29 de mayo de 2016

El hiato de las diferencias



Observando las características que desagregan al kirchnerismo del peronismo, una de ellas es que éstos últimos hoy se autoconvocan al silencio, se confunden en el follaje ciudadano y callan, sobretodo cuando el eje de interés público ha cambiado de la Rosada a Tribunales, porque, ¿qué mingas pueden decirnos ante el show de allanamientos, detenidos, capturados y reos, con arqueo de propiedades y fortunas fruto de las estafas públicas? ¿qué ante el recuento de muertos?

Pero el kichnerismo residual, antes que llamarse al puto silencio perpetuo ¡de por vida!, o hasta que los fueros recuperen parte ínfima de lo saqueado, a costa de años de penurias repartidas entre millones de argentinos, eligen el camino del ruido, de la opinión y el ridículo. No llegan al Guinness por desarrollo, sino por robo. Y ven pero niegan. Como encontrar un cadáver luego de una semana de muerto e intentar reanimarlo, u obstinar en recuperarle el color inyectándole suero. 

Ahora se tienen por refinados demócratas cuando un elefante les enhebraba la aguja. No son próceres. Fueron cómplices del fervor, encubrieron legajos con asesinatos, taparon el robo con incendios, celebraron mentiras con aplausos, justificaron y promovieron la trata, hospedaron de brazos abiertos al narcotráfico, quemaron urnas para simular triunfos, cubrieron lágrimas de muchos con burlas, negaron lo visible mirando para otro lado. 

Vivieron un San Galtieri diario e hicieron de la Patria un Coliseo, y hoy asisten a las ruinas de una Pompeya recreada, eso nos dejaron junto al odio. Sus blasones están a la vista, el "periodista" Roberto Navarro, la escarapela; el tonto de Brancatelli, el sabio; Víctor H. Morales, el filósofo; reos, arrepentidos y prófugos, los nuevos compañeros del esplendor patriótico. Todos al montón y de oferta. 

Y de la "Resistencia con aguante" se convierten al "Aguante en el absurdo", porque se jactan de ser fanáticos, cuando la ceguera es la virtud y la venganza es la paz del corazón, la esperanza de sangre en las calles es la redención de causas. No les ha quedado más que el culto al grotesco, la fantasía del delito fácil, la evasión de las consecuencias y la educación de sus hijos en el robo. Siéntanse los nuevos barrabravas que nos trajo el peronismo en su vientre, nos heredan el pensamiento de bolsillo.

Antes les bajaban linea de la Rosada, ahora tienen a 100 protocaudillos millonarios y gorilas para bajarles línea, ocultos en una montaña hecha de tontos y brutos salidos de una cancha de desperdicios públicos. Les queda el tiempo para hurgar detritos en la basura y retroalimentarse de rencor. Coman mierda. Son la nueva secta umbandista, comandada por brujos mesolíticos con infierno portátil. No volverán, ahora son los marginales. Pero son pocos y cada vez menos. No cuentan, no suman. 

Gárgolas hubo siempre, pero cuando un animal urbano tuitea "Si la tokan a la GEFA le prendemos fuego al paiz, no nos importa nada", quiero que sepan que esa bestia extramundana los identifica de lleno, los resume, es síntesis, humus y éter. Y los anula. Porque no se han llamado a la reflexión ni al silencio, sino que desde la cárcel social todavía se piensan nuestros libertadores. Ortega y Gasset –felízmente ahora reunido en la misma persona–, fue tan futurólogo como Orwell, pero no conjuraron el resultado: ustedes lo hicieron posible. Estamos en el después. 
 b CR

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26 de mayo de 2016

La justicia, ¿patea o hace tiempo?



Si fuera un tiro libre demorado, el árbitro 
ya les habría sacado la tarjeta amarilla.


