25 de febrero de 2013

Epistemología del punto a crochet



Sobreviene un punto pendiente de la ciencia con el disparate 
de la medición del carbono 14 realizada sobre fragmentos del
Manto Sagrado, ya que las ciencias también han errado los métodos 
siendo precisos pero improcedentes por inexactos y faltos de sentido común. Sólo prueban que hubo efectivamente un incendio en 1350 durante el cual la reliquia sufrió daños y fue sometida a remiendos con distinto hilo, diferente tejido y hasta con la presencia de anilinas y restos de goma de fijación en los remiendos. Exactamente esos fragmentos fueron a datar. Son los científicos del punto a crochet.


La imagen en negativo fue contemplada por primera vez hace algo más de un siglo, en mayo de 1898, en el reverso de la placa del fotógrafo amateur Secondo Pia, quien estaba autorizado para fotografiarla mientras se exhibía en la Catedral de Turín. 

En 1978 se llevó a cabo un estudio detallado liderado por un grupo de científicos estadounidenses llamado STURP. No encontraron pruebas fiables para afirmar que se trataba de una falsificación, y consideraron que la aparición de la imagen seguía siendo un misterio.

En 1988 se efectuó la controvertida prueba de datación por radiocarbono sobre pequeños fragmentos recortados del sudario cuya investigación recayó sobre el Dr. Raymond Rogers, líder experto en química del equipo STURP y socio entonces del Laboratorio Científico de los Álamos. Los laboratorios de la Universidad de Oxford y la Universidad de Arizona determinaron finalmente que el Manto Sagrado databa de la Edad Media, entre 1260 y 1390 con una fiabilidad del 95%, cuyos resultados fueron publicados por desgracia en la revista científica Nature (la misma revista que el Dr. Mario Bunge tiene como emblema científico indiscutible). Dicha datación correspondería cronológicamente con la primera aparición pública e histórica documentada del Manto, lo que fortalecía la teoría de que la pieza fue creada en los años inmediatamente anteriores a su primera exhibición en 1357.

Rápidamente se descalificó el origen bíblico de la sábana para desviar la mirada inquisitiva hacia Da Vinci, ya que coincidía con las épocas contemporáneas al artista. Esto devino en una flamante teoría conspirativa cuyo mentor era nada menos que el juguetón Da Vinci, él y sus pruebas con supuestas sedas fotosensibles. Esto inspiró la idea de que la imagen del Manto no era de Cristo, sino del fotógrafo: el propio Leonardo.

Más tarde es elaborada una red compleja de explicaciones ilusorias y especulativas –cuando no disparatadas– atribuyendo propiedades ocultas en las obras del artista: Ya no se trataba de bellas obras de arte, sino de mensajes cifrados con destino a la humanidad futura. Tampoco se trataba de erráticos y caóticos bocetos inconclusos en la busca y elaboración de una perspectiva adecuada –algo habitual en los artistas que diseñan o proyectan, y que es producto de la famosa página en blanco– sino de códigos ultrasecretos de cofradías esotéricas a las que pertenecía el mismo Leonardo, sectas creadas especialmente o resucitadas de períodos oscurantistas para sustentar la hipótesis a través de conexiones sospechosas aunque pintorescas. De pronto en La última cena aparecía María Magdalena al lado de Cristo, aunque eso no explica por qué desaparece misteriosamente el apóstol Juan de la misma obra. 

En cuanto a la imagen del manto, el colmo de las hipótesis de técnicas de trabajo artístico a cargo de Leonardo llega al extremo cuando en el año 2000, la escritora Vittoria Haziel precisa que la sábana estaba realizada utilizando un pirograbador (un hierro al rojo vivo), con lo que quemaba superficialmente la tela mientras dibujaba la figura. Con este método resultaba en baja cotización la hipótesis de técnicas fotográficas. Es decir, Leonardo ya no era un químico experimental sino un empleado calificado de taller de manualidades. Poco faltaba para reducir la hipótesis de técnicas usadas al método de la carbonilla o el soplado de tinta china. Ciencia, técnica y ficción unidas para siempre, podríamos precisar. Algo así como reconstruir átomos con Plasticola.

