28 de octubre de 2011

El adoquín inicial / Republicado


Reflexiones para la Nueva Edad Holística


Cuentan que cuando Simón Barjona, llamado Pedro, recibió la piedra inicial de la Nueva Iglesia –un bloque sólido de doce kilos–, se aventuró a cargarla con valentía y penitencia el camino hasta Roma. Sin embargo, poco antes de llegar a destino, la ruta se interrumpió brutalmente por un pantano. No afecto a pérdidas de tiempo —ni a pensamientos profundos— se adentró en las aguas lamosas. Pero mientras avanzaba he aquí que perdió el equilibrio y la piedra cayó en la ciénaga. Tenía dos alternativas: Buscar ayuda... o construirla allí mismo.



Párrafo del Libro 
Fragmentos del Cielo, de la Tierra y del Infierno.



Copyright®2011 por Carlos Rigel


26 de octubre de 2011

Diario del fin / Un capítulo corto de la novela



«Martes 25 de Octubre

Se ha dicho que "cada generación debe reescribir la historia", modesta variedad del objetivismo cuando personaliza a toda una generación como a un individuo único e indivisible, pero más allá del absurdum rerum, el mandato implícito que conlleva presupone el interés generacional en registrarla nuevamente. Sin embargo, ¿qué ocurre si hay desinterés en reescribir la historia? Las sociedades estables irremediablemente pierden la identidad, he allí la circunstancia, y con ella los sueños que otrora parecieron inamovibles. La afirmación contiene en sí misma la fugacidad de las promesas adolescentes.
Comenzado el Tercer Milenio puedo advertir que Occidente, como lado del mundo mayoritariamente cristiano, se ha vuelto nietzschiano de comportamiento, como si el maestro cáustico de la acidez antiapostólica lo hubiera teñido todo con un color amargo sólo reconocible por él mismo y sus seguidores, especie de lavandina que no aclara sino que enturbia, y que ahora echa brotes en el suelo desequilibrado de la contemporaneidad. Y de éste resulta al menos un muerto seguro: se trata del Cielo en la propia conciencia del hombre actual. En efecto, el Cielo es la víctima acaso más destacada en el permanente asesinato del pasado siglo XX y comienzos de este primer siglo del nuevo milenio. Pero no es el único crimen contradictorio del actual positivismo. Es común encontrar jóvenes que proponen en sus prédicas una revolución radical pero que se sientan a esperar cómodos los resultados de una cultura claramente burguesa; o que se declaran antifacistas pero que defienden sus ideas a las trompadas, y ni siquiera consideran una posible contradicción entre las palabras y sus actos.
En cuanto al llamado mundo holístico, la clase media sienta sus bases en el conformismo individual cuando se exculpa a sí misma sobre las causas de la batalla permanente en las clases bajas. Aislarse cada uno en su propio tubo irreal no es difícil para mirar desde allí a una existencia que tiene dos metros cúbicos con epicentro visual en nuestra nariz. Y desde allí, muy condicional, todo se ve tan maravilloso, como quien dice: «Si yo puedo viajar a la India para descansar del stress, entonces todos pueden hacer lo mismo. Pero por qué no lo hacen, no es de mi incumbencia.»
También observo un cierto decaimiento en la Filosofía; en ella la corriente que impera es la de un cauteloso y prolijo escepticismo cultural. Terminada la edad de los superlativos, la de los grandes descubrimientos, consumado el período cientificista e industrial, sintonizada la edad de la razón pero en cortocircuito con el sentido común, cerrados los períodos de rabiosos dogmas oscurantistas del medioevo y la posterior revolución industrial, la filosofía parece estancada, acompañando a sociedades que revelan haber perdido las preguntas esenciales que generacionalmente necesitaban respuestas precisamente generacionales. “Es más fácil ser profesor de música que músico”, dice Zulma, acertadamente de este tiempo.
Tan pronto una definición es enunciada sobreviene su derrumbe, refutada y más tarde negada, o reemplazada por otra nueva, y luego olvidada hasta la desorientación y su final futilidad. Sartre no hubiera dejado huella en este tiempo. En la actualidad ni siquiera sobrevive una definición del concepto de “arte” que perdure inquebrantable y libre de cuestionamientos. Hoy la filosofía dedica sus estudios a los apóstoles pretéritos de cada lado. Hiato o cisma, decadencia o utopía, quiebre o inercia, nadie se atreve a pronunciarlo abiertamente pero está en declive. Incluso manotazos desesperados del racionalismo duraron menos de un siglo, por ejemplo, como el advenimiento de Freud y la corta fiesta del psicoanálisis; hoy muy pocos lo toman en serio o lo recuerdan, porque es como recobrar los estudios de Darwin aplicados a la evolución del ser humano, cuando la Teoría de la evolución de las especies sólo demostró ser aplicable correcta y sin errores a las bestias de la Creación, pero no al Hombre; es inconsistente para el Hombre del último millón de años y absurda para el de los últimos cincuenta mil.