¿Quién dijo que el hijo de Milagro Sala es inocente? ¿Quién dijo que el esposo de Milagro Sala es inocente? ¿Quién dijo que Máximo Kirchner es inocente? No deben ser vistos como miembros de instituciones familiares clásicas, sino como bandas dedicadas al delito. Son pandillas de saquéo organizado, cómplices, como carteles de drogas o de secuestros o trata de personas. Tampoco los miembros de la cooperativa Tupac Amarú son inocentes. Véanlo al hijo de Milagro Sala responder que el auto que maneja se lo ganó haciendo changas. Nadie le pregunta cuáles son esas changas, quienes fueron los beneficiarios en el intercambio de servicios o de prestaciones.
U observemos a las hijas de Jaime disfrutar de la fortuna ganada por su padre a fuerza de sobreprecios, fraude y muertos; o al hijo de Lázaro Báez burlarse y celebrar habernos cagado millones en una estafa y robo público de los que no se arrepiente. O al abogado Chueco, e hijas, en la comedia psiquiátrica de un suicidio tan anunciado y burlón que termina siendo risible, porque deberíamos considerar que el chanta quería suicidarse llevándose 160 mil dólares para gastos menores. El mensaje no es de la Justicia a nosotros, sino de ellos, los hampones a nosotros, nos dicen: "Somos los iluminados. No sean giles, métanse, nadie se salva laburando. Nada les puede pasar, los jueces son una burla, los Tribunales son un desfile de modelos".
Se burlan de nosotros, somos los giles del esfuerzo diario, los del intento cotidiano por estar mejor yendo por derecha. Robar mil pesos es delito, lavar miles de millones ¡con pruebas en la mano! todavía no. Así, quienes debían empujar un carrito de por vida en la base social para ganar la consideración y el respeto de sus propias comunidades a fuerza de soles e inviernos, hoy son magnates, gente entrenada en la estafa, en la mentira y el apriete, con propiedades, autos, yates, pisos completos en edificios impagables, lujos que ningún trabajador o jubilado ha conseguido honradamente luego de decenas de años de trabajo y aportes. Para ellos es la burla. Es decir, para todos nosotros.
Así como existe la figura del abandono de persona, aquí es algo más grande, es abandono de pueblo, es la busca de la felicidad sobre la desgracia ajena, la siembra de la desazón, la proclama de la indolencia social. Eso les produce risa. Y para conocer cuánto se prolonga esa risa en el tiempo, apliquemos el burlómetro social: admiren a Oyarbide, disfrutando con baile hot la burla de habernos cagado, saberse impune y saberlo impune, intocable; o el chin-chin de güisqui de Martín Báez. Y la plebe mira por la ventana lo que proyecta una pantalla como si fuera de otra casa, como si fuera un show de Tinelli donde alguien gana un certamen y por fuera de cámara otro alza el cartel que dice "Aplaudan"... Aplaudan, giles.
La propuesta de "paz, de diálogo y de armonía social" del Papa se mide en el umbral de tolerancia de una sociedad permisiva que, o calla impotente –señales detectables por encuestas, como decir: detecto señales cerebrales mínimas–, o que estalla de fervor por una Copa Libertadores, pero que no sale con hacha a las calles para romperlo todo en una muestra de hastío y repugnancia terminal; con jueces que ríen, que juegan o que bailan en nuestras caras y delincuentes que festejan la fortuna de habernos robado límpiamente por el porcentaje para la corona. En Corea o Cuba o China la mitad hubieran sido fusilados y la otra mitad condenados a cadena perpetua, como el dueño y el arquitecto del shoping que se vino abajo por ahorrarse unos pesos y murieron 500. 
Pero no es ni Cuba, ni China, es Argentina, país del fenotipo muy popular: "el vivo criollo", el que al fin ascendió al poder y fue gobierno durante 12 años. El show de Tribunales debe continuar sin tarjeta amarilla. No patean el tiro libre: hasta el árbitro está haciendo tiempo.
b CR

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20 de mayo de 2016

Arkhand astral





La misma patria del mundo que nos dio al diseñador Erté (el extravagante Romain de Tirtoff), hoy nos entrega el arte fotográfico exquisito y aristócrata de Arkhand Andrey Arkhipovsky. El creativo publicitario y diseñador ruso es orfebre y promotor de imágenes que construye con la misma premura que una joya. Claro que no hay un arte de elite ni otro popular porque más que un deseo es una conclusión, un arte resultante del curso que cada sociedad emprende o por conformismo, o por fractura o experimentación, pero afectado siempre por lo que trae en la inercia de su historia: para ser espontáneo hoy hay que tener siglos de antigüedad porque todo arte nuevo es un cisma del anterior.


