29 de enero de 2015

Botsford: Las cinco reglas para editar un texto

Gardner Botsford fue editor de The New Yorker
En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas 
reglas para editar un texto.



Y no es una chicana contra ningún amateur de los que 
abundan en esta edad ("Nosotros, los escritores" se burla), 
sólo que Botsford prevé un editor para un narrador. 
El problema sobreviene cuando detrás del "escritor" 
no hay ningún editor, sino una imprenta. Nuestro
novelista Gus Nielsen dice que la 4ta. es la única valiosa.

Traducción de Daniel Gascón


"A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto. 

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera fila pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda línea y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar una mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición. 

Regla general n.º 1: Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café. 

Regla general n.º 2: Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa. 

Regla general n.º 3: Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores». 

Regla general n.º 4: Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura. 

Regla general n.º 5: Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista."


19 de enero de 2015

El método del "modelo"





El kirchnerismo ha cruzado la raya. Se trata 
del día más oscuro para la civilidad argentina.
Ni la indolencia ni la indiferencia nos salvará 
del monstruo alegre que la misma sociedad
recibió con fervor.


En un país donde el más hijo de puta ladrón, estafador y criminal se expone como estrella civil y camina galantemente, erguido y temerario, como un justo entre iguales, tierra alegre donde, por ejemplo, todas las pruebas conducen al secuestro, tráfico y asesinato de una joven y sin embargo el juzgado falla a favor de la banda de traficantes que la secuestró y la asesinó, patria indolente donde impera la falta de interés del pueblo por la verdad y no existe la condena social, país de la tierra donde hasta los reos tienen derechos, militan y gozan de sueldo, debo creer que un fiscal que sabe de su estrellato inspirado en la conducta delictiva de gobierno y en quien más de medio país tiene los ojos puestos, siendo eje y centro de las últimas jornadas, y quien hasta hace pocas horas manifestó de distintas maneras estar asombrado de lo que tenía en su poder contra el poder, siendo fiscal y no juez, acaso porque no tenía tanta pruebas, o porque no estaba tan seguro, o porque padecía algún tormento ético, o porque pensó que su carrera, lejos del éxito, se acercaba al fracaso ¡en un país donde no pasa nada con un pueblo que no llega nunca a la indignación! de pronto... se homocidia.


A los argentinos no nos interesa la verdad, sino estar contentos. Y Nisman inquietaba, es el tercer atentado.. El juego es, ahora, precisamente, disipar y enturbiar hora tras hora una verdad siniestra detrás de un collar de pequeñas evidencias ambiguas, de si el arma estaba de culata u orientada al inodoro, si el cuerpo podría haberse caído de frente o de costado contra la puerta del baño, si la puerta trasera tenía llave, si el arma era para protegerse o para asesinarse, qué almorzó ese último día... hasta que la consternación popular mengüe que, sumado a las fotos de la Lechiguana –y cortesanos– con remeras alusivas y que reclaman justicia, pérdida y la ensombrecida verdad que los tenía de culo en los últimos días, más la desaparición de escena de las figuras principales incluidas en la denuncia del fiscal, finalmente se disuelva hasta ser parte del paisaje cotidiano en un reporte diario de 5 minutos, y que esta indignación que hoy nos enferma, esta cachetada espectacular civil y republicana, quede debidamente archivada en el catálogo de sucesos anuales de 2015.

O interna de la SIDE, con uso de los tontos "todonegocios" de La Cámpora, o encargo de la Rosada a través de sus cuadros, o resolución de los "amigos" del gobierno por decisión independiente, por voluntad propia, no importa, el resultado es el mismo, lograron alterar a la comunidad interna y externa. Pagan por tontos alegres, el tipo de ingenuos que postea opiniones por las redes sociales cuando ni deberían tenerlas. Nuestro país por fervor necio ahora está ligado al terrorismo, además de hermanados con los peores países de la Tierra, como acostumbra este gobierno. Nuestros aliados son Venezuela, Cuba, China, Rusia y ahora agrega a Irán. Falta pactar algo con el califato islámico y el neonazismo. El mismo espíritu de favores y  negocios que lleva a un delincuente muerto de hambre como Boudou a la vicepresidencia ahora nos deja otro regalo de excrementos judiciales en momentos en que la comunidad internacional nos mira de costado y, sin saludarnos, sigue de largo. Es que con una Cancillería paralela y servicios de inteligencia paralelos, no se sabe con quién tratar.

