17 de marzo de 2014

Gangrena desde el corazón




No es Lázaro quien se ha levantado de la tierra, 
tampoco un Golem de la tradición hebrea, 
sino el mismo Frankenstein. 
La variedad de uno a otro es que éste no tiene Alma 
y ni siquiera tierra; él sembrará y cosechará.


El pacto. El pacto y la siembra. La siembra de una semilla insana, como un virus de zombis. Y los ciclos de la naturaleza social, los pulsos del crecimiento de algo podrido de nacimiento. Como en un rito secreto celebrado en un sótano perdido de algún palacio de Centroamérica, con la concurrencia nutrida de un consorcio de autoridades máximas y representativas del continente de hace pocos años, qué otra novedad podían traernos más que la oscuridad. Los brotes de la peste han emergido a la superficie latina. El cuerpo social de América muestra los síntomas de la fiebre: es el rechazo de los anticuerpos, el interferón celular que advierte al tejido circundante. 

La asunción de extinto Néstor Kirchner fue la marca, el motivo del encuentro, y la propuesta del ALCA fue el disparador en épocas del nefasto G. Bush hijo. Más tarde viene el encuentro de jerarcas latinos, el pacto, el cáliz compartido, la copa desbordante de cocaína, de armas, de uranio, los juramentos sobre la espada de un Bolivar que, mudo, se retuerce en la tumba: la pluma estoica de metal ahora yace en manos de Fidel. Al libertador no le ahorran justificativos para el disgusto: le faltan las manos que fueron molidas, pulverizadas y mezcladas con el vino y la sangre del pacto. Y a sabiendas, los convenios con el Cartel del Sol, además de armarse para la guerra que viene. Claro que para llegar a Argentina y volver a Venezuela hay que cruzar por Brasil. Y todo eso observado por ojos electrónicos. 

Hitler en su mística satánica buscaba las señales terrestres del Hombre Nuevo, paradigma de una raza aria encontrada en la ficción de Flik, justificación final que cerró la tapa al frasco del holocausto. No es distinto al Frankenstein latino que persigue el pacto cubo-bolivariano, una especie de mercenario nuevo, nervioso, asesino y leal, dispuesto a todo. Pero el pacto no alcanza, también hay que conducir a los pueblos camino o al triunfo o al abismo. Ahora el enemigo es tanto interno como externo. Y en medio del pacto y la ceguera, sociedades por completo postergadas, hambreadas, de reclamos casi primitivos. Demasiados frentes abiertos para resistir; demasiada descomposición para vivir, demasiada indolencia para andar.

No sabemos si Cuba entendió el mensaje aunque obstina por estas horas en no mirar ni escuchar. Mientras mantuvo sus términos en la isla, e iluminada parcialmente como subproducto de un declamado "bloqueo" y de los contraluces de un siglo XX que aún no termina, incluso teníamos derecho a mirarla románticamente, nacida en una zona de clivaje con dos severos padres fecundadores, aunque sin madre conocida. Crecía entre la duda social de un deseo y una certeza equitativa que aterra. Pero desde que invade el continente y promueve el aplastamiento de la protesta civil por el control del petróleo, las armas, las drogas, y hasta el uranio administrado por la cúpula militar de Venezuela, la máscara de Cuba ha caído y ahora nos muestra, nos revela, su verdadera naturaleza ruin, inhumana y ambiciosa. Cuba rompió su impuesto autobloqueo, y como un violador prófugo causa estragos en las calles continentales. No hay vuelta atrás. Ahora surge la pregunta largamente evitada: ¿Cómo se llama una revolución 50 años después de cumplidos los objetivos? 

El corazón putrefacto dividido en dos hemisferios, el cubano y el venezolano, amenaza pudrir al organismo latino. Nuestro gobierno, con la inconciente Cristina Fernández al mando, ha buscado a los peores aliados, ha continuado los pulsos de una liturgia de los secretos sucios; cree acaso que los embarques de intercambio entre Venezuela y Argentina no son detectados por la inteligencia de la comunidad internacional; ambos gobiernos piensan que los buques de doble fondo que vienen con estupefacientes y uranio crudo, y van con uranio enriquecido y armas no son detectados desde el cielo por los radares espías electrónicos de potencias extranjeras; creen acaso que los despachos de toneladas anuales de cocaína que amablemente las FARCS le envían a la ETA a través de Ezeiza no están intelectualmente descubiertos en sus fines, que no hay conclusión a tanta señal. Tampoco a la asistencia de personal militar chino, cubano y ruso detectado en las filas de la GNB; incluso argentino; o que nuestras armas también matan venezolanos en estos días, sobre todo para quienes piensan que debemos mantenernos ajenos al conflicto.

Qué misterio que el Papa sea argentino, nacido en estas comunidades hambrientas de verdad, de honestidad y de justicia, como parido por un rayo separador en el Valle de las Sombras que cruza el jardín de las delicias tenebrosas. Es una suerte que ahora more en el Vaticano, sino estaría expuesto en un féretro de álamo, rodeado de calas con una ráfaga bajo la sotana. Es el Dalai Lama del nuevo siglo, el refugiado de Dios. Tanto dictador común no tiene derecho a presentarse erguido frente a él, cuantos sean tienen la obligación de quebrarse como es debido ante su presencia, o de llegar con un tutor en la pierna. Es la señal de la impureza pública en el altar. 

Las calles de Venezuela drenan sangre, es cierto, pero si pensábamos que Hitler fue lo peor de la humanidad del siglo XX, quedémonos a observar; seremos espectadores víctimas de la quietud del XXI. Así comenzó la Segunda Guerra. Curiosamente, la respuesta al paradigma sanguíneo de la infección, el mecanismo biológico de defensa, viene a quedar en manos de la resistencia venezolana. La gangrena avanza esta vez desde el corazón, quizá salvemos los brazos y las piernas y, con suerte, estaremos listos para armar un frankenstein perfectamente latino pero, a fin de cuentas, sin latidos.

Barón Carlos Rigel

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