El agotamiento en las fórmulas del pensamiento filosófico, las mismas que alguna vez perturbaron la eterna siesta de la humanidad, llegan de la mano con la idea liviana de una relativa satisfacción de objetivos: La cima parece alcanzada pero no como un sueño realizado, sino como una realidad resultante que es mejor no modificar, no sea que empeore. Empíricos, racionalistas, existencialistas, marxistas, eclécticos, epicúreos, pero también holísticos, contemplativos y revolucionarios, todos ellos abrevan hoy en el mismo pozo agotado de fórmulas bajo la forma de un animoso aburguesamiento, resentido e irresponsable.
Pero tampoco la religión, segmentada en un millón de verdades parciales —cuando no ingenuas—, alcanza para contener al universo maltratado de fieles desencantados y más desolados que nunca antes frente a una inercia mayoritaria de escépticos y de ateos conformes de su refractalidad; también es impotente frente a los brotes crecientes de la “inteligencia emocional” en el mundo contemporáneo compuesta de pibes índigos y cristales de reciente aparición en la sociedad del hombre como una raza dentro de la raza. Y así, nacido del Homo Sapiens, el Homo Profundittattis emerge de un territorio bombardeado menos espiritual que litúrgico, con interrogantes todavía básicos cuando las respuestas debían estar prontas y listas. De manera intrínseca e implícita revela la impotencia para contener a una generación de fenómenos infantiles con un pasado milenario para quienes ni La Biblia ni las recetas del pasado tienen soluciones que ofrecer: Nacen antiguos. Ahora, la sabiduría no tiene como símbolo a un viejo vivido y luminoso, sino a un pibe que no sabe leer.
Incluso la misma veta de la posmodernidad que alguna vez impulsó al Renacimiento europeo hoy se muestra insuficiente frente al desasosiego del hombre actual. Las respuestas no parecen estar por delante, sino ocultas en algún episodio lúcido del pasado pero inaplicables u obsoletas en la modernidad. Por ende el futuro es habitado por una simpática especie de aparatos compactos, por sincrotones más poderosos, por una medicina cibernética en alpargatas, naves cada vez cada vez más veloces y complejas, y con aldeas cada vez más pobres, pero también por interrogantes insípidos y ahora exiguos de ecuaciones seguras que aplicar para resolverlas.
El mismo Manto Sagrado es el símbolo disparatado que caracteriza esta edad: la comunidad científica evalúa la antigüedad de la reliquia a través del conocido método del Carbono 14, negando al fin su antigüedad y luego, como comunidad, se atrincheran para defender la medición, excepto que la muestra extraída corresponde finalmente al parche de algodón aplicado en 1350 para remendar el faltante en el lino original producto de un incendio históricamente documentado. Una tecnología avergonzada por la falta de sentido común; el mismo factor que la engrandece, la degrada.
Entonces, el manto sagrado es verdadero o falso, el universo es finito o infinito, impera la duda razonable o la certeza injustificable, el Quijote está reloco o es el primer cuerdo universal, Nietszche mató a Dios pero luego murió de burla al publicar Zaratustra, después Freud reemplazó a Dios pero duró menos de un siglo, el ser humano es resultado de la evolución de las especies o de la generación espontánea, el marxismo favorece a la clase baja sin embargo es impopular en ella misma, Dios está más muerto que nunca o cada vez más cerca de la humanidad, nada parece conmover al hombre contemporáneo. Es observable el refugio del hombre común en el sexo, en las pasiones fugaces, en las novedades de la moda o de los nuevos aparatos, en el fútbol y en aquella dicha que dura un día, convenciéndose de que esa es la felicidad prometida y reservada por la Creación.
Hubo un época conciente, hace apenas cuarenta años, cuando un escritor o un artista o un guerrillero hablaba y un país entero se detenía estupefacto a escucharlo. Hoy la voz del Papa no es esperada ni en el mundo cristiano, pero de escucharla tampoco habría en ella preceptos profundos a seguir al abrigo de la conciencia cuando los dogmas no alcanzan para entibiar el corazón desilusionado de certezas inamovibles. La Teodicea bíblica desdoblada en Cielo e Infierno no asusta ni siquiera a los pibes; menos aún preocupa la resurrección cuando yace desacreditada por la propia población que debería pastorearla.
Perder el Paraíso no acercó a las estrellas del firmamento. Las búsquedas existenciales que desgarraron al ser del medioevo sumiéndolo en una crisis impulsora y a menudo creativa, y cuyos destellos perduraron hasta comienzos del siglo veinte, hoy parecen aturdidas, o peor, concluidas por un cosmos ruidoso de celulares, cidís, videos, recitales y el Gran Estallido General de la Mediocridad Individual, un monstruo espiritual urbanizado prefigurado por Ortega y Gasset en La Rebelión de las masas como un individuo conforme de su tozudez y cada día más desarmonizado. Y mientras tanto la humanidad pasa, como si la Entropía Universal nos alcanzara a través de una engañosa y placentera estabilidad rumbo al abismo.
¿Cómo Dios podría sobrevivir a nuestra cínica apatía?»