Demasiados "suicidados" apilados para explicar: el brigadier Echegoyen, quien pensaba denunciar las picotas de la Aduana, "atormentado" se pegó un tiro el día previo al casamiento de su hija; un funcionario de comercio, uno menor, que se "ahorca" cuando estaba próximo a casarse; otro que aparece colgado en Ciudad Universitaria con zapatillas rojas y lo declararon "suicidado" a pesar de que su mujer dijo que ese calzado no era de él; lostestigos claves de la tragedia de Once...

Pero nadie renunciará ni por ética ciudadana ni por vergüenza humana, ningún miembro del elenco de zombis escapará a otro país, nadie indagará qué interpretaron por "tapones de punta" los cuadros medios y altos de La Cámpora, o la SIDE o los iraníes, nadie dudará ahora de haber dado pelea airosa en el Congreso frente a la denuncia, todos estarán seguros de su hidalguía y quienes eran sospechados ahora serán los valientes, los príncipes de las causas perdidas, los nuevos pilares sociales del reclamo de justicia, los campeones de los Derechos Humanos.

Argentina, nunca olvides este momento de cuando te palmean el hombro mientras mediatizan la rabia de robarte una vez más tu moralidad: Terminan de violarte como a una perra callejera.





CR

¡Plof! justificado




No es bueno ni útil quedarse demasiado 
tiempo en un mismo lugar. Excepto raros ejemplos,
los grupos son casi siempre regresivos, decadentes y 
complacientes. Y lo que no crece está muerto.


A menudo cometo el error de polemizar. Expongo criterios que, a decir verdad, provienen de conceptos largamente elaborados y muchas veces inspirados o nutridos en pensamientos acertados y concurrentes de otros pensadores, artistas, filósofos, escritores, amigos, que también contribuyeron a cincelar mi propio pensamiento y mi estilo de observar la vida. Cómo explicar que un concepto de Federico Fellini, verificado en una experiencia personal, sea el promotor de mi "teoría del epicentro narrativo". Y que escriba más ensayos y críticas que ficciones habla de un espíritu crítico permanente de cuestionar lo que veo, muchas veces poniendo en duda premisas existentes. Ni la banalidad ni el conformismo o la aceptación son mis herramientas, aunque otros puedan confeccionar una obra con esos mismos elementos.

Nadie es por sí mismo, eso no existe desde que asistimos a la escuela primaria. La tridimensionalidad del ser no nace de un acto de generación espontánea, no es innato, a menos que el título de libre pensador o pensador autoformado esté signado por la creación de un lenguaje propio, con una gramática propia, una filosofía propia y hasta un sistema matemático propio. Todo lo demás es resultado de la inercia social. Incluso a quienes llamamos "genios" también adeudan a la educación general y la formación o universal o individual. Pensar en Amadeus Mozart sin Leopold Mozart, su padre, o pensar en Einstein sin Planck, sin Maxwell o Newton, es inventar arbitrariamente a dioses cuando sólo fueron hombres extraordinarios nacidos de la sociedad humana. Que otros renuncien a lo que se les fue dado. 

Pero ninguna cultura crece o mejora por el debate. Eso también es cierto. No hay una sola evidencia que confirme la mejoría de un grupo humano o popular o nacional producto de un debate o una polémica en las redes. Son por completo estériles. Nadie cambia ni mejora cuando, al contrario, a veces se ha llegado a la crispación de los ánimos. Como dice una película famosa "Cuando el vaso está lleno no se puede llenar otra vez". Al menos hasta haberlo vaciado previamente, lo que el género humano es casi imposible.

Hace poco, como resumen final, volví a advertir la futilidad de mis pasiones. Afecto como un idiota en querer ejemplificar lo inexplicable de la condición humana y, precisamente, en las redes. Es mi defecto. Quien está llamado a aprender aprenderá de cualquier manera, aún sorteando obstáculos, y quien no esté llamado a aprender, sobran las palabras, no aprenderá por mucho que se diga. Es una fantasía creer que en las redes sociales se aprende algo. Y hasta parece un trabajo cuando en verdad es una pérdida de tiempo. La experiencia no es transferible, me sirve sólo a mí. Por eso cada uno debe quemarse con fuego en la niñez para aprender a dominarlo. De poco sirve advertirle a una criatura que una quemadura es dolorosa. Pero, curiosamente, sí puedo enseñarle que dos más dos es cuatro para ayudarlo a comprender las matemáticas. Sin embargo no puedo quemarlo para que conozca cómo se siente el fuego en la carne.

