11 de julio de 2012

Los árboles del ayer


Volví y miré el enigma andante 
en el tejido de los sueños, 
desnudo de corteza,
sin el guiño de la Fe o la esperanza,
perdido en el planetario 
de las ilusiones adolescentes,
que ahora pueblan tus pestañas 
desiertas de tristeza.

Y encuentro la fibra cruel del paraíso pretérito, 
desecho y vertiente que escapa de mis manos, 
construido a fuerza de amores, 
uno sobre otro, robados al océano de los años,
ahora ausentes de brillos parpadeantes, 
esculpidos eco tras beso. 
Pero no hay columnas ni mármoles 
que labrar en un futuro incierto.

El cincel también cayó de mis manos.
Ya no quedan unicornios minerales 
en los estantes de mi tiempo
sino la epopeya de cada instante 
perdido al ayer.
De cuando estaba lleno de respuestas 
sin preguntas, vacío de sombras 
pero sin ocaso todavía,
cuando no encallaba aún en esta ceguera 
de atardecer último del árbol añoso 
que ahora anida en la nube injustificada
de tu admiración.

Entonces era yo hermoso, 
cuando todavía los muñecos venían 
sin relojes de centellas y escribías tus deseos 
en cada guardapolvos
siempre con aires de diciembre, 
nunca en los de marzo.
Cuando estabas sin saber que vivías 
y poblabas el mapa de cada almanaque 
quitado a la creación sin saber el por qué.
Cuando no había dios que reinara 
en la oración,
ni oración que penara en tu vientre 
de trémula palidez
que ahora florece como una patria 
del reino dentro del reino
en el último cielo prometido.

Cuántas veces desmembré los destellos 
del amanecer mientras soñaba 
tu infinito nacimiento de papel.
Ahora apenas queda en mi edén 
una enredadera de palabras y 
circunstancias, 
de abecedarios sin sonidos 
de espigas que cantan mudas, 
mientras sueño que no llegarás 
sino como un tranvía sin riel en el corazón
y un bebé de cieno, rima y duraznos 
apretado en los labios.


Junio de 2007

La poesía inconciente no obedece ni a razones de la mente 
ni a lógica alguna, ya que esos son atributos de la prosa. 
Sólo tiene compromiso con el líquido semántico en un río desbordado. 
Lo que proponen los nuevos poetas es encausar el río salvaje, 
es decir, un bello canal de cemento luego adornado 
con puentes de azúcar para que resulte amable.


Copyright®2012 por Carlos Rigel 

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