10 de julio de 2012

Ballesta pro saeta


Extinguida la tinta de Monterroso, la lustrosa modestia de Rulfo, la felicidad de Cabrera Infante, el hachazo de Sábato, la duplicidad de Borges y la millonaria metáfora de Roa Basto, perdida la letra santa de Cortazar, extraviado también el rumor urbano de Benedetti y la prosa mágica de García Márquez, temo por la tragedia que sobreviene en las letras hispanas. 
Escucho a los poetas de novena que nos quedan, rumiando huesos fosilizados de una poesía muerta, y a los prosistas del reino vacuo que sobreviven sostenidos en un vacío sin parrilla ni pasado, inspirados menos en libros que en la televisión, cuando la figura sobresale a la obra, cuando no leer es una jactancia, cuando ignorar es el triunfo, cuando la ausencia de técnica es pureza de estilo, cuando la falta de estilo es recurso y cuando lo mediocre es aplauso, entonces me tiembla el ombligo. 
El Dorado de Pizarro llegó a su fin. ¿Dónde está el Sartre de este tiempo? ¿Dónde el Balzac? ¿Dónde el Unamuno? Multiplicada por un reino de dioses sin fieles, como un panteón de saurios de una edad pretérita, la literatura hispana agoniza. Pronto será embalsamada y expuesta en un museo de Madrid. Eso temo.





No hay comentarios:

Publicar un comentario