El amigo Andrey diseña portales gráficos de teatro, pantallas de programas de TV, convocatorias a ciclos anuales de conciertos, viste de esplendor pácayin de vinos, latas de caviar, joyas. En su visión celestial de una teodisea bíblica y preciosista no sólo aplica silfos y querubines, sino además elefantes, monos, tortugas, camaleones; habita en ella la majestad de un poder sobrehumano donde caduca la división entre lo salvaje y la cúspide del ser. Siempre inspirado en la fotografía, la herramienta creativa no es el Photoshop, sino su mente.

Una vez me confesó ser el "observador de Dios", aunque los defectos de traducción del ruso al español me obligan a dudar del sentido de la expresión –o de su destinatario– ya que también tiene una obra con ese título, pero a poco lo he ido tipificando, a él y a su visión astral de la existencia, la visual de un aristócrata sobreviviente a 70 años de régimen marxista. Como en literatura, la Rusia zarina le ha dado al mundo mucho más arte definido con su aristocracia imperialista que toda la república proletaria. De nada sirve dejar los brazos libres cuando se cortan la cabeza y los pies a una sociedad.


Tengo el acuerdo del artista para utilizar como cubierta de libro una pieza de mi elección de su "Album de Ilustraciones" pero todavía no decido cuál, ni siquiera qué libro. E ironizando a los nihilistas rusos del bolchevismo "Entre un par de zapatos nuevos y al arte de Arkhand, me quedo con el arte". 

Rigel

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14 de mayo de 2016

Letra de carne y corazón










Girri, el poeta argentino, decía en una oportunidad que los poetas eran más responsables hacia los sentimientos del ser, dicho casi en menoscabo de la narrativa; configuraban para la prosa, en su opinión, una imposibilidad restrictiva del género. Estoy parcialmente de acuerdo, porque no puedo seguir a los autores de poemas que crean una esfera imaginaria de belleza y felicidad para inspirarse y escribir versos que ni ellos disfrutan, y con los cuales a veces se fuerzan en una identificación frívola que no les cabe —no alcanza con vestirse de poeta y ni siquiera con escribir poesía—, cuando a su lado tienen la suma de la realidad y la actualidad sin evasiones, cruda, maravillosa, fría o cruel para inspirarse. A menudo el poeta se cierra sobre sí mismo y con el juego de palabras piensa que basta como novedad, pero hay que recordarles que sin la subjetividad nacida sería inconcebible la Oda a la farmacia, de Neruda. 
No es difícil congeniar la maravilla en el vuelo de la golondrina o del albatro, lo dífícil es encontrarle belleza al vuelo de la gallina: ese es el desafío.

Lamento herir gente, pero la prosa se ha acercado más a la exploración del ser real desde su nacimiento y al mundo posible con exuberancia en el último siglo narrativo, cuyo paradigma es el ser desnudo en toda su potencia frente a las circunstancias o comunes o extraordinarias de la vida. Es el lado subversivo de la narrativa. Tanto novelistas como cuentistas hacen un dios de cada personaje ficticio, y siendo letra, les dan vida a arquetipos ilusorios para volverlos probables. He allí la maravilla de indagar almas posibles: ahora existen Quijote, Gatsby, Funes, Raskolnikov, Bovary, Samsa, Bloom, Vidal Olmos, Beatrice, Olivera, Doli, Buendía y tantos otros, como parte constitutiva de la humanidad cuando caminan a nuestro lado, además de quienes llegan de la mano con ellos y también coexisten, como Sonia, Sancho, Virgilio, Cruz, Recabarren, Molly, Dulcinea, etcétera. Y cuanto más profundice el autor en el alma de su propia creación, más se aproximará a la existencia hasta cobrarlo real; incluso más real que su propio creador.

Es entonces cuando el personaje trasciende el libro y supera la ficción, para habitar la galería humana de los supraexistentes, quienes están más vivos que una persona real y desbordan las generaciones. Así, cuando don Quijote es parte del memorial de nuestra familia, o la transformación de Samsa habita en nuestras pesadillas, o nos condolemos por las vicisitudes de Fantine y Jean Valjean, porque con todos ellos vivimos la desazón, la esperanza, la redención, la condena, el amor, la tragedia, la ilusión, entonces se ha resuelto el paradigma que intentaba separar lo ficticio de lo vivencial: ambos comulgan en la misma fuente de ese enigma que es el hombre, la humanidad. La paradoja creativa no podría ser más cínica y descabellada: dioses mortales de carne y sangre, creando seres ficticios inmortales. Quizá estos últimos salven a los primeros de una muerte tan indigna como inevitable.