El punto culminante de esta corriente chapucera inciada por los científicos del tejido ligero, decía, la cereza del postre, resulta plasmado por Dan Brown en esa ficción titulada El código Da Vinci como para asignarle al equívoco un pasado espectral y remoto. No había más que agregar, excepto resistir la medición del carbono 14 para sustentar una pirámide invertida y en equilibrio seguro, teniendo como responsable de la patraña al propio Leonardo Da Vinci que ahora, inextricablemente, era más grande de lo que en verdad fue.

La maquinaria perfecta de las ciencias había cerrado el tema atrincherada en la datación, hasta que un matrimonio de granjeros estadounidenses revieron minuciosamente las fotos ampliadas del Manto Sagrado por Internet. El detalle era observable, sutil, pero evidente: No coincidía el tejido en los bordes de la tela con el tramado interior. Y los fragmentos extraídos eran, precisamente, de los bordes del paño. El propio Dr. Ray Rogers se negó en 2005 a recibir las evidencias aportadas por dos personas comunes inspiradas en observaciones de sentido común. ¿Cómo se atrevían a dudar de su autoridad científica y del carbono 14?

Sabiamente aconsejado aceptó rever el caso y finalmente refutó la prueba de datación, admitiendo que las muestras cortadas en 1988 habrían sido tomadas de un área del lienzo que habría sido retejida durante la Edad Media, precisamente hacia 1350. En dichas áreas de la tela se habría mezclado el algodón medieval con el lino antiguo, comprometiendo de esta manera la medición. En otras palabras, sólo era necesario verificar el punto del tejido para saber que había algo irregular en la tela, ya que no había algodón en la Jerusalén de esos años. Al fin, ¡era un detalle simplemente visual!

Claro que ahora es tarde, pues el Vaticano se niega a mancillar la reliquia con nuevos cortes para la datación. Y aunque aceptara, el Manto ha sido sometido a una atmósfera ascética y sellado de manera tal que impide el proceso de cristalización y degradado del tejido, allanando de manera colateral el camino a nuevas lecturas por radiocarbono. Por lo tanto sólo es posible analizar las cenizas de las muestras extraídas en 1988, pero… ¿para qué? ¿Qué le puede aportar al creyente? Nos queda una pregunta inquietante: ¿qué habría ocurrido si el prestigioso Dr. Ray Rogers hubiera sabido tejer?

Pero no es el único papelón científico. También hay que sumar a otro profeta de la alquimia, el físico y matemático Dr. Steven Hawking, quien saca conejos de la galera en cantidades abrumadoras para sorpresa del espectador, ya que jamás somete a prueba sus conclusiones, como aquella del destino final del universo en los brazos de un agujero negro que fagocitará tanto la materia específica como los recuerdos de la misma, hipótesis refutada después por Susskind cuando niega que los recuerdos de la materia puedan borrarse aun en la garganta de un agujero negro, entonces Hawking, como salido de la vaina, rectifica y aclara que los recuerdos de la materia están seguros en otros universos –naturalmente sacados de la ilimitada galera que emplea en sus trucos– aunque dicha información desaparezca de este universo a cargo del siniestro agujero negro. Y transcurridos diez años, aún no ha presentado una sola ecuación válida o inválida, certera o falsa para someterla a sus colegas.

También hay que enumerar una larga lista de presencias mitológicas al mejor estilo del basilisco medieval y otras menudas variedades del pensamiento místico-científico, que por estar creadas en el marco de la ciencia no son menos fantásticas.

Por ejemplo el neutrino, algo así como el fantasma del electrón, con propiedades fantásticas de una ausencia reiterada por la falta de instrumentos adecuados para verificar su existencia, tales que merecerían un capítulo aparte. O del calor –que aún no tiene una explicación satisfactoria y concluyente para la física–, o del gravitón, –que vendría a ser una especie de larva astral de la gravedad ya que no se sabe si es partícula u onda o qué–, o también del Gran Atractor de la Astrofísica, especie de dragón en los márgenes del universo material –que curiosamente recuerda a los monstruos fabulosos que poblaban el fin del mundo conocido en épocas precolombinas– inventado especialmente para explorar una recesión de las galaxias observada pero inexplicable todavía.

