23 de julio de 2014

La Creación según Roff

Nueva vida, 2011

Explorando la obra del artista 
Roberto Feldman Form, quien próximamente expondrá 
en ArDi, Feria de Arte y Diseño, en el 
Hipódromo Argentino de Palermo, ciudad de 
Buenos Aires, del 31 de Julio al 4 de Agosto.


Acerca de las Crónicas –más tarde retituladas marcianas– del autor norteamericano Ray Bradbury, en su edición Minotauro, 1955 para Argentina, nuestro autor Jorge Luis Borges expresó en el prólogo unas palabras inolvidables: "Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado", sentencia perfecta que, incluso, causó admiración en el autor del género cientifiction y por la que confesó alguna vez haber redescubierto a nuestro autor, cuando la fama del argentino cruzaba el globo. Y como renacido de esos eslabones perdidos de ADN ajeno que van armando nuestra vida, recordé y busqué esta cita borgeana como pulsión fundamental para explorarme frente a una obra fascinante que merece ser analizada una a una y, también, gozada en su totalidad además de compartida.

No siempre los artistas me inquietan y rara vez he citado sus obras en mi sitio, espacio más dedicado a la crítica que al análisis y menos a la admiración, pero que también eventualmente la habita. Así, el espacio de agradecimiento a la obra total de Guillermo Didiego, o las menciones y homenajes silenciosos a la obra de Pastor Berrios Herrera. Pero éste es el caso de otro artista, y escribo esa palabra como una síntesis y conciente de la dimensión que diferencia y separa felizmente al pintor del artista. Abundan a menudo los pintores hechos de práctica y de nula visión; ese segmento saturado de artesanos, y muchas veces de improvisados, prolifera en todas las artes, pero es mejor recordar que de allí no nacen los artistas. No sabemos dónde nacen los artistas, y aunque hurguemos en sus existencias poco dirán que nos ayude a comprenderlos. Se trata de nuestro artista plástico Roberto Feldman Form.

La obra de Roff es vasta e ignota, cosmológicamente generosa, habitada por un amor genitivo que atraviesa enormes cantidades de tiempo desde el Comienzo y hasta el fin de las edades, pero elegí una de entre todas ellas, se trata de Nueva vida (2011), como un icono expresivo del creativo. Es absolutamente arbitrario de mi parte y cualquier otro mostrará una preferencia diferente.

Y luego de ese impacto frontal es que miro la obra suspendido en alguna nebulosa distante. Es matriz y cigota solar, la Flor de la Vida para los místicos, que siendo mapa del Comienzo, también es ovario del origen, mitocondria y gen. La idea del ciclo sideral en la construcción del ser y la revolución, y una tras otra, pero no vista como una alteración del tiempo, sino como una necesidad vital del crecimiento universal. Detrás del aparente caos de la eclosión y el océano de plasma yacen los planos de la existencia. El verde del núcleo mitocondrial expande en azul, recordando las temperaturas inhumanas del origen, más tarde expresadas en rojos candentes, ahora sí, comprensibles para la mente, y que auguran la natividad y el epicentro de las edades. Pero la suma de ciclos orbitales o la cocción de átomos o sistemas solares no explican el paradigma celular, aunque lo prueban más allá de toda duda.

A veces me pregunto si las "expresiones" del arte adeudan o al autor o al público, porque soy yo, apenas un hombre cualquiera, quien completa esa manifestación bidimensional enmarcada según mi profundidad o mi superficialidad. Es mi vida íntegra la que ve en una obra, un espejo. Esa actitud especular me dice lo siguiente: es lo que veo, más lo que siento frente a lo que la obra me dice, y la comprensión posterior, siempre intelectual, que me invita a mirarla nuevamente para entonces especular con sus lecturas cognitivas, todas ellas posibles, y que parpadean entre distintas preferencias simbólicas. 

