Veo inevitable la llegada de un cambio profundo en los hábitos sociales donde la condición fundamental será el mínimo o nulo contacto directo con las personas, la bajísima exposición al contagio donde hasta el saludo cordial será riesgoso; ni qué hablar de dar la mano, un abrazo afectuoso, un beso amable.
En Italia, la peste hace estragos. Su crecimiento alarmante es exponencial; se multiplica por sí misma cada 24 horas. Milán, sin ir lejos, está desaparecida del mapa. La cantidad de contagios es desconocida y cuando la cifra se conozca se habrá multiplicado de nuevo. Italia funciona por internet y entregas a domicilio.
La propia casa es el refugio de puertas cerradas, no hay visitas, poca gente en las calles, los estadios clausurados, los recitales, toda concentración masiva de público es evitada. Los trabajadores salen camino a sus ocupaciones diarias vestidos de astronauta. En las escuelas no hay pibes asistiendo a clase, permanecen cerradas hasta nuevo aviso, las oficinas de atención al público hoy son simbólicas.
Los mercados yacen vacíos de gente y es un recurso de emergencia el delivery, la entrega en puerta que evite asistir a los comercios. Lo complementario, por otra parte, es que los pocos productos que sobreviven en las góndolas de origen chino son vistos con horror. Hay embarques suspendidos, aduanas cerradas. Y muy probablemente el comerciante erradique toda manufactura proveniente de Asia del este. China es mala palabra, su nombre despierta un rumor helado de muerte silenciosa e invisible. La muerte roja. Sólo allí suman 470 muertos y la cifra de contagios es siempre provisoria; en 15 días se sabrá cuantos fueron hoy y cuántos no.
Alemania con 70.000 personas en cuarentena y 1.200 infectados. En Francia es el mismo panorama, como en la película reciente “Guerra Mundial Z”. Sea dicho que nuestra primera víctima del COVID-19 provino de Francia e ingresó al país el 25 de febrero. Y si le agregamos los métodos extremos del gobierno chino con los contagios confirmados, a quienes entierran vivos en pozos bio-digestores para taparlos de tierra y apisonarlos con palas mecánicas sin siquiera gastar de piedad una bala de gracia en cada uno, entonces China es el Kraken de los piratas, los zombis de la película, los extraterrestres infecciosos, las ánimas del film “Jaulas” (Bird Box).
Pero no es la primera pandemia en la historia de la humanidad. Hubo otras pestes letales como la del año 1000, llamada “Los fuegos de San Antonio”, que diezmó a la población de Europa. Digo que el 90% de la gente desapareció en poco años. Hace 1000 años, los pozos fueron habilitados para la quema de cuerpos, pero eran tantos cadáveres que formaban avenidas y montañas mortuorias a la espera del fuego terminal cuando, además, faltaban manos para ocuparse de la labor. La iconológica carta XIII de los arcanos mayores del tarot “La muerte” refleja la memoria social de una huella todavía imborrable a los siglos.
Los síntomas registrados por un cronista del bajo medioevo fueron aterradores. Los gritos desgarrados junto al olor a cadáveres podridos fueron el aire a respirar. Cada noche era de fierro caliente en una oscuridad de espanto. A las pocas horas del contagio –que era inmediato– se observaban ronchas febriles y el crecimiento de pelotas moradas en la piel del cuerpo en los contaminados. Y luego, según cuenta, la carne se desprendía de los huesos, como en un hervor de los tejidos abiertos y descascarados, más la sangre...
Esperpéntico todo. El propio cronista que registra los sucesos se despide antes de salir a recorrer la ciudad la noche ultima de su vida y su relato. Y allí interrumpe su recopilación, lo que nos advierte el destino final encontrado en las calles. En esa edad de ánimas y sombras comienza el uso de máscaras de ojos calados de picos largos, para evitar las asfixias, las capas provistas de capuchas sobre una vestimenta ya de por sí densa, compuesta de prendas sobre prendas, los guantes dobles para evitar todo contacto con los enfermos.
Esperpéntico todo. El propio cronista que registra los sucesos se despide antes de salir a recorrer la ciudad la noche ultima de su vida y su relato. Y allí interrumpe su recopilación, lo que nos advierte el destino final encontrado en las calles. En esa edad de ánimas y sombras comienza el uso de máscaras de ojos calados de picos largos, para evitar las asfixias, las capas provistas de capuchas sobre una vestimenta ya de por sí densa, compuesta de prendas sobre prendas, los guantes dobles para evitar todo contacto con los enfermos.
Europa de nuevo se ha vuelto el catalizador de la peste COVID-19. Pero el derrumbe del gigante asiático del este, cuna del virus con prácticas alimenticias repugnantes, no bastará para contenerla. Es inevitable un cambio de conductas preventivas sociales de proximidad que evada el contacto físico o cercano y aún indirecto.
El cine lo vio antes; de pronto adquieren relevancia “12 monos”, “Pandemia”, y la preocupante “Extermino”, que hoy resuenan como algo más que una ficción para adolescentes fantasiosos, sino una presencia temeraria sin brújula ni fecha de contención y erradicación. Pero podemos ya afirmar que abandonó el reino de la ficción para habitar en nuestra biósfera.
Costa Rica, Colombia, Chile, Brasil y ahora Argentina registran casos. La muerte roja ha expandido dominios en América, aunque aquí seguimos durmiendo al abrigo del fanatismo. Nuestro país reacciona tarde al terror. Al primer muerto de ayer, le descubrieron el COVID-19 por un hisopado post mortem. Imaginemos nuestras posibilidades de prevención. Hoy son 12 infectados y 70 en cuarentena. Mañana serán cientos y antes de un mes, miles y cientos de miles, quién sabe, antes que se tome conciencia real del peligro que subestiman en los accesos al país.
Con estos ineptos alegres que nos gobiernan, quiero decirles, estamos re cagados.
Rigel
Copyright®2020 por Rigel
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