¿La poesía crea sentimientos? Puede ser, pero la narrativa crea vidas completas, unas fallidas, otras felices, pero muchas de ellas inolvidables. Incluso se vuelve exiguo el género del poemario de aplicarlo recto a La divina comedia por fuera de los sonetos barrocos detrás de los cuales Dante cruza los planos de la creación en busca de una idealización de Beatrice, a quien suponemos tan bella como Dulcinea. Y así como Girri defiende los atributos de la poesía, también mencionemos a Sábato cuando simboliza al novelista como un submarino capaz de descender a las abismos de ser, desde el rey y señor de las profundidades, o a Borges cuando, con una metáfora análoga, se refiere a Benedetti como un "buceador de aguas profundas", pocas veces tan acertada la imagen con el creador de vidas e historias. 

Pero hay que pensar esencialmente como novelista y no como poeta para crear a Fierro o a Hamlet, además, también ser audaz para dejar de ser uno mismo y ser otro, alguien verosímil, alguien posible; eso mismo hace el narrador de historias cuando se viste con la piel de otro ser y de otros seres para vivir y transitar otras vidas. Es ahí donde caduca la poesía, en el origen mismo del realismo narrativo. 

Tampoco toda historia escrita es un acierto, sólo dice que la apuesta es más alta, más imponente, un poema arriesga 20 renglones mientras que una novela apuesta 300 páginas, aunque el estilo de fracaso es el mismo: mala poesía o mala narrativa comparten el mismo cesto de basura y olvido, aunque es probable que el poema evada el cesto y camine a su edición oculto en una lista de títulos. Pero incluso el narrador también recurre al resumen del verso en los epígrafes del título, porque necesita de la concisión. Nada es absoluto, por suerte, pero de lo que se trata con el escrito, es de dar vida con la palabra. Y cuando al fin late, lo hace más allá del autor. La humildad, a fin de cuentas, no le sirve a un dios caído que escribe novelas.
CR

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6 de mayo de 2016

Activación de fantasmas con auspicio


Lectura de poemas al mundo auspiciada 
por el gobierno de La Matanza.