Asunto, a su vez, que por ósmosis conlleva a recordar el derrumbe por accidente de una conclusión acerca de la finitud del universo cuando a un físico joven, Samuel Perelmuter, hace pocos años, se le ocurre verificar a qué ritmo se reduce la velocidad de alejamiento de la materia, es decir, estimar la desaceleración en la velocidad de recesión de las galaxias hacia la esperada regresión y reunión final de la materia en el cíclico Huevo Original inspirado en la suposición de que el universo se detendrá y regresará al huevo de origen para explotar nuevamente, y resulta ser que así, para disgusto de los astrónomos y su asombro, verifica exactamente lo opuesto, es decir que la velocidad aumenta a cada instante, de manera que el universo es ahora infinito, nunca volverá al origen –total que el misticismo cristiano bien podría decir: ¿De qué se asombran, no les dijimos que así era?–, lo que a su vez recupera una teoría en desuso acerca de la creación de la materia como relleno del espacio hueco resultante de la expansión universal –aumentando el empuje en vez de limitarlo– por la que Einstein precisamente fue burlado hasta avergonzarlo, ya que la teoría fue de su autoría. Hoy es la única ecuación existente para desempolvarla y analizar el contenido.

Pero ahora resulta que debemos aceptar a los profetas del cientificismo absolutista como si fueran nuevos semidioses cuando observamos que incluso las ciencias también tienen un lado mágico y chapucero habitado por fantasmas, torpezas, errores, ánimas y monstruos creados por nuestras persistentes e ilustradas fantasías. Luego del montaje de la compleja maquinaria epistemológica no se ha realizado un solo descubrimiento que valga la pena recordar a excepción de los promovidos por accidentes, ausencias u omisiones. En efecto, los descubrimientos son alteraciones que violan la naturaleza de lo observado. Los razonamientos, como dice Popper del inductivismo, son a posteriori y no el punto de partida. Sin embargo, parece que debemos agradecerle a los científicos que las manzanas caigan de los árboles, pero hay que recordarles que la ciencia no inventó la gravedad, sólo explica como tracciona sobre la masa, de lo contrario, los invito a que expliquen qué diablos es la gravedad, de qué está hecha. Y veremos los pizarrones llenitos de cálculos a falta de respuestas concretas. Mucho chamuyo.

Pero si nuestro Dr. Mario Bunge, epistemólogo de raza –especie de nazi de los métodos científicos– descalifica de manera peyorativa, implícita o explícita, las creencias –nuestras creencias– cuando las tilda de chapuceras por hallarse más allá de las ciencias deductivas o inductivas y, por su parte, las ciencias tropiezan y caen por la ausencia de sentido común, o adeudan a la creación de mitos justificados o aleatorios, no nos queda nada en el mundo de las certezas indiscutibles para aferrarnos firmemente que no sea o a nuestras creencias o a los mitos poco atractivos inventados por nuestros científicos.

Ambas requieren igualmente un alto componente de Fe. ¿Cuánto dice que ocupan los recuerdos en nuestro cerebro? ¿Cómo dice que se verifica la intensidad del duelo de perder a un ser querido? ¿Cuánto dicen que pesan nuestros sueños y ambiciones? Y además, ¿por qué los perros que poseen el gen del habla no recitan poesía?

O no existen estos entes o no nos alcanzan las ciencias para justificar sus existencias o inexistencias. Tanto axiomas como premisas no aportan nada nuevo al mundo y frente a modelos fijos de estrategias predictivas, lo mejor es repensar las leyes aceptadas desde lo básico con espíritu osado y permanecer atento a los descuidos; incluso a los caprichos de la casualidad de romper una ley y ver qué pasa. Se admite que las Ciencias están en pañales, pero hay que cambiarlos cuando apestan.

Del cosmos observado a diario apenas comprendemos el uno por ciento de la totalidad material. El resto debemos intuirlo, sospecharlo y dilucidarlo porque no lo vemos. Lo inmaterial es metafísica pura. Y así como todavía no se encuentra una explicación al calor, luego de bibliotecas completas de textos que exploran el tema, tampoco encontramos explicación para el Alma humana, también con bibliotecas completas, sólo que más grandes que las anteriores. Por ende somos libres de creer y depositar nuestra Fe donde queramos. Y allí, territorio menos lógico que sentimental, volvemos a estar definitivamente solos.

Resumen del capítulo Las Aguas de la Fe 
del libro La hipotenusa perniciosa
 Astrorey, 2011

Copyright®2013 por Carlos Rigel

No hay comentarios:

Publicar un comentario