7 de abril de 2010

Quasimodo, Ministro de Cultura y Protocolo

Inquietantes
declaraciones de Martín Palermo: "Si me condecoraron
cuando erré tre, entonce voy a
errá tre más"


Así como alguna vez el Turco condecoró en nuestra tierra a Pinochet, cuando éste entre 1979 y 1982 intentó envenenar a la población argentina a través del agua potable de OSN, el actual gobierno kirchnerista –mediocre hasta la médula–, termina de condecorar a Martín Palermo con la orden de "Ciudadano Ilustre", quizá por errar tres penales consecutivos para el seleccionado nacional durante un recordado episodio que todos queremos olvidar.

Combinando ambos momentos pienso en la intoxicación mortal de perder 3 a 0 contra Colombia y recuerdo la noticia de la cantidad de infartados en Inglaterra cuando perdieron en los penales contra Argentina. Aquí sabemos de sapos tragados con esfuerzo y cuánto cuesta soportar la verrugas en nuestra garganta. Creo que Palermo no volvió a vestir la celeste y blanca desde aquella oportunidad, aunque eso no mengua los tres pepinos perdidos ni la condecoración que lo iguala con Pinochet –aunque también tristemente con Vilas–, si ese día podríamos habernos tomado un licuado de Woolite con jabón en polvo y vidrio molido fino que no hubiera pasado nada. Porque frente al envenenamiento público fue más eficaz Palermo que Pinochet, como si su ilustre ciudadanía nos inmunizara para siempre de la cicuta nacional de penales errados de hoy y de siempre, y que augura: "Lo que no te hace más fuerte, te mata".

No se trata de condecorar a un científico que trabaja por dos mangos en la penumbra de un sótano del Centro Atómico, o a un médico que asiste heridos de una catástrofe en el extranjero, o a un cacique del norte que resiste la invasión territorial de empresas privadas, no, sino de condecorar los aplausos genéricos con reservas de un sector social inmune a la acidez nacional y la crítica, porque si a este jugador le otorgan semejante condecoración, luego del veneno en su propia ley, entonces cave preguntarnos qué diablos le darán a los grandes cuando se presenten.

Diferente sería igual condecoración al final de su vida, plusvalía deportiva cuando se retira, porque no habría objeciones ya que se evalúa la trayectoria total –aun contemplados errores y derrotas–, como con Guillermo Vilas. En cambio así, cuanto director técnico dirija al seleccionado nacional deberá evadir a Palermo por dos motivos: por patadura, y para preservarnos del "mérito" de penales errados futuros que nos arruinen una clasificación o una final palpitante. Porque si Argentina estuviera empatando en el último minuto de una final frente a Alemania o frente a Inglaterra y hubiera un penal... ¿aceptaríamos a Palermo para patearlo aunque sea Ciudadano Ilustre?... O mejor, tras apuntar al arco y desmayar de un pelotazo a un señor de la tribuna para despedirnos así en la derrota, su condecoración ¿impedirá nuestra catarsis de insultos?

Por eso, queridos e ignorantes amigos del gobierno, es mejor recordarles que se busca premiar un evento destacado pero aislado en la vida de una persona sobresaliente (por ejemplo un libro o un descubrimiento), o se destaca una actuación ejemplar (por ejemplo una valiente acción civil) o, en el extremo, se condecora la obra total, final y cerrada de una personalidad (una vida dedicada a la literatura o el estudio o el deporte), alguien que ya no nos pueda avergonzar degradando incluso nuestra condecoración.
Esto último nos preserva, por ejemplo, de que una personalidad reconocida en unos años caiga en la mala y se dedique a asaltar bancos, o a estafar pagando cheques sin fondos. Esos actos también resultarían contemplados en nuestra condecoración. Por eso se entregan al final de la vida, para salvar el buen nombre del mérito que se entrega, porque sería más humillante quitársela que habérsela dado. Es la diferencia entre premio, mérito (o reconocimiento) y condecoración.

Así tenemos a un condecorado del que alguna vez rogamos ferviente y certeramente que no pateara y que cediera el lugar. Condenados al fracaso hay que seguir adelante, como el pelado que cae de un décimo piso y cuando va por el quinto dice: "Por ahora vamo bien".
Pero además, se rumorea en lo pasillos de la Casa Gelatina que está en proyecto condecorar al General Menéndez por no haberse suicidado, como corresponde, de múltiples disparos en la cabeza tras la rendición a los ingleses en las islas por la misma época en que Pinochet planeaba envenenarnos. Y después perdimos 5 a 0 en Buenos Aires, tal vez como una vacuna preventiva contra el 3 a 0 y los 3 penales seguidos del Ciudadano Ilustre Martín Palermo que nos hubieran puesto al menos 3 a 3 para salvar el honor de una afrenta ahora irreparable y tan bochornosa como ilustrada.
Imaginemos qué tamaño de condecoración le hubiera correspondido a Pinochet si el plan de envenenamiento de Buenos Aires hubiera resultado aunque sea en un 50% de los muertos esperados.
Sin duda (¡y la putísima que lo remil parió!), gracias a la intachable ordinariez del actual gobierno, estamos mejorando nuestra inmunología contra intoxicaciones cívicas masivas.

Entonces, ¡sean pacientes porque hay abundante veneno para todos!


2010 © Copyright, Carlos Rigel

No hay comentarios:

Publicar un comentario