Me alegro de no participar ni enterarme de los resultados de semejante herramienta capitalizada por el Estado. Ya veía el desarrollo de un lugar común que no es promovido por una fundación, como mis amigos de la costa atlántica con la "Marathónica de Poesía y Narrativa" y la Fundación René villar, sino de un evento con el logotipo del gobierno local. Con libertad puedo decir: "Son los artesanos del gobierno". Me doy el lujo de criticar con absoluta libertad, el funcionamiento de los gobiernos nacional, provincial y municipal, a las instituciones, a las empresas y los grupos, de no deberle lealtad y aún cuando participo en las ferias de libros locales, vehículo infaltable para promover mis escritos entre vecinos, he pagado el canon como expositor sin pedir jamás un descuento, gane o pierda. El Estado no dirá que le adeudo. En las ferias de mi propia ciudad, por cada libro de mi obra vendido al ciudadano matancero le he pagado otro al Estado. Claro que no es negocio pero no lo veo como tal.
Lo que ofrece un gobierno que no es cultural ni educativo, si no es el mérito máximo del gobierno central, público e insuperable, no sirve de mierda. Además de que nadie que pase por allí, una plaza pública, recordará una palabra escuchada, ni al mundo le interesará ni lo recordará. Quien tenga un destino destacado en letras no aceptará la dádiva con el logo de un municipio. El autor no crece así, por gauchadas ni facilidades, sino que vence límitaciones propias y se sobrepone a las penurias y al ninguneo, o acaso cae por ellas, pero no acepta la mano del Estado hasta el final de la línea, cuando se lo ha ganado indiscutible, más allá de la opinión de sus pares y de los vaivenes de la política. Imaginemos a Neruda hoy de saber que la lectura de poemas a los mineros en las catacumbas de cobre chilenas hubiera sido auspiciada por el gobierno; o que la botella de güisqui en la conferencia de Bukowski la brinde la Casa Blanca. Así tendremos una idea del despropósito de construir una palabra con ética frente al regalo de un espacio no ganado.
Si el Estado les paga el stand para promover su propia campaña política a la gobernación de una figura local –hoy probado más que nunca–, y auspicia encuentros particulares para meter el logotipo en los afiches, lo único que falta es que edite sus libros, entonces serán miembros del Estado, funcionarios y funcionales, ya no poetas, ni narradores o periodistas. Cuando los gobiernos destinen esos esfuerzos públicos en aliviar penurias de autores septuagenarios locales en situación de fragilidad extrema, de cuando los concejales, los maestros y hasta el pintaparedes tengan una pensión o una jubilación y el autor no tenga donde caer muerto sin reclamos, entonces se admitirá el alivio de haber cruzado las décadas sociales sin advertirlo ni diferenciar entre lo queda y lo que pasa fugaz: Intendentes tuvimos en cantidades aunque seguimos chapoteando en el barro, el delito y la merca. 
Es impertinente que la política allane las expectativas cuando son nuestro Calvario cotidiano. Así no se promueven artistas sino serviles del poder, son los otros "planes asistenciales" que crean fantasmas inválidos, y La Matanza tiene una larga lista de ellos. La misma oportunidad no la reciben los trabajadores artesanos desalojados de la Plaza de San Justo cuando, con una regulación e intervención sana del gobierno, podrían vestir la calle peatonal Dr. Arieta, hoy desolada y abrazada por el calor, la lluvia y el frío. Inventarán, acaso, tanto el gobierno como los poetas, los Café Literarios Verónica Magario, o los Balestrini, o los Espinoza, a falta de los sospechosos y cerrados Café Literario Néstor Kirchner, quien fuera un hampón muy famoso de nuestras tierras en la década pasada con una frase donde mencionó por única vez la palabra "cultura" y que los pendejos repetían en la recepción en ese centro homónimo de operaciones militantes. Ni me acuerdo cuál era la frase.
Si el Estado interviene y toma posición es porque el arte es débil o nulo y le cede espacio, sino el arte prescindiría de la coima o la intervención para expresar sus obras. Y no hace falta formar parte de un grupo para valer por sí mismo. Pero en este caso, habla más de ellos, los autores, quienes aceptan dádivas del gobierno sin haberse ganado antes los méritos sociales cada quien en su corriente "artística": buscar grandeza en el Estado es reconocer la verdadera pequeñez particular. Pero es correcto aclarar que ni siquiera al amateur le sirve el reconocimiento de quien no sabe escribir ni tiene mando o autoridad ni prestigio cultural; eso es nuestro gobierno local e ignorarlo no los hará mejores poetas. Y aunque lo fuera, el Estado no cubrirá mi falta de esfuerzo en la difusión de mi trabajo porque descansa en mis manos: cada autor está solo frente a sus lectores.

b CR



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3 de mayo de 2016

La Saladita de libros y baratijas




La Feria Internacional del Libro de 
Buenos Aires que ha dejado de 
ser "del autor al lector" para pasar
a convertirse en una toldería de baratijas
 "del mercader al público".

Pocas veces he intentado abarcar en el escrito la dimensión incongruente de la Feria del Libro actual, cuando la vi convertirse después de los '90 en una "saldería", más preocupada por el volumen de dinero facturado que con las novedades editoriales y los autores. Pero como se ha vuelto una especie de compulsiva "fiesta electrónica" sin heridos ni muertos pero con víctimas alegres, más bien cercana a la sobrefacturación de don Lázaro, es que voy a analizar la propuesta anual donde lo "nuevo" ha cedido paso amplio a las librerías de ofertines de la avenida Corrientes.

Como un mercado de pulgas internacional abierto a cualquier propuesta de negocios con una variedad amplia de baratijas que también incluye libros, en su mayoría componen la nómina de objetos las ofertas de desecho, del tipo "4 x 100", con mercaderes ocupados en facturar y cuya nómina de títulos fueron fracasos anuales, a diferencia de las Ferias de libros de Fráncfort, de París, de EEUU, de Guadalajara, de Tokio, menos comprometida con brindarle la posibilidad al público de adquirir un volumen recién editado y lanzado al mercado, en la oportunidad anual, para luego asistir a la conferencia de su autor y tras hacer la fila para la firma del ejemplar elegido –luego de pagar los 25 a 35 dólares a precio internacional y que vale un ejemplar en lanzamiento y en apertura de ventas–, está compuesta, decía, por desechos del mercado y la idea es quitarse de encima el contrapeso, tirárselo al público como baldes de agua o de tierra. 

