25 de marzo de 2013

Ciudadano del imperio jamás existido



Parodiando en el título la frase lapidaria de Camus, quien tras visitar Buenos Aires se refirió a nuestra ciudad como "la capital de un imperio jamás existido" es conveniente preguntarnos qué existe y qué no a la luz parcial del reciente suceso de la elección de un Papa de esa urbanidad, cuando sabemos del enfrentamiento que persiste entre el gobierno y el ex arzobispo de Buenos Aires quizás ahora minimizado obligadamente por nuestra presidente y su propio grupo de diáconos. Pero para esto debemos también indagar la falta de expresividad pero no del gobierno, sino de nuestra ciudadanía.

A no engañarnos: Si en vez del cardenal Jorge Bergoglio, el elegido como Papa por mayoría del cónclave, hubiera sido el cardenal de Sao Pablo, los festejos continuarían en Brasil hasta alcanzar la semana completa. Y por supuesto que nos enrostrarían a los argentinos ese triunfo imaginario, lo celebrarían como lo hacen con cada gol hecho por la selección brasileña a la selección nacional, como cada copa ganada, como cada empresa comprada a nuestra patronal parsimoniosa. La respuesta del pueblo de Brasil a cada reconocimiento o mérito alcanzado es la fiesta nacional. El carnaval carioca, desbordando las calles, danzando, alegres, alcohólicos, inagotables, muy opuesto al lastimero tango popular de nuestras tierras, cuyo tema central casi siempre es el amor perdido, nunca es el amor ganado, motivo de burlas de aquél país para con el nuestro. A diferencia del pueblo carioca, nunca por el amor ganado o por el goce disfrutado y presente. O quizás por los goces que vendrán a nuestro encuentro. 

A la hora de las verdades profundas en la idiosincracia de cada pueblo, un brasileño cree de corazón que habita el mejor país del mundo, verdad relativa pero necesaria en la confección de valores que habitan ese sentimiento sinuoso de cada ser de la Tierra y que es el patriotismo. Pero el Papa no fue brasileño, sino argentino. Y como tal, la comunidad nacional no responde con fervor sino con una eterna polémica estéril. Aproxima bastante Nietzsche cuando se define al pesimista como a un idealista resentido, pero ¿cuál fue nuestro ideal para vivir en pesimismo?

¿Tenemos un mejor cardenal para proponer en reemplazo del argentino Bergoglio? La conclusión es no, simplemente porque no se trata de listar a uno mejor –jamás habíamos pensado en el sillón de Pedro–, sino de cuestionar a otro argentino reconocido. "Ojalá no hubiera sido un compatriota", podríamos resumir. Porque somos debatientes –que es parecido a decir, combatientes– y dubitativos, la realidad no pasa por nuestro eje porque la evadimos a diario. Es nuestra gimnasia cotidiana, por eso mismo no hay una mejor propuesta. Es como la actitud del "vivo criollo". 


Claro que el argentino no tiene la solución a la propuesta, y acaso ni está preparado para ella, no es tan inteligente como para elaborar una de inmediato, pero tampoco es estúpido –es mejor aclararlo, "estúpido" no es "tonto", sino que es quien queda absorto frente a un tema determinado y específico, es decir "estupefacto"– y, tan afectos a extraer conejos de la galera criolla que para asumir el reto, de pronto asoma "el vivo" argentino, cuya una de sus vertientes urbanas es "el vividor", el ilustre personaje del cuento del tío, el trampa, el garca, el prestidigitador, el malabarista, el mago que ejecuta movimientos magistrales para el aplauso o para salirse con la suya. El garca, por defecto, es quien se sacrifica por nosotros y el "ser nacional".

Y frente a un tema planteado, la respuesta del "vivo criollo" es la perorata, la diatriba proverbial, el brillo en la elocuencia, los destellos que parecen sagaces, ese minuto que intentará fijarse en nuestra conciencia con grandes palabras, pero que tan pronto acabe no dejará marca alguna, ni una palabra; es que no debe dejar huella, no nació con tal destino, sólo debe prevenirnos de jamás volver a preguntar acerca del tema. Como, por ejemplo, la que dio la Segunda Dama de nuestro gobierno cuando le preguntaron si estaba feliz con el flamante Papa Francisco, es decir, tenía una idea de lo que debía responder, pero no el cómo ni el por qué. Sobrevienen las declaraciones de Abal Medina, otro diácono de la infamia, cuando exaspera ahora diciendo que "nunca hubo enojo con Bergoglio, fue un invento de los medios".