Copyright®2011 por Carlos Rigel

19 de octubre de 2011

Irritante cima holística


El fenómeno individual y secreto del llamado 
mundo holístico estalla como una subcultura dentro de 
la cultura y se encuentra a punto de adquirir rango social. 
Lo problemático es que viene a cristalizar una realidad 
desequilibrada desde el origen. 
El mismo Krishnamurti, de visita en nuestro país, 
asistía a los palacios y al hipódromo vestido de esmoquin. 
Veamos algunas características de la población astral con 
los pies de barro.


Pensaba en que una de las características de nuestra idiosincrasia, la misma que diariamente nos apunta con el dedo tieso, es la indiferencia. Hablaba hace horas con el narrador y periodista Edgardo Lois sobre el fenómeno de los autores tránfugas como Bucai, Coelho, Salinas, etcétera, los maestros pero también sus discípulos y feligreses, es decir, el Universo de la autoayuda, en relación al mundo pretendidamente “holístico”, es decir, ese conventillo saborizado y diet donde todo es terapia, o solitaria o grupal, y que las corrientes mediáticas nos traen y a la cual debemos acercarnos como a la cumbre de la virtud, y he aquí que acertábamos al pensar que tienen un mercado clase media que es el público cautivo que los consume y se consume así mismo en banalidades, ideal para gente descomprometida como la clase media, más argentina que nacional, y en el cual son fuertes porque conllevan en sus entrañas el mensaje de la apatía. Esa clase media se exculpa de los resultados de la guerra diaria en las clases bajas. “¡Ocúpense de nuestra seguridad, no de los negros de La Matanza!” dijo por TV una señora hace poco desde Olivos, olvidando que su empleada vive en San Fernando o Derqui. El secreto consiste en santificarles la cretinada. No se trata de lavar culpas, sino de taparlas, de pintarlas a la cal.

Es el astral diet, la ley de la economía de espíritu, de corazón y de mente, arribando a lo alto de su estandar pleno de indiferencia, pero no a la cima de la montaña en la simbología china, sino a la terraza del edificio de enfrente. La montaña en sí misma es peligrosa, llena de imprevistos y contratiempos, y queda lejos, además hay que viajar y meditar y las espinas pican y pinchan, hay mosquitos, pero ése es el verdadero desafío del ermitaño si busca el ascenso. ¿Y para qué complicarse si se puede tomar el ascensor y llegar a la terraza con un celular y un MP3, que aunque no es lo mismo se parece bastante?

Es común el crecimiento de talleres donde trabajan 10 y hasta 20 personas por un sueldito de 50 pesitos diarios y en negro donde los dueños evaden cargas sociales y beneficios pero viven en residencias con dos o tres vehículos y una 4x4. El mundo holístico les dice: Olviden el origen nefasto de su fortuna, disfruten el viaje a Cancún, gocen de navegar en el velero propio, no sientan pesar por cambiar la 4x4 anualmente para mantener el valor de mercado. Y si las cuentas no cierran, despidan a dos o tres empleados y luego, cuando las cuentas mejoren, podrán conseguir gente nueva. ¡Y claro que además reclaman el compromiso del trabajador con el crecimiento de su fortuna privada!