Así es la mente cuando mira a contraluz, capacidad sensorial del mundo onírico revelado en la vigilia. Y en ese titubear del pensamiento lúcido es que advertimos la tridimensionalidad del ser y de la obra y su autor, la misma que tanta veces he mencionado –y que no siempre he aclarado–, como la cualidad sobresaliente de quienes destacan por sobre el común del género. Aunque griten lo contrario, el hombre es bidimensional desde su origen, y el tercer valor debe ganarlo en su corta existencia: se trata del valor restante, la profundidad y aunque no nace en todos los miembros del género vive en él como un gen.

Quizá la ambigüedad de esta obra, entre sistema solar, estallido primigenio o matriz femenina, no es intención del artista, sino el acierto: es el alma sabia la que se revela en su antigüedad. De subvertir el resultado es que nacen respuestas a otras preguntas: los genes del hombre yacen en los planos de la existencia; habitaban el Sol apenas después del Inicio, y como el código genético, no es un accidente sino un deseo de la Creación. 

Pero esa traslación de estado es estática sólo para el hombre ordinario, y aunque recuerda la mansedumbre con que los astros se mueven por la bóveda celeste, incluso la multiplicación infinita de todas ellas es, para el creador, apenas una chispa en la Eternidad. Por ende, en la obra de Roff, descubro la vasta y vaga acumulación del tiempo, recordando la frase de Borges. "El hombre existe para llenar el Universo de arte", dijo una vez Guillermo Didiego, el otro artista allegado a mi vida, pequeña vanidad que desde su intachable subjetividad sólo el arte puede acertar y aceptar. Incluso para observar y comprender el tiempo humano, o universal, y acaso dejarle una huella profunda, hay que proceder como un dios.



Barón Carlos Rigel


Copyright®2014 por Carlos Rigel

12 de julio de 2014

Localidad del viento


Quizá mi confusión provino de la ambigüedad genérica 
ya que la convocatoria claramente titulaba "Poesía de 
La Matanza: 40 años de historia" aunque más tarde leí 
que era anunciada en un reportaje o nota periodística 
a la organizadora como la "historia de la literatura" y 
hasta "investigación de la literatura", y así fui sin saber
con certeza de qué se trataba aunque deduje uno o varios 
géneros a través de los años.

Invitado por una de las organizadoras del evento, nuestra joven y bella poeta Anahí Cao, asistí puntual al evento en la casa social de los maestros, SUTEBA, sede San Justo, a un encuentro menos literario que poético en la disertación de Eduardo Dalter, donde los términos genéricos de la escritura fueron resumidos –drásticamente diría–, a la poesía con muy vagas menciones a la narrativa y nulas al ensayo, el estudio comparativo, la crítica literaria e incluso los géneros del revisionismo histórico, de la recopilación y la compilación histórica local, como hacía alusión el título amplio de un reportaje extra-eventual que amaneció mi interés. 

Es comprensible que la alternativa de intentar reunir la dimensión conciente de toda una literatura aterre y supere cualquier expectativa aunque abarque apenas los antecedentes literarios de los 40 años recientes para un distrito que se acerca en la actualidad a los dos millones de habitantes. Y también es cierto que el poeta es el arquetipo social del escritor en la metáfora faulkneriana, pero esto dicho en una cultura nacional que sobresale y que admira a los novelistas y narradores de la tradición sarmientina, es decir, los géneros que presentan un desafío narrativo superlativo y que implican una exteriorización profunda de su pensamiento y su intelecto, pero no sólo del autor, sino también del lector y la crítica: Es posible escribir 400 páginas, lo difícil es que el autor se anime a leer sus propias 400 páginas, aún cuando espera que el lector se someta al sacrificio que ni su propio autor acepta. 

Quizá por eso mismo prospera la poesía: no requiere ningún sacrificio leer diez renglones y permite una evaluación preliminar de la salud creativa del autor sin acceder a la selva inhóspita de páginas. Pero hay que recordar que pocos poetas se atrevieron a indagar las profundidades abisales del ser como explora Benedetti en sus novelas. Tal vez por eso mismo la novela y, la dimensión aún superior que algunos exploramos, la metanovela, siguen siendo los formatos inaccesibles de la excelencia académica, aunque se apilen las derrotas previo al incinerador. Por eso la conocida metáfora de Faulkner se autodestruye contra Cervantes y no la sobrevive.