Y para que no se advierta que no saben ni jota del asunto planteado, incluso el "vivo criollo" ilustrará su prédica con panfletos dudosos, fotos trucadas o borrosas y con epígrafes más dudosos todavía, y hasta con experiencias personales cuyo origen no es verificable. Porque en verdad no fue una contestación, sino la evasión a una respuesta concreta. Ni un "sí" ni un "no", sólo una argumentación de complejidades satelitales que hasta parecieron profundas mientras eran pronunciadas. 

De manera que lo equivalente a la réplica buscada no está aquí y ahora, entre nosotros, sino en un hecho acontecido hace mil años en los suburbios de un distrito chino, cuando un argentino pasó por allí y lo chiistaron para brindarle un secreto magistral. Y tan pronto el supuesto emisario entregó el mensaje a nuestro compatriota, se disolvió en el aire sin dejar rastros. En esa selva de palabras se encuentra la solución a la pregunta. Después lo veremos al "vivo criollo" darse vuelta y, oculto tras las bambalinas, contar los centavos ganados en tan fugaz y efímero triunfo. Sobreviene la sentencia nacional por excelencia: "Zafé".

El argentino vive dividido, entre avergonzado y orgulloso, inseguro pero ofuscado, molesto con el éxito ajeno en detrimento del propio, "ellos son responsables de que yo no sea mejor", porque ningún individuo debe sobresalir por encima del conjunto social. Y menos aún si proviene del modelo ético. Los motivos que podríamos listar componen un catálogo, pero baste decir que lo que debería engrandecernos, nos humilla hasta el asco, y lo que nos embarra nos identifica. Es difícil de entender. Admirada nuestra nación por países pobres y abandonados, pero repudiados por las grandes naciones de la tierra, el "ser argentino" que la habita no existe sino una reunión desordenada de actitudes contradictorias, falaces, fútiles, eternamente en debate, nunca erguidos, sin certezas más allá de aquellas que duran minutos, de las que no sirven a nadie. Pero convencidos de que es así, no hay otra manera de ser probadamente eficaz, reclamamos espacio y mucho respeto para terminar eliminados en la primera ronda.

Si debiéramos buscar al mejor habitante para representarnos en el orbe internacional, entraríamos en crisis. ¿Si fuera una vedete estaríamos contentos? "No, claro que no. Aquí tenemos cerebro e inventiva, además de carne sin adiposidad". ¿Y si fuera un inteligente? "No, tampoco, vea, yo una vez pasé a su lado y no me saludó". ¿Y si fuera un deportista? "No, menos, acá no tiene méritos, además Fulano es mejor y nadie lo menciona". ¿Y si fuera un estadista? "No, pero claro que no, le explico, cuando tenía 16 años fue secretario de un empresario del Proceso". ¿Y si fuera un párroco? "No, tampoco, no, la vecina del al lado me contó que su prima dijo haber sido tocada maliciosamente por el susodicho hace 50 años". ¿Y si fuera una prostituta? "¡No! ¡De ninguna manera, aquí no se coge!, ¡es una ciudad civilizada!". 

¿Y a quién propondríamos para el cargo de Representante Universal salido de Argentina?, es simple: "Al quiosquero de acá a la vuelta, porque es un buen tipo y siempre me saluda cuando le pregunto la hora". Así es, el mismo de quien ni siquiera recordamos su apellido y hasta lo conocemos por el sobrenombre "Tito" o quizás "Pepe". Él es el mejor fenotipo de nuestro prensar y sentir. Mientras tanto opera "el garca" en representatividad provisional.

La nación se cree pensante pero vive decapitada y el faro que nos ilumina, el radiador que nos abriga en el frío ruidoso del aislamiento, no es el arte ni el fútbol ni las ciencias ni los modelos políticos o humanos, sino el Proceso de Reorganización Nacional. Oh, sí, es la escarapela, el símbolo, el filtro por el cual tamizamos la realidad, todo debe evaluarse desde allí como fuente inagotable de sentencias. Pero no el Proceso vivido, sino el imaginado. Tal parece ser el acontecimiento más destacado ocurrido durante el siglo XX. No es difícil ahora identificarse con aquella lucha, como quien dice "yo no estuve allí, pero de haber estado, hubiera hecho tal y cual cosa, ya sabrían de mí esos rufianes, pues ténganse que no soy un argentino anónimo más, sino el mismísimo Juan Pueblo encarnado". 