En la suma total, una prenda cuesta el 25 por ciento en costos de producción. Un breve análisis dice que un trabajador de la indumentaria cobra entre el 4 y el 5 por ciento por armarla, digamos 2 pesos por una prenda cuyo precio al mercado es de 50 a 70 pesos. De alguna manera, los artífices del mundillo holístico le dicen a ese señor clase media que no sienta pesar por el cotidiano robo del sueño ajeno mientras le compren sus libros y reciba sus cursos. No hay pena.

En los programas del canal Gourmet, la monja Bernarda le enseña a cocinar ricos platos a sus amigas de San Isidro, entonces despliega la batería de cacharros y condimentos en parques y jardines de gran lujo, pero la queja es que se lo enseña a gente que jamás cocinó en su vida, porque de esos menesteres se ocupan las empleadas de la casa. Educa a quienes 10 minutos después olvidarán las enseñanzas sin aplicación alguna por el resto de sus vidas. La moda es invitar a la monja a transmitir desde sus palacios y no porque les interese aprender a cocinar.

Recuerdo a un chamán o guía espiritual cuya charla le costó a mi amiga (digamos, la señora M) le costó, decía, 70 mangos la entrada para recibir ese día grandes enseñanzas del chamán o guía quien cruzó vastos valles de luz en Avellaneda, Longchamps y Fiorito, además cruzó las estepas astrales de Tortuguitas y San Fernando y ahora retornaba para entregarnos la sabiduría alcanzada en sus viajes al más allá, cuyos ropajes de largas túnicas cremas y doradas nos recordaban a los monjes budistas, pero sólo lo recordaban, quien al entrar al hall dio la impresión de un ser en superado estado de alegría interna, porque sonreía gratamente al público presente, lo cierto es que al verlo llegar fue vitoreado y aplaudido, y resultó que aún con sonrisas les dijo a las señoras de clase media de la ciudad, cuyos dinerillos habitaban ya su alforja y sin reclamos: “¿Para qué me buscan?, solucionen sus problemas como puedan”. Y se fue, dispensando sonrisas, lo que originó mi comentario a mi amiga de que yo, por 70 pesos –y con algún descuento–, podía también sonreírle y hasta dejarme fotografiar junto a ella. Para tener en cuenta su contenido, no hablamos del hijo pródigo bíblico, sino de una especie de Guasón mezquino, tránfuga, pero cordial.

Insisto, no es el discurso de la redención, porque no le dicen al discípulo o lector que se autolibere de sus culpas expiándose por atrición o reparación en su mea culpa, sino que le dicen: No hay culpa, porque no hay falta. No mires a tu lado, seguí adelante. Reducí tu horizonte y mirá la realidad como por un tubo, por fuera no hay nada. Vos sos un tubo, un caño de 80 pulgadas. Esa es tu vida y te alcanza para ser feliz. Amarás a tu propio tubo como a tu cuenta bancaria.

No se trata de la clase alta que ignora responsabilidades o las pisotea, porque vive del producto diario de las culpas y los remordimientos más ajenos que propios. Es la clase media que en sus recuerdos y tradiciones fue clase baja circunstancial y asumida, pero que alcanzó el siguiente escalón, por eso no mira hacia abajo.

Es decir, si no conocías la música de Wagner, porque nunca fuiste culto, no te hagas problemas, ahora podés escuchar Los Sonidos de la Naturaleza en el compact disc de la sesión yogui de los jueves. Nadie dice que vayas al encuentro de esos sonidos de la naturaleza, sino que te alcanza con el CD.

No sos responsable de que todo esté así, aunque ayudes a mantenerlo porque vivís de eso, pero no sientas culpa porque si mirás mi programa todos los días y consumís los productos de los auspiciantes, se te perdonan tus porquerías. Y si no conocías de filosofía hindú, taoísmo y budismo, porque te resultaba demasiado complejo y atropella tu forma de vida antropófaga, no te atormentes, porque con El Peregrino de Coelho te alcanza para sonreír sin luz ni motivo alguno y sin entender nada de nada, pero siempre con una sonrisa fresca.