Claro que aquí no hay un Cristo que llegué con un palo a esta toldería de fariseos para ajusticiarlos, pero se ha convertido en una tienda de saldos, de sobrantes llevados al montón y de fracasos editoriales reunidos y armados en stands con tanta sutileza como hecho con pala mecánica, de libros apilados en tapiales confusos donde se vuelve imposible elegir y donde es frecuente el azar del "Llevo éste, ese otro y aquel de allá", de tal manera que donde deberían estar las novedades, como máximo, del último año editorial, el público abierto encuentra los retazos del mercadeo, el sobrante de lo levantado sin venta anualmente del comercio y cuyos lotes apestan los depósitos editoriales que atentan contra el flujo de material nuevo, hasta que un buen fenicio viene y dice "Te doy 800 por tonelada y agregame ese bulto y aquel otro, y arreglamos en 2000, y listo".

Veamos, por ejemplo, Ediciones del Libertador y su pingüe negocio, que consiste en editar al mes como mínimo 5 libros en reedición, los clásicos, digamos, todos ellos en cuerpo 8 de lectura para abaratar los costos con menos páginas, y cuya producción es de 5 mil ejemplares por cada título, y que paga al productor a razón de 5 pesos por ejemplar pero que ellos venden a 25 pesos cada uno "en oferta", lo que representa 125 mil pesos de ganancia por cada título, pero como lleva 200 títulos diferentes, entonces hablamos de una operación de 20 a 25 millones, y a cuya propuesta –nada novedosa, como vemos–, agrega el producto de containers traídos por toneladas de libros sobrantes y resaca provenientes de Europa o de aquí mismo, acordada con los grandes grupos editoriales españoles, a quizá 1 peso o 2 cada ejemplar, y que también vende desde 30 y hasta 60 pesos o, según la belleza de la cubierta, hasta en 100 pesos cada uno, con lo cual el puestito de "La Saladita de libros" le resulta en un volumen –pero no de libros, sino de dinero–, de unos 30 o 35 millones de pesos en 20 días. Y como no paga ni 1 centavo en concepto de licencias ni porcentajes a ningún autor, o un ramo de flores o una lápida nueva en el cementerio –ya que todos ellos, los autores, están bien muertos–, apenas les paga a los puesteros, es un negocio redondo, sin pérdida posible porque no hay riesgo alguno y donde todo es ganancia, por un lado para la Cámara del Libro, porque vende el stand a razón de 4 mil dólares la plaza mínima, y por el otro al fenicio en cuestión, que abarrota las mesas de títulos que cualquiera puede encontrar en cualquier librería a un 20% menos que en la Feria en cualquier momento de los 345 días de año que no hay feria de libros en la Rural. 

No hay conferencias ni publicidad, ya que sería bastante difícil traer a Tolstoi y más aún a Rabinus Maurus o a Plutarco, pero tampoco a Echeverría, ni riesgo alguno ya que todo es ganancia, o mayor o menor que, comparativamente, el año anterior, pero nunca una pérdida. Nadie puede perder así. Pero resulta que no hay un único stand de "ofertas" que arruine el paisaje, sino que hay 50 o 60 stands en la picota ilusa del relleno sin novedad ni lanzamiento ni pago de licencias, porque quienes contratan espacios en la "nueva" Feria de Libros de la Rural no son todos editores... sino productores de cosas a la caza del negocio limpio. Por eso exponen baratijas chinas o coreanas al lado de libros.