Entonces, lo que pienso deviene de mis experiencias, mis observaciones, mis análisis, y me sirve a mí, como autor, para elaborar una obra, un perfil propio, solitario, una perspectiva racional o intuitiva pero nacida siempre de la percepción cognitiva. Como autor, finalmente, me cabe invitar al lector a observar el mundo de los fenómenos a través de mis ojos, pero eso no afirma que mi manera de ver es correcta, sólo es más nutrida o detallada o tal vez caótica. Es apenas mi manera de mirar. Es el lector luego quien dirá si mi visión de la existencia es pequeña, falaz, simplista, equívoca, grandilocuente, o acertada, minuciosa, correcta, implacable, empírica, existencial o apenas confusa. De un lado hay un destino, y del otro lado, bueno, no lo sé. No sé qué pasa con los demás ni me incumbe.

Pero no voy a volver a quemarme con fuego porque otro aún no lo haya hecho, así como no me preguntaré por qué tengo cinco dedos. No se vuelve atrás. Pero trataré de exponerme menos o mantenerme ajeno en lo que veo y pienso de absurdo en las redes. Cada uno tiene derecho a quemarse como se le antoje. Basta de solemnidad. Solo escribiré para quien quiera leer, pensar o reír. Pero si no les sirve, tienen el muro de Facebook lleno de mala poesía, notas mal escritas, pensamiento pueril y chongadas de toda naturaleza para una mayoría perfectamente pelotuda... ¡Plof!


CR

9 de enero de 2015

Final de juego





A comienzos de otoño saldrá a la venta 
una edición breve, de muy pocos ejemplares, 
de la segunda parte que concluye la novela
Diario del fin.



Voy a recordar que se trata de la historia terminada y presentada en 2010 para el certamen Clarín de novela (el que ganó Nielsen merecida y reparadoramente), acompañando en cantidad de ejemplares a la edición de la primera parte y aproximadamente con un paginado similar (entre 290 y 300 páginas). 

Respecto al tiempo específico de la obra se trata de un cuento frustrado iniciado entre 2004 y 2005, varias veces reescrito y terminado como novela en 2010 coincidente con el cierre de fechas de la edición del concurso Clarín de ese año. Lo anecdótico es que fue la última vez que participé en un concurso literario abierto para retirarme definitivamente de las contiendas que buscan saber quién es el mejor autor y cuál es la mejor obra. No es ese mi destino, aunque de ninguna manera desmerezco los méritos de mis colegas, ni siquiera diré que es el "camino fácil" porque tampoco lo creo cuando competir honradamente es siempre temerario y anticipa una producción de calidad popular y también erudita, simplemente no estoy en posición de destinar dineros en los concursos nacionales, y mucho menos a los del exterior, cuando prefiero destinarlos a los pocos ejemplares que edito con la exigua recompensa de recuperar esos dineros a lo largo del tiempo. La extrema precariedad de mis ingresos –con una familia numerosa– me obliga a pensar más en la construcción de un modesto público lector y seguidor de mis títulos que en la probabilidad de un acierto mayor. A eso se debe mi retiro definitivo cuando, precisamente, me había preparado toda mi vida narrativa para eso mismo. 

La novedad, más allá de las cuestiones del intratexto y los pocos referentes que agregue sobre la historia presente, estará dada por el extratexto y es que el mismo Gustavo Nielsen, nuestro arquitecto y narrador exitoso, operará como asesor de imagen de ambas cubiertas tan pronto su obra pública, el monumento al holocausto, esté inaugurado en Costanera sur. Espectacular pateador de culos, el David entre faunos corruptos, lo vi enfrentar estructuras gigantescas y aceptar el destierro de ganarles honradamente. Si algo volví a aprender de él, es que no se declina ante la adversidad cuando hemos procedido correctamente; hay que mandar a la mierda a quien sea, sin importar su tamaño. No todo se negocia.
Es un gran orgullo y una alegría para mí que destine su tiempo a mi primera novela con ánimos de publicar. Voy a repetir que he sido renuente toda mi carrera a la publicación, pero es un honor en esta hora incierta el contar con su experiencia y valía.