Metáfora abierta: Hacia el final de su vida, William Faulkner, ese brillante granjero alcohólico y poeta frustrado resignado a la prosa, decepcionado con su obra, reconoció "Ojalá no hubiera escrito tantas novelas y hubiera escrito más cuentos, o acaso sólo poesía". Por esa fisura abierta se filtran los poetas de hoy, tomando una delantera nunca ofrecida y menos aún ganada.

Existir no alcanza, escribir no basta, así como respirar tampoco es suficiente para vivir. La Matanza no es culta, lo sabemos, y prospera en oasis geográficos erráticos que aún no pesan en la totalidad para identificarla. Y aunque no pertenezco al organismo espectral llamado "Autores de La Matanza", fueron exiguas en la tarde las menciones a los grupos de narradores de ciudades como Lomas del Mirador, o los poéticos de Tapiales o Villa Luzuriaga o Isidro Casanova o Rafael Castillo, La Tablada o Barrio Evita, muy poco de Gregorio de Laferrere, menos acaso de Virrey del Pino. Las menciones fueron más bien para el grupo Ramos Mejía y sus figuras destacadas por desaparecidas, coincidente con los fecundadores del emprendimiento editorial "La Luna que se cortó con una botella" en los '70 y hoy abreviada a "La Luna que". Pero el hueco sigue siendo meteórico, no existe un censo de autores aunque tampoco serviría para conocer a ciencia cierta cuántos autores en verdad son y aislados de los aficionados, y cuáles sus orígenes.



Quizá el contraluz confuso proviene de pensar en compartimientos mentales como "grupos" de trabajo segmentados según la ciudad, cuando en verdad los autores son solitarios, arbitrariamente dispuestos según el lugar de residencia por motivos socioeconómicos, lo que ha causado no pocas controversias. A esta altura de mi vida, no sé si acaso sirva clasificar según la localización exacta en el mundo excepto, quizá, el país y dicho con ciertas reservas: los autores son urbanos o rurales, como Bukowski y Rulfo, y o regionales o universales, como Cabrera Infante y Jorge Luis Borges, pero no sé si hay más, porque nunca se me ocurriría clasificar por ciudad a Kafka o a Neruda o incluso a Wilde, y mucho menos a Becket o a Arnold o Emerson, ya todos ellos conviven en mi mente aunque no los cruce en la panadería a la vuelta de mi casa, porque sólo un descabellado lograría integrar bajo un mismo techo a Marechal y a Martínez Estrada o a Roberto Arlt y Lugones. Sino, dónde deberíamos poner según este criterio a Julio Cortázar ¿fue porteño o parisino? ¿nacional o universalista? Quiroga, ¿era uruguayo o argentino o nacional? Son autores y ya. Caen donde pueden, hoy escriben aquí, mañana en Fiorito y más tarde en la cárcel de Sierra Chica o en Andalucía, qué más da.

Una de mis tantas estrellas narrativas fue el culto don Augusto Monterroso, premio Príncipe de Asturias, a quien tuve el honor de conocer en Buenos Aires, escritor nacido en Honduras, nacionalizado y preso en Guatemala, exiliado en México, que vivió en Chile como escudero de Neruda y que trabajó en Costa Rica y Nicaragua para morir, luego de varias vueltas al mundo, en México. Pregunto ¿a quién diablos le pertenece su patrimonio literario? Respuesta: A nosotros, la humanidad, aunque el recurso legal le asigne propiedad jurídica a su familia, por supuesto. Su existencia, sus padecimientos y cárcel vuelven su obra nuestra.

William Faulkner, el premio Nobel de Literatura tan querido y repelido, linaje de Melville y padre etílico de Bukowski, y cuya obra total suma veintiuna novelas, tres volúmenes de cuentos y apenas dos de poesía, también dijo "Entre el güisqui y la nada, me quedo con el güisqui". Aunque, en verdad, se quedó con la escritura.

