27 de agosto de 2013

"Gabriel, te dije que arreglaras con la policía"



Libres para ser libros: La caída del Librero de la Plaza


Alto, delgado, siempre cordial y con rasgos inconfundibles de un pasado genético moro, se trata de Gabriel, "El Librero de la Plaza" de San Justo, tal el título que ostenta con pasión, y dice ser "librero" -algo que no dudo- a diferencia de los habituales vendedores de libros, es decir, comerciantes de objetos de papel y cartulina impresa. Su stand se caracterizó durante años por una leyenda en lo alto de la tienda de campaña "Libros para ser libres" que ahora, luego del penoso desenlace, se me ocurre invertir la analogía en un ejercicio 
dialéctico que busca respuestas donde no las hay: Libres para ser libros, esclavos para ser cárceles, cautivos para ser ausencias...


Pero quizás no se trata de él sino del puesto en la Feria de Artesanos de la Plaza de San Justo; o quizás no, y se trata de los libros que vende al público que pasa por su Stand en la Plaza de San Justo.

Pero quizás, sólo quizás digo, sólo se trata de San Justo, se trata de La Matanza, se trata de este puto país donde da lo mismo vender dólares fabricados en Avellaneda, partes de autos robados -con asesinato incluido- que vender marihuana o cocaína o libros o cidis truchos o manualidades o comidas sin licencia o chips de móviles truchos o prendas fabricadas con tracción a sangre de esclavos en talleres clandestinos o una vastísima variedad de productos insospechados -y a veces sospechosos- que vienen a quedar igualados en la misma coima para liberarlos del acoso policial cotidiano.Es que todo da exactamente igual si se cuenta con la venia policial y una modesta suma al Jefe de Calle o al Comisario. Y así, Gabriel, El librero de la Plaza, un militante de la resistencia culta en la trinchera olvidada de los suburbios -donde la gente que pasa también compra libros, porque también suele leer- resulta que no arregla con los agentes de turno.Entonces, tras un forcejeo verbal, los agentes le intentan "requisar" el material -observemos el término-, quizás unos 100 libros que van de Galeano a Orwell, es decir, de lo actual a lo clásico y que incluyen a algunos autores locales de San Justo y ciudades cercanas, pero por suerte Gabriel salva el producto del atraco "oficial". Es decir, no coimea a "los oficiales de la ley y el orden", pero la advertencia surte efecto inmediato: La ciudad de San Justo ahora sigue teniendo comidas sin licencia, venta de cidís truchos, baratijas, prendas confeccionadas por esclavos por fuera de cualquier contrato de trabajo o amparo legal y en condiciones inhumanas... pero no tiene libros. 


Se me vienen a la mente imágenes de un futuro entre orwelliano y bradburiano, como una bestia nacida de estos padres universales, con venta clandestina de libros, ejemplares preservados en la memoria durante las épocas oscuras, seguimiento policial de autores, diccionarios resumidos a 100 páginas establecidos por el Estado, en fin. Sueños negros. Quizás exagero por pesimismo, por suma y resumen de rabia. Todos los días hay un delito en las esquinas, si. Todos los días, también, hay un delito en las Comisarías. Todos los días hay un delito en las oficinas, las escuelas, los hospitales, las dependencias, los bancos... Es el tráfico común de acontecimientos de un día cualquiera. Así se hace por aquí. 



En cualquier esquina de los barrios veremos la venta ambulante de marihuana y de "pacos" de pasta base -cocaína trucha-, pero no veremos libros ya en la vereda de la Plaza San Martín de San Justo. Se ha cumplido la Ley.





26 de agosto de 2013

Lahret Satrapás, el milagroso



De brazos en alto y la mirada amplia, le pedí al Cielo una señal. Y me cayó un pescado. No fue menor mi asombro al verificar que se trataba de una piraña venenosa.




25 de agosto de 2013

Aztecoides y colibríes: Deleites de la sombreridad




El misterio del sombrero finalmente ha sido revelado. Se trata de la obra "Pescador de ilusiones" del artista argentino Guillermo Didiego. Los posteos corresponden al muro de Facebook en dos fechas separadas, el 4 de julio y el 25 de Agosto.



Carlos Rigel: Se lo ve esperanzado, expectante, casi iluso... ¿quién fue el modelo?

                 
Guillermo Carlos Didiego: Vos..., después de tu libro...
(se refiere a un capítulo del libro El conquistador don Quijote de la Mancha en el reino de Las Indias de mi autoría, de cuando el manchego llega a la provincia de La Riojana y conoce al Marqués Caudillo Chiroga Tresmenes, copia única editada especialmente como regalo).
                 
Carlos Rigel: Entonces soy esperanzado, expectante y casi iluso (aunque algo tímido). ¿Es tu imagen del espectacular, soberbio y inigualable Carlos Rigel?

                 
Guillermo Carlos Didiego: Ese es... Un fantástico soñador que llega sin saber; ese es Rigel un iluso ilusionista...


Guillermo Carlos Didiego: es un Quijote americano... Jejejeje… ahora voy ha hacer "la cazadora...", será su compañera...
ni desilusionado y aún menos sin ilusiones, es un "Quijote americano", saltador de océanos, vencedor de aztecoides, todo para dejar su perfume en los senos de una dama... En el no habita la desesperanza...