Anticipo una página elegida al azar.


CR

Copyright@2015 por Carlos Rigel 


3 de enero de 2015

La olvidada trascendencia




Los síntomas son apaciblemente alarmantes: 
América avanza hacia la decadencia.

A veces pienso en que los continentes, como las culturas, se agotan. Órganos de un tejido social viviente, sin advertirlo, cada cultura en cada país alcanza su apogeo. Al tiempo humano importa poco si se trata de aztecas, mayas o incas o la actual urbanidad contemporánea, no hay diferencia. Pero se agotan. Sufren síntomas individuales difíciles de relacionar entre sí. Nadie pensaría en función del interferón o el cáncer cultural continental. Sin saberlo, cada región brilla en su manera, parpadea en el vacío, y se apaga. Luego sólo está, respira, vegeta, bordea las transmutaciones rústicas, las zonas de fractura, de quiebre, los clivajes sociales, cada cultura deja de ser la traumática protagonista de las masas humanas para erigirse al fin en custodias de la formalidad. 

Decía don Ernesto Sábato "no hay peores conservatistas que los revolucionarios triunfantes". Ampliar el criterio localista hasta tomar un continente o región de la Tierra permite ver mejor el dignóstico alarmante. El aburguesamiento lleva a que el antiguo panteón de deidades crueles ahora sea habitado por autos caros y el hambre, los dólares y la miseria y la desigualdad. En cierto sentido las culturas pierden la iniciativa, y con ella, el ímpetu, se vuelven insensibles al tiempo, extravían la perspectiva, olvidan la brújula y se contentan con estar. Ruinas, clasificación o museo, no hay diferencia. 

Debieron existir una vastedad de patrias a través de las edades. Donde hoy brilla el Vaticano antes brilló el centro nervioso de un imperio conquistador y transformador de la Europa antigua. Ningún miembro de ese ejército imperial en el año 800 hubiera arriesgado la evolución ulterior de Roma hacia el año 2000 y que conocemos hoy. Ningún sacerdote hegemónico de Tikal hubiera imaginado la pirámide del olvido en un viaje turístico recordado ocasionalmente por una foto del álbum familiar. O Cervantes –o acaso Quevedo o Lope de Vega– nunca hubiera concebido a una España como un reino abandonado y reducido en calorías, y menos como a una guardiana estática del idioma, como un punto fijo a respetar del romance, yogurt descremado de un tiempo donde la nueva enciclopedia la escribe la actualidad política, las conquistas o fracasos sociales, según lo dictan los gobiernos, o ampliado o minimizado por los medios de comunicación; ni siquiera de la realidad profunda, sino la actualidad superficial. 

Lo intrascendente se conforma en continuar, y respirar se vuelve el objetivo, el destino cotidiano, sin advertir el sitio agónico de la decadencia que crece como la humedad en una pared. Las sociedades también entran en coma vegetativo. Ningún arqueólogo observará las huellas de la humedad que hirió de muerte a un muro medieval donde floreció un palacio y donde hoy habitan los escombros, las montañas y los pedazos de las glorias sepultadas bajo los sedimentos de las estaciones y los siglos. Menos aún los decretos y edictos que fueron firmados en sus salas, o feudales o monárquicas, ni las tensiones y felicidades que allí se vivieron, las vicisitudes que parecían llenar la existencia con una trascendencia fugaz que al fin no dejó huella. Todo pasa.

Y donde hoy hay ruinas antes hubo civilizaciones complejas, es cierto, pero pocos piensan en los procesos que mediaron entre uno y otro estado, de cuando languidecían día a día mansamente, como quien vive en una tierra con límites políticos y geográficos definidos sin haber visto nunca la frontera, el borde de su propia patria en la que vive, sufre, sueña, trabaja o es feliz, hasta que un día ve a los ejércitos que avanzan y luego esa misma frontera cambia. Un campesino rara vez siente los cambios políticos de las grandes metrópolis urbanas, frenéticas e institucionales, que lo incluyen como miembro. Y a no ser que padezca la imposición de una injusticia con peligro, el relato cotidiano será la tierra, la lluvia, las estaciones, el granizo, la sequía. Un amor anhelado será más importante que toda la densidad de los sismos políticos y sociales de una nación completa. Nadie ve el cambio de los siglos aun cuando los vive a diario.