Es decir, reemplazamos la ausencia del compromiso nunca tenido, a falta de grandes gestas, por una ética intransigente jamás probada y, precisamente, de no haber hecho nunca algo importante ni por la patria, ni por la comunidad, ni por nosotros, ni por nadie; una especie de compensación tardía que nos mantiene atentos y ofendidos. Lo valioso del Quijote es que él creía en sus sueños y locuras, y estaba dispuesto a morir por ellas, pero de haber sido argentino jamás habría salido a los caminos; se hubiera contentado con cascotear a los paisanos de lejos y ocultar la mano, simulando ser un Quijano muy ocupado.

Así, hemos engrandecido a verdaderos hijos de puta hasta la verguenza nacional, y nuestros mejores representantes son tenidos en la letrina del contraluz. Ovacionamos a Galtieri en la Plaza pero nunca a Borges, no importó que Favaloro muriera si Cavallo acertaba con el plan, olvidamos a Milstein, a Sábato o Evita para reconocer a Cristina, porque nos identiffica en nuestra sagrada mediocridad. ¿Quién quiere ser argentino? No hay respuesta, pero es probable que nadie ostente ese apellido. Ni siquiera un compatriota. Sabemos que hasta es usado como insulto en otras culturas. 

Como un Jor-el de la historieta, ahora Bergoglio es el Papa sobreviviente de una capital imperial jamás existida que, además, elige vivir alegremente en crisis, ofuscada por la ambigüedad que impide dejarle una huella al tiempo, pero conciente de no estar haciendo algo al respecto. Mientras tanto, nadie debe ser "el mejor argentino".



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14 de marzo de 2013

¿Quo vadis, homine?


No tengo derecho a la ofuscación pública en calidad de Embajador de Paz y Cultural, pero el debate argentino abierto promueve la pasión desmedida y casi siempre por la ausencia de una autocrítica justa y, más frecuentemente, como una manera de evadir el compromiso con los temas verdaderos. No se trata del Papa, sino de nosotros. Quienes me conocen, saben que soy cristiano, pero no afecto al Vaticano. Y mi blog me permite expresar libremente mi pensamiento. Es privado. Aquí soy un autor más.
Nos llegan saludos y felicitaciones desde los pueblos de la Tierra con motivo del Papado de Francisco I, pero encuentra a nuestro pueblo, como siempre, en polémica. Y pregunto, ¿qué carajos nos pasa a los argentinos? Si viene el Dakar a Argentina, todos contentos. Si Messi hace un gol en España, fascinación total. Eligen a un argentino para liderar a la Iglesia Cristiana Mundial y comienza la polémica. El radio-pasillo del día dice que el tema es su pasado, si fue procesista o si no lo fue. Eso aliviará nuestra ofuscación cívica.

Ahora, tal parece que en épocas del Proceso toda la población argentina era guerrillera y ocupó la trinchera social y democrática, esquivando las balas y vociferando protestas contra la Junta Militar. Resulta ser que nadie miró para otro lado porque nadie vio algo raro. Todos inocentes, todos argentinos de noble hidalguía gaucha, tan rectos, valientes y firmes que tomar el control de Casa de Gobierno, a unos pocos militares, les tomó segundos. "La vida por Perón", se gritaba, hasta que se escuchó un disparo. Entonces se dejó de gritar y no quedó nadie.

Pero yo recuerdo bien. Aún conservo el odio social intacto, sepultado pero intacto: Ni siquiera hubo un paro general. Nadie se movilizó porque los gremios corrieron a negociar con el Golpe, cada uno con su listita negra para salvarse de las represalias directas. Y aplaudían y gritaban "¡Yegua-Yegua-Yegua!". Hasta recuerdo las caras al otro día del Golpe, eran del tipo: "Y bueno, se rompió". Muy similares a las del '95 con la reelección del anticristo riojano. Nadie fue. "Fueron ellos, yo no". Y como ovejas, a agachar la cabeza e ir a trabajar como si nada hubiera pasado. Mudos. Nadie se equivoque, no fue la Guerra Civil Española y su millón de muertos, dirimiendo el futuro entre el socialismo, la monarquía o la república. No se trata el nuestro de un pueblo pacífico, sino de un pueblo cagón que nunca fue dueño de su presente y que apostó a un futuro incierto mientras quitaran a la "yegua" del sillón, estando a ocho meses de las elecciones. Fuimos peores que judíos en holocausto.... Fuimos Pilatos, fuimos Hitler. Dios mío, odié a este pueblo, maldije haber nacido aquí.