Al final del encuentro se leyó poesía, algunas intensas, otras débiles, alguna memorable y otras inconsistentes, pero todas ellas ejemplares de un variedad que tampoco obedece a una clasificación ni ontológica o académica. Los poetas invitados a la lectura: Patricia Verón, Omar Cao y su hija, Anahí Cao, María Sueldo, José Paredero, Gino Bencivenga, Raúl Pérez Arias, Víctor Cuello, entre otros autores locales. Tampoco hubo una introducción analítica según el estilo de cada poeta y previo a sus lecturas, o vivencial o filosófico, o romántico o social, tradicionalista o simplemente semántico y cadencioso, lo que avanza con el criterio de la caducidad por donde menos ayuda a la comprensión o a la definición del perfil productivo de cada autor. Es abrumador, aún hoy, no saber qué es la poesía, pero es una suerte poder reconocerla al escucharla; también por ausencia. Por azar no nos ha tocado un poeta de dos etapas inconexas, como don Juan Ramón Jiménez, con mudanzas a cuestas, sino estaríamos en problemas.

Recuerdo que alguna vez me trencé en aporreo intelectual con el académico centroamericano Martin Jamieson cuando aventuró que Argentina tenía más autores que Panamá por una cuestión demográfica simple: mayor cantidad de habitantes. Molesto con esa idea, pensaba yo –y sostenía, mientras compartíamos un vino en su oficina de Caballito–, que, por el contrario, para iguales áreas superficiales, Irlanda tenía la misma cantidad de habitantes que Panamá, y sin embargo aquella isla lateral había dado al universo a tantos autores de prestigio, como Escoto Erigena, el Duque de Wellington, George Moore, Swift, Bernhard Shaw, Joyce, Wilde y acaso el más notable, don William Butler Yeats, y el menos importante para mí, Sir Conan Doyle, mientras que Panamá también ha dado hombres de genio pero en mucha menor cantidad. Mi intención no era hacerle daño a mi amigo con la comparación aunque ya estaba herido de muerte espantosa.

Prevalece, claro, la intención amena de estas propuestas y sin academicismos, aunque a veces los extraño, también el disparador común en estas reuniones que es la lectura pública de la poesía nacida siempre para ser recitada: Terminó como un café literario. Para concluir, la aparición o mengua de los autores en una región no es una cuestión estadística ni un fenómeno localizado geográficamente o poblacional y ni siquiera temporal: habitar la tierra tampoco basta.

A veces me han interesado menos los orígenes regionales de los autores, o sus domicilios postales, que sus orígenes literarios, por ejemplo, ¿cómo sospechar que un autor como Kafka tuviera su fascinante natividad narrativa en autores tan remotos como Melville y Swift?

Finalmente, si hay un escritor argentino, muy bien; si hay uno nacional, mejor; si uno es rural o tradicionalista, perfecto; si hay otro que es universalista, excelente. Y si uno de ellos vive cerca de nuestra casa, bueno, a alegrarnos de sobremanera, porque la lluvia, como el viento, no llega adonde se espera o se maldice, sino que cae y corre donde quiere. Por eso también hay sequías. 


Fotos de Martín Alejandro Biaggini

 Barón Carlos Rigel
Copyright@2014 por Carlos Rigel

9 de julio de 2014

Gus Nil insomniac


Mínimas del espacio exterior.

Una comunicación breve con el novelista premiado y arquitecto exitoso, y amigo, Gustavo Nielsen nada menos que a las 5:30 de la mañana. Uno recién despierto y el otro sin dormir, pero ambos laburando. Me recuerda que nos debemos una choriceada poco o nada solemne, deduzco presentes durante el almuerzo de camaradería los ají picante y escabio del tinto.

Nos vimos pocas veces en la laguna del tiempo, a saber, 2009, 2005, 1989, 1878 y creo que antes de la gran conquista. Y no, no se hablará ni del Mundial de fútbol ni de su derrota sufrida en Mar del Plata, durante el Mundial de Metegol, sino de un proyecto de video documental sobre figuras literarias nacionales. Durante el agasajo haberá burlas, sucintas recordaciones de personalidades nefastas y semblantes de personajes de historieta para el olvido, quizá algo de literatura y también un análisis de temas del quehacer de la escritura estrangulada. Y acaso de libros, quizá de monumentos o de la importancia del agua en la navegación, no lo sé. Y mucha joda. Es un prepotente constructor de puertas: si no las hay, las crea. Así se hace, Gus.