Pero, acaso, la observación eventual de las edades y los hiatos registrados por la historia me sirve para sustentar un razonamiento precario y en extremo melancólico. Quizá lo audaz sea pensar en función de algo más amplio e intangible que los territorios biológicos, pero que también define a las llanuras y las selvas del ser, cuando también se agotan, declinan frente a los cambios en las edades del tiempo social. Desprendido del idioma y los signos, e impulsado por ellos mismos, es la manifestación de la Creatividad. Y de ella, una de sus características observables es la creatividad literaria como movimiento continental.

Claro que siempre pueden aparecer fenómenos aislados en cualquier punto del globo, dichos pulsos no piden permiso, no son voluntarios, sino caprichos de la corriente social cuando son parte de la naturaleza humana. Pero pensar en un "movimiento" es referirnos a un tiempo acotado y específico resultado de una masa crítica que reacciona en cadena en varias partes de una región temporal o geográfica, como el fenómeno de las pirámides en las civilizaciones de América y África aún separadas por un océano. Combinatoria, permutación, transmutación, el idioma fue el vehículo, la herramienta, los pulsos rítmicos de un ascenso extraordinario, y sabemos de su extinción cuando abandonamos el movimiento y lo observamos a la distancia, alejándose irrepetible en el tiempo. 

Toda cultura de la especie humana pasada creyó estar avanzando rápido hacia el cielo y convencidos de estar ganando, sin saber que caminaban recto y a tiempo con el abismo. No hay caminos nuevos sino viejos abandonados. La propia sustancia de la evolución social conlleva la mitocondria de la decadencia, aunque no siempre es consistente con la de la extinción del hábitat: Roma nunca fue abandonada. Es decir, se puede seguir habitando las ruinas de una gran ciudad, pero sin recuperar nunca más los destellos que impulsaron su grandeza. 

Pero ahora nos toca a nosotros. La América literaria parece haberse agotado. No hay paradigmas pendientes que resolver, todos fueron solubles en algún momento pasado, no hay reinos sino sociedades sin brújula. Cancerberos del tiempo, América Latina también se convertirá en la guardiana de su propia historia, y donde hubo dioses quedarán guías turísticos, y donde hubo monumentos de la proeza humana más tarde cruzará un campesino con un burrito. Quedará el latir monótono y rítmico social, y cada tanto una taquicardia majestuosa pero aislada, insuficiente, bajo la forma de individuos sobresalientes, solitarios e inexplicables sin movimiento que los contenga. Y claro que no alcanzarán para identificarla. No habrá olas que surfear sino náufragos en balsas individuales.

Pero si el hiato sucede al apogeo cuyo uno de los signos reveladores es el agotamiento de la creatividad literaria –en este caso la latina–, y si la cima pasó, como señal ahora de una cómoda decadencia, es bueno preguntarnos ¿y sólo tres premios Nobel de literatura alcanzarán para dimensionar tan vasta galaxia de autores continentales? Y no hablo del Nobel en sí, sino del reconocimiento universal. Cuando alguien ve a un Nobel no piensa en Alfred Nobel ni en la dinamita, sino que ve a una eminencia hipotéticamente más allá de cualquier polémica. Pero ahí mismo reside mi conflicto: Cuando el frasco de especias del realismo mágico latino, cuyo epicentro coincidió con el llamado "boom" de los '70, parecía repleto de variedades, la tapa que vino a cerrar el envase es Vargas Llosa, el menos creativo de todos, el menos luminoso. 

Lo anecdótico es que Argentina dio mucho más a las bibliotecas universales y sin embargo no obtuvo ni un solo Nobel de literatura que hable de nuestra valía. Sin embargo, no debemos subestimar la zona de crisis política y social que atravesaron las Américas entre las décadas de los 50 hasta los 80, muy lejos del conformismo actual inaugurado por los gobiernos fantásticos del socialismo feudal que nos visita, convulsiones que fueron ideales para la proliferación de voces y plumas nacidas de las fracturas con persecución, aislamiento, censura, represión, expulsión y autoexilio de artistas que, efecto contrario, terminaron por sellar sus tránsitos a la fama internacional. 