Ningún Papa debió venir de visita a Argentina para pacificar a una sociedad guerrillera convulsionada contra el Estado Militar, porque no existió ninguna sociedad guerrillera convulsionada contra nadie. Hubo corderos. Corderos en el matadero nacional. Y hasta preferimos despedir y dar por muertos a los cinco mil pibes de mi edad que iban camino a Tucumán, a un enfrentamiento recto contra el ejército, mientras tocábamos la guitarra en la tribuna con Videla. Bueno, porque hasta Piero rajó y nos quedamos sin guitarra. No salimos a defenderlos ni a sumarnos, sino que aceptamos la pérdida mientras partían. Y fueron cinco mil, no fueron doscientos mil. Y luego, despedimos a los pibes que llevaban a las Malvinas. No los mandamos nosotros, sino que se los llevaron mientras cantábamos en la Plaza. Todo eso frente a nuestros ojos.

El Mundial blanqueó los sepulcros con papel picado y la euforia tapó las lágrimas. Nuestra historia dice que somos un pueblo infame. Aquí, las sonrisas terminan en lágrimas, pero las lágrimas no terminan en risas, sino con gritos y terror. Y más lágrimas. Pocos recuerdan el "San Galtieri", y menos aún el "San Bignone" de días antes, cuando ejecutan a Dalmiro Flores en Plaza de Mayo delante de todos los argentinos. No hubo un paro general por tiempo indeterminado, la ciudadanía total no se manifestó solidaria ni ofuscada. Siempre optamos por blanquear sepulcros.

Ahora me gustaría saber cuántos se embarran hoy los zapatos en una villa miseria, cuántos asisten al necesitado, cuántos aceptan dormir en un catre, cuántos comparten un mate con el cartonero, cuántos se comprometen con algo más que postear opiniones en Facebook al abrigo de una cerradura y rejas auntoimpuestas de sus hogares, nuestras felices y protectoras cárceles del temor. Y desde esa ética nacional e inmaculada se lo juzga a nuestro primer Papa hispano y americano, Francisco I. Nadie pregunte qué hacían Néstor y Cristina durante el Proceso. Nadie quiera saber si Bergoglio es peor que Anibal Fernández o Julio De Vido o si es menos limpio que Boudou. Ni un solo argentino es inocente, porque si tiene más de 20 es cómplice de la realidad. Lo que se puede debatir es quién fue menos o más responsable.

Aquí, Cristo, por bueno que fuera, sería asesinado en Plaza de Mayo por los muchachos de "La Cámpora" frente a nuestra distraída indiferencia. Y el debate. El eterno debate de los necios. Poner a la misma altura a Bergoglio y a Videla es cosa de hijos de puta. No avergoncemos más aún a nuestro país frente a los pueblos del mundo. Digo, no seamos tan hijos de puta. Tratemos de serlo menos. No digo más honestos ni tampoco menos hipócritas, sino menos hijos de puta. Por primera vez el Papa es americano, de habla hispana, y es argentino.


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12 de marzo de 2013

Liberato


Tras el festejo del cuarto cumpleaños de Thiago, 
el menor de mis varones, abatido –casi exterminado diría–, 
se me ocurrió anoche librarme al ocio de echarme en un sillón a mirar TV y tomar café y gaseosas y comer pizzetas, y algo de torta, 
entretenido con la programación de cable.