2 de julio de 2014

Ruido "literario"



La llamada "movida" no contiene nada. 
Es cáscara y sólo ha llegado para ocultar la aparición 
de un artista destacado, mediocrizándolo todo y
volviéndolo fútil, duplicando la cuota de trabajo de
quien acaso tiene alguna cualidad sobresaliente. 
Presagio incómodo de Ortega y Gasset, la vulgaridad 
se ha revelado tomado la delantera. Para esta 
nueva corriente de amateurs y allegados, la audacia 
compensa a la ausencia de técnica, de estilo, 
de conocimiento y de lectura analítica.

Congresos internacionales, cursos de escritura, encuentros de lectura, simposios, cafés literarios, coloquios, torneos de escritura, olimpíadas de letras, mundiales de poesía, caminatas por bosques culturales, presentaciones en organismos públicos, en bibliotecas deslumbrantes, ofertas de escritores fantasmas, ofertas de talleres on-line, concursos de narrativa, certámenes, ruido, ruido y más ruido.

Y lo cierto es que no han generado un autor destacado que merezca ser tenido en cuenta, un escritor que deba ser recordado, o una página memorable, una metáfora fresca o precisa o exacta o existencial o empírica o filosófica o marxista o contracultural, una llave de acceso a lo fundamental, un verso que deje huella o roto o especular o concéntrico, ni un alejandrino perfecto o una oración que parta de un hachazo a la vida o al amor o al mundo, un epicentro que haga eco y que perdure por fuerza de los escombros y las ruinas o la génesis de un pensamiento nuevo.

Sólo embeleso, preciosismo y más embeleso, y el desmayo frente a la palabra propia; eso y el CD explicativo de lo que no dice o no evidencia. Decía una vez Abelardo Castillo que la invasión de amateurs en la escritura se debía a que era, acaso, la corriente artística más económica. Claro, filmar, fotografiar, actuar o pintar es caro. A esa baratura debemos incluso la proliferación de autores "terapéuticos", es decir, quienes no cuentan con los 800 pesos mensuales para pagar 4 sesiones al mes de psiquiatra o de psicólogo; entonces se anotan en un "taller de escritura", que quizá les sale gratis, y allí disponen de un público obligado a escuchar las sandeces que escriben. Para ellos es el "techo", la cumbre. Entonces hinchan las pelotas con poemitas y escritos de poca profundidad pero que, sin embargo, por ellos es que esperan nuestra admiración, la mano cálida, la palabra grata y estimulante. O el Nobel.

Como quienes se me acercan para sugerirme que escriba el libro de sus vidas porque aventuran que me llenaré de dinero; suponen que será un éxito editorial. Y quizá se han pasado la vida fichando, gastando las veredas de la casa a la despensa, o cuya experiencia sobresaliente ha sido soportar la cola para pagar la luz o llevar una pancarta con alguna boludez o del Papa o de los desaparecidos o de la guerra o de la Paz o de los fondos buitres, lo que dicte la moda. Son los protagonistas de la nada. 

Y yo de nuevo les respondo que si son autores de la Teoría de la Relatividad Enquistada o mejores que la Madre Teresa de Calculta o si disponen de 30 mil pesos, lo hago, genus irritabile vatum, sí, lo hago. Pero hay quienes no son tan atrevidos y creen tener la dosis necesaria de éxito en la vida y se lanzan a la aventura de atormentar al prójimo con sus escritos, de contar lo mismo pero con la oración dada vuelta. Y nunca algo nuevo.

Tanto ruido y sólo más ruido pero ¿dónde está el Balzac de este tiempo? ¿Dónde el Góngora o el Lorca? No hacen falta binoculares para mirar esta edad: La metáfora está muerta. 

Barón Carlos Rigel



Copyright@2014 por Carlos Rigel