De izquierda a derecha: Nicole Boulanger, Juan Goytisolo, José Donoso, Carlos Fuentes, 
Patricia Vargas, Mario Vargas Llosa, Ugné Karvelis (pareja de Cortázar), Abraham Nuncio, 
Julio Cortázar, Gabriel García Márquez rumbo a Saignon,

Pero el vientre americano está agotado. La América latina subversiva ha llegado a su fin. El aburguesamiento cultural revela que el Olimpo literario y creativo ha cedido butacas a los príncipes de la autoayuda, a la aristocracia de la terapia, por ende, ser un paciente con desórdenes psicosomáticos que escribe o que pinta es lo mismo que ser escritor o pintor, y así, donde antes reinó Fuentes o Carpentier o García Márquez o Borges, hoy sobrevive una cultura terapéutica festiva sin ninguna otra pretensión que entretener sin pensar, de exponerse en la vidriera de las nuevas lápidas blanqueadas del individualismo, el protagonismo diario de padecer la inconsistencia de no saber, de desconocer, de no imaginar nada nuevo, ahora declamado al micrófono con grandilocuencia, como un triunfo. No pensando también se escribe poesía. No pensando, no sintiendo, no observando ni sufriendo. Basta con escribirle a la belleza ideal, revistiéndola de más belleza, para participar activamente en la desaparición de la poesía; basta con que mucha gente escriba mucho para que desaparezca la literatura. Es como tener diez mil presidentes para gobernar un país: desaparece la democracia republicana. Es el efecto "sala de auditorio" de cuando trescientas personas chusmas y elegantes de conventillo, conversando a los gritos, tapan al disertante invitado.

El continente que soñó transformar a la humanidad con la potencia de la palabra nueva ahora está al borde del mutismo. Los síntomas de la civilizada decadencia que afecta primero a los países vanguardistas encontrará refugio temporal en naciones antes ausentes, en las patrias pequeñas donde quizá resistirá medio siglo más. Pero la enfermedad finalmente los alcanzará. La hija del Sol dio cachorros, ninguna duda, pero su vientre no ovula más. Como biología continental es constituyente del altruismo de la historia que, como la paja, arde rápido e ilumina fuerte pero también se extingue rápido. La esterilidad actual, el hiato del organismo latino, no es propia y ni siquiera vino con la semilla europea, porque es parte de los ciclos biológicos de las edades sociales. Nadie vuelve a nacer. Atribuirlo a la conquista es ignorar que antes de que los imperios europeos se alzaran en la biósfera humana hubo civilizaciones en América que también brillaron y se extinguieron, como la primigenia ciudad de Caral, en Perú, la madre de las ciudades, de hace 6 mil años.

Vargas Llosa, aunque no lo sepa, es un síntoma del descenso hacia el primer peldaño de la formalidad, la clausura de la etapa en otro amanecer americano milenario y previo a un esplendor que hoy es pasado. Ahora nos quedan jugadores de fútbol para ilustrarnos en la que será la prolongada agonía regional que jamás haya vivido el llamado mundo nuevo. De eso se trata. La urbanidad ha caducado, la actualidad hoy reprime lo trascendental. No importa pensar, sino participar de las redes sociales. No se trata de cuando, teniendo las respuestas listas, nos cambiaban las preguntas, sino de haber olvidado que había preguntas que aún necesitaban respuestas mientras nos retirábamos satisfechos del examen. Y si hasta hace pocos días reflexionaba acerca del conformismo frente a la rebeldía, sólo ahora advierto el poderoso tejido enfermo que lo alimenta con un virus deleitoso. Es la anestesia de la decadencia. Una inadvertida y tierna decadencia. Cuando acordemos la preservación, la clasificación precisa y la guía práctica de visita a nuestro patrimonio cultural, es porque dejamos de protagonizarlo, dejó de existir: es un cadáver momificado en la vitrina de un museo lujoso.



CR


Copyright®2015 por Carlos Rigel