23 de abril de 2010

Abbassat, la piedra de Babel


Nunca se habló del verdadero titán de aquella 
madrugada histórica.

Durante años de mi infancia escuché a mi padre, hombre de silenciosa sabiduría, decir que "al Titanic lo hundió Dios". No ajeno a la verdad, es cierto que el desafío quedó en pie en aquellos días, vale recordarlo porque es famosa la frase que fue escrita en la proa: «Ni Dios lo hunde», pero mal haríamos en responsabilizar a un oficial menor o, quizá, a un ayudante de cubierta por haberla escrito. Sin embargo, jamás se ha hablado acerca del iceberg que lo hunde.

Me preguntaba, entonces, cuál es la medida de insulto adecuada para promover el asesinato divino. Si analizamos las causas técnicas del desastre debemos sopesarlas a todas por igual. Lo frágil del acero en semejante frío, el diseño de las bodegas, el exiguo timón para semejante barco, le excesiva velocidad y un iceberg donde no debía estar y, para colmo, de noche. Pero ¿por qué estaba allí?

El estudio de los megatémpanos desprendidos de Groenlandia muestra un origen diferente a la histórica catástrofe y sus consecuencias bíblicas, porque para cuando el desafío –me refiero a la frase conocida– quedó en pie el 10 de abril de 1912 durante la celebración del titán, el témpano hacía 3 años que había emprendido el camino del desastre y solo viajaba a horario con el futuro. Por paralelismo deberíamos retroceder en el tiempo para encontrar los motivos de la maldición. Aún sin tripulación el barco estaba condenada a muerte. Su construcción estaba maldita; también cada remache de su vestido, porque por los días en que comenzó la construcción del esqueleto en 1909, a miles de kilómetros de allí, en Llulissat, el fiordo de Groenlandia, algunos millones de toneladas de hielo se derrumbaron al mar, como cíclicamente ocurre. La catástrofe estaba dispuesta: El témpano estaba en el mar.

El Titanic fue construido por la White Star en Irlanda, pero se ha olvidado que los propios irlandeses eran discriminados y repudiados por los empleados ingleses. A menudo sufrían palizas brutales a manos de trabajadores resentidos cuando resultaban empleados en detrimento de la mano de obra inglesa. No era una novedad hallar cadáveres de irlandeses apuñalados y abandonados entre las inmensas vértebras metálicas. Pero uno de los megatémpanos del desmoronamiento comenzó el lento derivar hacia las aguas del sur a razón de unos pocos metros por día, abriéndose paso entre los escombros para interceptar al Titanic, distante años en el futuro y muy al sur, adonde rara vez llegan los icebergs. Es un misterio divino que ambos registraran casi las mismas cuarenta y seis mil toneladas de peso.

Para cuando el barco fue votado el 31 de mayo de 1911, Abbassat, un meteoro de hielo, estaba accediendo a la corriente del Labrador a una marcha poderosa e imparable de casi medio kilómetro por hora. Era "la nueva piedra de David" y estaba llegando a tiempo para la cita.

Apenas cuatro días antes del impacto rotó por última vez sobre el punto de gravedad, girando embravecido y misántropo, y estuvo listo para el encuentro de colosos. Nada lo retrasaría. Es más, el barco debería apurar la marcha si quería llegar a tiempo porque la piedra ya estaba en el lugar marcado con una tolerancia de centímetros.

Y luego del trágico encuentro, apenas veintidós días después y sin motivos para seguir existiendo, la últimas huellas del verdadero titán se diluían en las aguas del Atlántico del norte consumido por templadas corrientes y sin recuerdos de lo ocurrido. Bueno, claro, excepto en la Memoria Oceánica que conserva el agua.

Si debiera encontrar una imagen bíblica que caracterice a la catástrofe, diría que el Titanic fue la lujosa Nueva Torre Babel que el siglo XX nos obsequió.




Copyright©2010 by Carlos Rigel

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