6 de abril de 2011

Desilusión en carne ajena



No todos están obligados a tener un vida 
interesante ni aventurera.
También hay que inflar globos en las fiestas, aplastar sillas,
hacer compras en la despensa, gastar las veredas y 
hasta mirar el noticiero todos los días. 
No es necesario ser escritor... ¡si ya hay muchos!


TRAS rogarle que abandonara la escritura para siempre y antes de que lastimara a un ser querido —e incluso a sí misma—, la vi descomponerse en indeciso llanto. Buscaba acaso que yo dudara de mi afirmación. No lo hice. Pero como le corresponde a todo caballero compasivo contuve sus lágrimas, acariciando sus manos con ternura. La carpeta esperaba inservible en la mesa.
Me miró semioculta tras el flequillo.
—Pero... ¿ninguna cualidad? —preguntó.
Mi pétrea quietud y la mirada láser le fueron suficiente respuesta para entregarse al desconsuelo final. Pero en el intento de contener su bien merecido duelo, agregué que no debía preocuparse porque tampoco tenía cualidades para astronauta, ni para asaltante de bancos, tampoco tenía fibra para cirujano, ni para chofer de naves espaciales, ni mecánico de motores diesel, y que nunca sería reina de Inglaterra, ni modelo publicitario, ni premio Nobel de Física, y que no debía perder el sueño por eso, ya que con atender un comercio de ropa era suficiente para sentirse ocupada el resto de su vida hasta que un día el guarda le picara el boleto. Y en el intento de contenerla, buscando igualarme con ella al listar mi propio catálogo de imposibilidades, agregué con energía:
—¡Yo mismo no podría cazar reptiles! 
No sé si se sintió contenida porque no la vi más".


de La piedra de Babel, 
2010
Copyright®2011 por Carlos Rigel