Y el público se lleva lo de siempre, conforme de salir con las bolsas llenas de decoraciones para el hogar, planos o libros que quizá nunca lea sino con lupa hasta desistir y al fin acomodarlo en la biblioteca, y el empresario dueño del stand conforme con el número –ya que no es librero, porque jamás leyó el material que vende y ni le interesa saber cuándo diablos fue escrito "El matadero", por ejemplo–, y los empresarios de la Cámara del Libro felices como monos con tres colas porque facturaron un pingüe negocio anual que vuelvo a llamar "La Saladita de libros" con la venta de stands y el cobro de entradas, cuya operación obscena estimé hace unos años. Pero donde los autores son de nuevo los grandes perdedores del episodio, ya que deben lidiar cada uno con el blasón de su esfuerzo anual de presentar algo nuevo a 300 pesos cada uno, y los canastos de ofertas "4 x 100", y siendo un autor en ascenso, rebuscarse un lugar entre Huxley, Ovidio, Dante, Milton, Freud, Platón y Joyce, que si alguien del público ve su libro por puta casualidad en la montaña de saldos, hace una fiesta con sacrificio de bestias.

Muy distinto sería si la condición elemental para cada expositor fuera la presencia obligada de 5 a 10 autores por stand, entre nuevos y reconocidos, con material presente o reciente en conferencias y de visita al stand, porque de eso se trataría "promover" además de vender. Por eso en los comienzos fue "del autor al lector", consigna ahora suprimida por la nada, cuando es "del mercader al público", aunque sería sucio expresarlo, así como en "La Salada" todas las baratijas son truchas con marcas famosas y la gente lo sabe y el comerciante también, en la Rural también prioriza la venta por sobre la calidad o el prestigio del evento. Por eso se han filtrado las imprentas en detrimento de los sellos editores y el manejo de caja sin autor. Por ejemplo, un expositor audaz puede tomar 10 títulos best-seller de autores extranjeros, copiarlos de manera fraudulenta con ISBN truchos, y venderlos durante los 20 días, y luego irse sin dejar huella del delito. 

¿Sabemos si esto no ocurrió ya? Claro que sí, le ocurrió a Planeta, y aunque alguien diga "el que roba al ladrón tiene cien años de perdón" –no olvidar jamás que compró y redujo a nuestra EMECE Editores a cenizas–, lo cierto es que ni a la Cámara del Libro ni la Fundación del Libro ni a nadie le interesan los delitos y fechorías cometidos por los expositores durante el evento, porque lo que importa es vender stands y cobrar entradas, y al expositor le importa amortizar el stand vendiendo lo que sea necesario, choripanes, figulinas decorativas o libros truchados a la antigüedad sin siquiera anexarle un análisis o una crítica de aporte. Los organizadores con el precio de entrada alto restringen la admisión de provincianos despreciables y punguistas de paseo por el predio, excepto que pagues 65 mil o más por estar facturando detrás de la caja. Entonces sí tienen entrada libre y cena.

Y después viene la catedrática Josefina Ludmer a reclamar la desaparición de la literatura nacional y latina subversiva que en los '70 golpeó al universo literario, revelando figuras como hachazos al mercado cultural del mundo, aunque nos cabe preguntarle cómo diablos hace un autor subversivo hoy para alcanzar al público, evadiendo los premios estafa, los sellos de oro con base de barro y las imprentas de la desilusión, cuando el ciclo anual de vidriera, antes que convocarlo, lo expulsa al espacio exterior en una comunidad apática de escritores donde los mayores se reservan al juego del minotauro y donde nadie presenta o apadrina a nadie. Cada uno cuida su quintita, es claro, pero con ese criterio la revista Sur hoy sería irrealizable. Bueno, y lo es.

Y donde deberían llegar 400 o 500 autores o investigadores invitados con bombos y platillos a presentar material nuevo y abrirse un camino, traen a 2 de los cuales 1 no es nuevo. Todo redondo. Y el público nacional, que compra cosas como hamburguesas en la Costanera en negocios sin licencia ni controles bromatológicos –donde la rata más chica empuja un camión–, paga la entrada, y compra, y sale dichoso con las bolsas llenas de lo mismo que compró hace 5 años o de chucherías, porque ha perdido la exigencia y se conforma con el deterioro de una especie de "bingo" diseñado para acceder a su bolsillo rápido y fácil. Y come libros como hamburguesas amasadas por roedores, donde el empresario llega con un BMW mientras que los autores cargan la SUBE y el público sale satisfecho con una bolsa conformista llena de papeles, planos, guías y señaladores pero sin nada nuevo. Digo ¿no advierten la corrosión y la decadencia?
b CR

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