                 
Carlos Rigel: Es esperanzador, entonces, soñador catapultoso, creo que primero lanza las ilusiones bien lejos y luego parte hacia ellas, guiado por la brújula cardíaca. Todo un soñador.

                 
Carlos Rigel: No dejo de mirarlo, me encanta y me atrapa en su campo magnético, pero no me hago ilusiones de tenerlo en mi oficce.

                 
Guillermo Carlos Didiego: ¿porque no...?

                 
Carlos Rigel: Porque tendría que aceptar una burda copia láser sin dedicatoria de su autor... inaceptable.

                 
Guillermo Carlos Didiego: Nunca una burda copia, si una extraordinaria copia en camba... Como corresponde para que la enmarques.

Carlos Rigel: Eso me alegra hasta el fervor, y no son banalidades. Estoy cansado de afanar imágenes pretendiendo que he adquirido una pedazo de la creación. La creación no se afana.

                 
Guillermo Carlos Didiego: La deformidad no existe, es una realidad limitada, sólo puede ser apreciada por el artista.
                 
Guillermo Carlos Didiego: Nunca podrás afanar la creación, le pertenece a un sólo ADN. Apenas podrás recrearla si la repites o publicitarla, si la fotocopiás. Amigo del alma, dispones de todas mis imágenes porque dispones de mí. Abrazos.


De proporciones áureas, el sombrero que protege mi
particular peinado beethoveniano.

 Carlos Rigel: Me gusta mucho esta obra, aunque me avergüenza decir que me veo reflejado en ese personaje entre alegre, fantasioso e irresponsable. Me alegra el éxito de tu gira por el norte (Corrientes y Chaco).

                                   
Guillermo Carlos Didiego: Querido amigo Carlos Rigel, esta obra está inspirada en tu persona, pero no pienso hacer público como ciertos esos auto calificativos que dejaste entrever en tu comentario. Sólo puedo decir, y me hago cargo, que el sombrero está puesto ex profeso para tapar el revuelto nido de palomas y colibríes que con algarabía portas habitualmente.
                                   
Silvia Beatriz Cavani: Excelente comentario.... conociéndolos a ambos! Jajaja!


Carlos Rigel: Jajaja... bueno, menos mal. Gracias, has preservado sobriamente (y sutilmente, debería decir) mis nobles cualidades creativas para la Eternidad. Ahora portaré con algarabía el sombrero tan monocromáticamente dispensado por tu mano.

                                   
Guillermo Carlos Didiego: Querido amigo, no lo soportes, quitá tu sombrero para que el sol caliente los huevos que porta el nido... Jeje.
                                   
Carlos Rigel: Bueno, por ahí, y con suerte, sale un pollo o un faisán.

                                   
Guillermo Carlos Didiego: Querido amigo, te admiro porque en esa cabeza hay un nido de letras que dan la luz a las ideas que duermen, que deambulan desordenadas por las circunvoluciones laberínticas donde reposan infinitas, patrona de privilegiados como vos... Ellas gobiernan... Ellas eligen a quién... Necesitan ser entendidas para no desvanecer abrazadas a la ignorancia... Un cariño fuerte, con amor y pleitesía.



14 de agosto de 2013

Votar in saecula saeculorum



Ventajas, fervores y sobresaltos de votar 
en la República de Calpurnia cuando los pájaros arden.


Los ángeles no tienen espinas; tampoco escamas. Y así, con este pensamiento y envuelto de un fervor estúpido –aunque no muy convencido con la oferta de candidatos–, me decidí a votar. Extraje todos mis documentos y elegí el que tenía la mejor foto, me calcé la galera hasta las orejas, la lechuguilla al cuello, como siempre, y salí a votar. No fueron pocos los controles policiales, militares y camporistas que debí sortear para no quedar expuesto en mi antioficialismo empecinado. Mientras accedía al palier de la escalera al ritmo de la fila, un militar salió de un cuarto habilitado del piso inferior con el sobre cerrado en su mano y con la otra descerrajó una ráfaga contra el cielo raso. Volaron chispas y fragmentos.
-¡Voté!... ¡Viva la Patria y los Santos Evangelios, carajo!

Luego fui incluido en una tanda de gente en el acceso al piso del establecimiento, donde pude recorrer los pasillos buscando la mesa asignada. Vi las propuestas diferentes de cada mesa, por ejemplo: "Mesa rápida: Hasta 15 votos por persona", "Mesa rápida (sólo con tarjeta): 1 voto 20 pesos", "Mesa ultrarápida (votamos por Ud.): Todo al PJ". Durante mi recorrida leyendo las propuestas, vi violaciones esperpénticas en los cuartos desocupados, gente durmiendo en carpas, campamentos donde cocinaban el matecocido al lado de las mesas comiciales, tiendas con enfermos y heridos a quienes les eran alcanzadas las urnas para cumplir con el deber cívico. Las sirenas tampoco tienen espinas, es mitología de cocina. ¿O sí? Incluso, un viejito quebradizo, conectado a mangueras y aparatos, desde la camilla de la terapia final, alcanzó a agregar: ¡Viva la Patria!... y con los últimos suspiros logró introducir el voto en la urna. Y murió.