He aquí que estaba mirando "El origen del planeta de los simios", la remake de la secuela famosa de los '60 pero hecha, ahora, con el conocido recurso del animatronic, tan increíble por inverosímil, bueno, pero en donde los simios tienen la inteligencia del norteamericano promedio, digamos, y conquistan, aparentemente a EEUU. Bueno, pero luego cambié de canal y vi una producción cuyo título desconozco pero que me dejó pasmado porque un grupo de cowboys luchaban junto a los apaches, como en la conquista del oeste, pero ambos contra una raza de extraterrestres muy feos que secuestraban a norteamericanos para hipnotizarlos y realizarles experimentos cuya inutilidad era, en verdad, tan incomprensible como proverbial, y lo misterioso es que trataba yo de entender de qué diablos trataba la historia, pero me sentí más abatido que tras el cumple, porque hasta los extraterrestres me parecían también norteamericanos, aunque los norteamericanos quieren que uno piense que son cubanos o rusos o vietnamitas o afganos o irakies o iranies o colombianos o venezolanos, pero yo en verdad los veía muy "norteamecanizados" a los pobres, que tal parece que los extraterrestres nunca piensan en enamorarse o tomar mates de silicio o de antimonio con pastel de metano frente a las cataratas, no, siempre están pensando en conquistar a EEUU y no sé para qué diablos, que si vienen de visita a latinoamérica serían recibidos con honores y les sería entregada la llave de la ciudad, como a cualquier cartel de drogas o traficantes de armas. Bueno, pero mientras veía los combates con lanzas, Colts, Whinchester, lanzas y rayos láser, me parece que le faltaba al film un "toque", no sé, digamos, un animal prehistórico o un vampiro o un hombrelobo, con alguna que otra escena de amor, naturalmente, entre dinosaurios y extraterrestres, y algún tipo de alianza con los nativos como para derrotar a los animales prehistóricos, me saltó una pizzeta al aire -porque estaban frías y se me pegaban en el paladar- cuando vi que los extraterrestres eran vengativos y rencorosos, los muy guachos, y creo que ya estaba perdiendo la cuenta de cuál film estaba viendo, pero la torta se desarmó sobre la gaseosa y creo que corrí a la cocina y se me vino la imagen del simio Cesar, líder de los monos, el conquistador de EEUU, o el nuevo presidente de los EEUU, o el nuevo caudillo, no lo sé, pero lo cierto es que de pronto ¡Pum!, casi caigo de pechito en el sillón cuando hacen estallar la nave espacial de los extraterrestres y yo aún sin comprender qué diablos pasaba, ni por qué estaban en guerra, pero la explosión termonuclear fue apocalíptica, y sin darme cuenta un pedazo de torta había caído como un meteoro en el vaso de güisqui, y por su lado, los simios, enfrentando a un escuadrón antimotines de la policía montada de los EEUU, por supuesto, con valentía norteamericana, ¿querés otro café? me preguntan, pero yo pensé que estaba tomando güisqui, ¡un día van a caer monos del cielo, ya verán!, y no, dame un poquito de metano y postre de siilicio, pero se me ocurre que hubieran ligado ambos films y reemplazar a los simios por los extraterrestres, digamos, y hacer estallar todo y listo, y en cuanto al hombrelobo y los vampiros ¡qué se arreglen como puedan en otra película!, si hasta me recuerda a Zarkiel, mi hijo otro varón pero de 5, cuando hace poco me contó que San Martín y el Hombre Araña peleaban contra el Capitán América y el pirata Drake, pero en un momento me saqué una zapatilla y me la puse de sombrero con la escena tierna -porque sentí que los cordones me estorbaban en las orejas-, cuando, al parecer, en la nave desintegrada de los extraterrestres estaba el amor de unos de los personajes pero no recuerdo si era el simio César, el hombrelobo, o el dinosaurio. Qué final. O quizás era de otra película. Bueno, pero fue tan palpitante de ternura que me dio hipo. En efecto, comencé a hipar. Ajena a mi voluntad, la zapatilla cayó al suelo pero no me interesó.

En fin, a veces no sé qué es peor, si la programación de cable o soportarme a mi mismo cuando intento dejar de ser yo.



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11 de marzo de 2013

Genus irritabile vatum


Romanticismo no es embeleso, 
porque no es una casualidad que el siglo romántico 
haya sido la cuna del racionalismo y de su hijo pródigo,
el existencialismo.


No se trata de innovar desde lo novedoso por el camino de la novedad para terminar, al fin, en el lugar común y relamido de no decir nada nuevo. El idioma es siempre el mismo, pero la primacía de la estructura por sobre los elementos se vuelve evidente cuando observamos a los autores y poetas noveles tras la busca de "la belleza" por el camino de "lo bello". Algo así como al merengue, agregarle crema chantillí, dulce de leche, miel y azúcar para potenciar la dulzura, y luego esperar a que alguien diga "pero, ¡qué rico!". La falla de la estructura dice que los elementos son insuficientes para salvarla.

A esta asquérrima constante de la contemporánea dialéctica ignorada se debe la mayor parte de la nueva poesía escrita para el olvido, como por ejemplo, la mayoría de los poemas del "pronóstico meteorológico", dedicados a las estrellas, el tiempo, el sol, el arco iris, el atardecer, la luna y el viento, como imágenes metafóricas del amor. 

