cuaderno de apuntes acechado por incertidumbres, dudas, absurdos e imágenes que, tal vez, nutrirán un volumen de textos o serán desafíos narrativos o intelectuales bajo el formato de novelas o ensayos, dos géneros tan opuestos como influyentes en mi vida narrativa. Pero los mitos cada tanto reaparecen, es imposible suprimirlos, estallan perversamente como alegorías o metáforas vivientes, como recursos o apenas elementos de una historia. Los mitos anidan mis ideas.

Y de tantos escritos aún veo textos inconclusos pero atractivos que me recuerdan que la tarea no está ni siquiera promediada. Como un laboratorio biológico, hay una montaña de organismos en espera, debidamente clasificados, algunos como Frankesteins mal cosidos, otros con faltantes de órganos esenciales y también los hay apenas esqueletos. 

Sin embargo, luego de más de tres décadas de ejercicio literario cotidiano, finalmente confieso que aún no he descubierto cuál es la esencia que promueve la escritura; no sé por qué el lector sintoniza un rumor de signos a través del escrito que lo liga con el autor en la misma frecuencia, por qué el leyente se divierte con una sátira que produjo risas en su creador, por qué continúa leyendo un ensayo sobre temas que nunca supo que le interesaban. Dónde está el secreto. No lo sé. 

Quizás el descubrimiento más importante de mi vida es una sospecha abonada por la probabilidad. Sospecho que en un texto hay algo más que palabras, oraciones y estructuras discursivas. Es una hipótesis inductiva y pragmática, posterior al suceso, pero sospecho que el estado de ánimo del autor resultó incluido mientras cada imagen crecía bajo su mano, como una cadena del ADN, no del idioma sino de los sentimientos, como un espíritu del escrito o, acaso más atrevido, un alma de la semántica y la dialéctica. Hipotéticamente, eso le brindaría una vida individual y propia a cada texto, un latir majestuoso. Quizás el corazón del autor, dimensionado por el acontecimiento de proyectarse sobre el escrito, migró y quedó contenido allí, como un soplo de vida primaria. No son palabras, sino frases, o desesperadas o burlonas, meditativas o melodiosas, depresivas o divertidas, y ahora perviven más allá de los deseos primigenios del autor; o quizás por ellos mismos, no lo sé. Qué es lo que verdad existe en el universo real, ¿el autor o su obra? 

Cada libro es un evangelio, escribí una vez, por ende, como cualquier otro autor menor, simplemente escribiré lo que siento, lo que sueño, lo que padezco, lo que me divierte y lo que anhelo. He allí la escritura desnuda, maldita y soberana que acaso me condene".


Barón Carlos Rigel



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