Los comicios se desarrollaban con absoluta normalidad. Así fui avanzando entre las mesas y las filas de gente.
-¡Usted es demasiado tonto como para votar! -escuché por ahí que le decían a un señor de lentes y casco.
-¡País de mierda...! -escuché que dijo una mujer con móvil en mano, al comprobar que no existía en el padrón.
-¡Usted ya votó! - le gritaron a un muchacho rotoso y asustado, mientras lo empujaban hasta las escaleras a punta de armas.
-¡Usted, quién es! -me gritaron- ¡Qué hace aquí!
Aterrado, me paré firme, mirando inexpresivo a la pared. Grité mi nombre, mi puesto, mi documento y hasta la deuda con el quiosquero. 
Un pelado recién bañado me examinó de pies a cabeza con la mirada lagañosa. Al fin  detuvo la mirada recta en mis ojos. Me entregó el sobre pero me hizo la advertencia.
-Tenga mucho cuidado cómo vota... la gente muere cuando se equivoca.
Tenía ganas de tirarme de pechito por el ventanal dos pisos hasta la calle.
Estaba a punto de echar a correr cuando un hombre salió del cuarto oscuro exhibiendo un sobre fraguado, pero lo descubrieron de inmediato. ¡Alto, alto! Sentí que tocaban pito. Por instinto me eché el sobre vacío en la boca y comencé a masticarlo como si fuera un pancito de grasa. ¡Al suelo! ordenaron cuando estaba ya cuerpo a tierra.
Para cuando las ráfagas de metralleta partieron el aire en medio de gritos aterradores, yo escupía los sellos de los fiscales como si fueran pepitas, y seguía mascando y tragando. Luego, al borde del desmayo, me arrastré hasta el cuarto oscuro con mis ultimas fuerzas nucleares.

Una viejita recién infartada boqueaba en el suelo con los ojos en el cielo. Sobre sus rodillas descansaba el sobre firmado y abierto. Dudé, me atormenté, pero al fin se lo quité y seguí agazapado hacia el cuarto oscuro. Ya estaba muerta. Rápidamente elegí una boleta cualquiera (creo que era roja o violeta) y aún con restos de tinta en la lengua, mojé el pegamento amargo del borde troquelado y lo cerré. 
Estaba listo para asumir las consecuencias. Salí al pasillo, sudando tinta y pegamento. El operativo de camilleros y bomberos asistiendo al muerto ensangrentado por los disparos, me permitió votar. La distracción fue tal que incluso me permitió alzar la urna y avanzar con ella hasta las escaleras. El gentío alterado, aún estupefacto por los disparos, llenaban el espacio con las especulaciones de lo ocurrido arriba. "Votó", "No votó", "Lo descubrieron cambiando boletas", "No, fue voto cantado", "Puso veinte boletas en el sobre"...
Sabiéndome muerto, seguí en descenso, escalón tras escalón.

-¡Usted! -escuché a mis espaldas, y sentí que al tironearme me arrancaban el hombro. 
Mis piernas eran fideos recién hervidos. Era un enano uniformado con las cejas casi unidas. 
–¡Quítese la galera!... ¿Dónde piensa que está?
Obedecí de inmediato, de tal manera que bajo un brazo llevaba el sombrero y bajo el otro, la urna. 
Se mostró conforme.
-¿Votó bien? -me preguntó.
Creo que balbucee algo aunque asentí. 
Agregó: 
-Y arréglese la lechuguilla, parece un Sancho cualquiera... La salida está por allá.
Caminé con ojos en la nuca y la mirada láser perdida en no sé dónde. Mis piernas eran de otro.
-¿Cómo viene la mesa?
-¿Hubo muertos?
-¿Quién gana?
Salí a la vereda como si fuera el final del camino. No tenía otro destino. Detrás quedaban las filas y los asesinatos democráticos. La gente corría desnuda entre las filas del electorado, perseguida por perros iracundos y encrespados. Gorriones, torcasas y palomas caían en llamas y explotaban en chispas contra el pavimento. El olor a plumas quemadas era insoportable. 

En la calle proliferaba la venta ambulante de sobres sellados y listos para votar, algunos con el agregado de una foto del Papa. Otros vendían frascos con perros en formol, gatos a la vinagreta, papagayos con las caritas de los candidatos, etc. Uno en especial ofrecía un paquete electoral completo. La oferta consistía en dos sobres con boletas a elección más una foto junto al candidato, todo por diez pesos. Me acerqué al muchacho que atendía y le ofrecí un trato incluso más beneficioso: La oferta ahora incluía el voto en urna, todo por veinte pesos. Nada de filas peligrosas ni ráfagas de fervor cívico. Un cóndor enorme cayó incinerado y perfectamente muerto sobre la mesa de un vendedor. Comerciar votos en las calles de Calpurnia, a fin de cuentas, puede ser menos peligroso que votar.



Copyright®2013 por Carlos Rigel