Nadie dice de seguir a Baudelaire pero vale recordar que ni Shakespeare, ni Dante o Sófocles se propusieron lo bello como objetivo. La palabra "amor" no será la misma después de Proust (como dice una película reciente "se ve mejor a Dios desde el Infierno"), porque la belleza resplandece más cuando es expuesta frente al abismo. 

Esta disonancia asimétrica de origen, extrema el amor merecido de Beatrice, salva a Madame Bovary e inmortaliza a Dulcinea.





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7 de marzo de 2013

El invierno del patriarca


Los hombres también se rompen. 

Chávez ha fallecido; convivíamos con la sospecha desde hace mucho tiempo, su salud lo anticipaba. Pero, a no engañarnos, Venezuela vive sin Chávez hace 18 meses. Príncipe militar o tirano simpático, filántropo autoritario o monstruo protector de masas, el país se encuentra dividido. La fisura, como los Andes, cruza América. Como un caldero de tres patas, una se ha quebrado y amenaza derramar su contenido. Lo que sigue es la incertidumbre.

Mi propia familia se encuentra dividida entre el chavismo y el antichavismo. Odio y amor, la gran pareja que nos acompaña desde hace décadas, como una fórmula infaltable en la ecuación latinoamericana. En Argentina sabemos de fallecimientos que sedimentan fracturas perpetuas. Nuestro propio país vivió dividido por el peronismo y el antiperonismo. La cicatriz aún perdura. Evita aún despierta animosidades y polémicas. Las sociedades, como las personas, duelen y sangran, pero a diferencia de ellas, en los países no hay cirugía estética que cubra las cicatrices. Y además, sangran para siempre. Esperemos que no infecte.

Dice un comandante imaginario en una historia que escribo sobre el período colonial: "El estado de irritación indígena es de tal fervor y pasión que no sirve para nada". Recordemos que antes de Chávez, la estrella latina era el Subcomandante Marcos, en Chiapas. Y mucho antes el Che. El socialismo estilo latino a punta de armas. Un socialismo personalista, uno de los cien modelos descubiertos durante el siglo XX. O la fractura. El modelo de democracia latina es la división y el enfrentamiento. Conlleva una cuota de odio y una sonrisa.

Una vez le pregunté a escritor paraguayo Augusto Roa Basto qué pensaba de las flamantes democracias latinas, y el Premio Cervantes de Literatura me respondió "¿Cuáles democracias, joven?". Claro, en su opinión, aún no habían comenzado los verdaderos procesos democráticos en el continente. A falta de reinos o principados hispanos, reemplazamos a la democracia por patriarcados.

Argentina ha quedado aislada más que nunca antes. Atrás quedan los proyectos de triunviratos continentales, de cuádruplos cardinales, el nuevo pentágono del sueño bolivariano. La patria venezolana se resume ahora en un diatriba interna. América no existe, como existe, por ejemplo, África, la unificación es ilusoria porque ¿qué tiene que ver un esquimal con un afroamericano antillano, o un vikingo guaraní con un anglofrancés del norte?, es como intentar unificar a Asia, pero ¿pudo existir? Abriguemos la ilusión de que sí. No hay grandeza en este tiempo, apenas grandes sueños en hombres pequeños. Venezuela no será la misma, pero ¿ha cambiado? ¿ha aprendido?

Maduro ¿podrá operar en el límite institucional del gobierno donde comienza el poder militar?¿Regresarán los programas militares al eje institucional del país? Los venezolanos ¿habrán aprendido que la democracia conlleva la fugacidad de los líderes y que los caudillos son el problema y no la ventaja? ¿Es que no hay otra manera de liderazgo que no sea por caudillaje? Demasiadas preguntas para despedir a un líder, una voz americana ha callado.

Quienes lo odiaban se han quedado sin promotor, y a quienes lo amaban, los abraza el desamparo. El caudillo retobado institucional no está. A los antichavistas, ojalá respeten el luto de quienes están dolidos. Un adversario no es un enemigo. Aquí no hay antivenezolanos. Nos queda acompañarlos en el duelo y abstraernos frente al odio para no ser parte. Pero no está mal quedar sólo frente a la adversidad y tener que elegir de nuevo un camino.

Como un músculo sin hueso, la patria venezolana debe ahora aprender a construir las bases de una nueva democracia sin caudillos, una tierra firme con huesos pero sin mártires ni venganzas. Yo te saludo, amada Venezuela, y te abrazo.



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