Y si nunca te sentaste a meditar la vida ni a cuestionar tus cagadas ni a los que sufren por tus errores y mezquindades, no te angusties porque ahora tenés los libros de Bucai, que no concluyen en nada profundo pero que te hacen sentir que no necesitas meditar ni recordar tus cagadas para ser feliz. Como quién dice: ¡Comencemos nuestra felicidad hoy, cuando volvamos de garcar al prójimo!

Y si nunca te comprometiste con los triunfos ni las derrotas de la humanidad porque sos indolente, y sólo resumiste tu vida a la telenovela diaria, los programas de Tinelli, a los zapatos de la vidriera y las discusiones por el regalo de papá, que no te preocupe lo que pasa en Irak, o en el África, ni en Guatemala o acá a la vuelta de la esquina, con menores violados y fusilados en sótanos escabrosos y con mujeres mutiladas. Nada de eso es real. Lo real es el par de zapatos de cuero en la vidriera para papá, porque lo otro es demasiado complejo y no es real porque pertenece al territorio inexistente allende el tubo misantrópico. En otras palabras, "soy ciego por mi voluntad y felicidad".

Tu indiferencia reside en donar 5 pesos anuales a CARITAS para sentir que equilibrás conciencia cuando en "comunicación" móvil gastás alrededor de dos a tres mil pesos al año. No hay Cielo ni Infierno ya que fueron oportunamente ocultos y despedazados por el planeta holístico, y dicho mundo no requiere de esa conciencia ni tampoco del mea culpa, menos aún de incómodas confesiones, porque ya antes intuías que en el cielo no ingresan los estúpidos, por eso diseñaron el mundo holístico, para darte cabida a vos que has perdido la entrada al estadio de los grandes clásicos. Vos mismo podés crear un Edén, comprando velas y esencias y barritas de incienso y pirámides de cristal y ángeles manufacturados en China a 35 dólares el mes de trabajo de 7 a 23 hs. sin domingo ni feriados. Claro que podés. Y si te alcanza para la entrada al festival de Luis Miguel, con eso es suficiente, sos feliz, porque también está hecho especialmente para vos.

No hace falta quedar al descubierto como una persona incapaz de hacer un análisis profundo de la realidad o de cualquier asunto, basta con no comprometerse con esa realidad para que desaparezca. ¡Pin! No se trata del no lo sé, sino de educarse en el no lo veo, porque ojos que no ven, mente que no piensa, o piensa menos, o no piensa directamente, y cuando la mente piensa menos, el corazón no duele, porque los ojos ahora ven por el tubo de 80 pulgadas. El criterio es: Tu realidad la creas vos mismo.

Esa es la realidad, mi triunfo. Yo soy la realidad. Mi entrada al festival es mi realidad y está en mi bolsillo. Soy feliz. Ahora soy feliz de verdad. 

Claro que en la teodicea cristiana el Cielo no recibe a idiotas pero tampoco el Infierno, porque no le sirven, por eso nos han regalado una hermosa fotocopia láser color del paraíso en la Tierra que no es distinto a poner una foto propia y prendernos una vela para sentirnos mejor.

Pensemos en los soldados en la guerra cuando cae una granada, y uno de ellos escapa en silencio para salvar su vida, mientras que otro se inmola arrojándose sobre el explosivo y con su holocausto salva a sus hermanos y amigos. Hay una diferencia. Y luego aquel que escapó nos cuenta como sobrevivió, cómo fue el único en salvarse, cómo se arrojó y cuantos pedazos volaron de sus compañeros.

No digo que la busca de la iluminación personal esté mal o resulte perniciosa sino el pretender alcanzarla reemplazando esa luz espiritual con un reflector de tungsteno, o ascendiendo a los planos superiores de la conciencia espiritual tomando el ascensor en planta baja. Menos aún optando por la ceguera controlada. La Iluminación funciona bárbaro hasta que compramos una hamburguesa en McDonal, o hasta que un cajero nos retiene la tarjeta de crédito, o hasta que el almacenero nos da mal el vuelto y estallamos en furia criminal por 20 centavos. Así concluimos en que para alcanzarla es imprescindible el aislamiento del mundo de los deseos.

Para esta clase media fue inventada la piel de criadero, piel ecológica que le llaman, porque la clase alta no tiene remordimientos de ninguna naturaleza hacia las especies, si todavía se escabullen en los territorios burlando controles y guardaparques para asesinar y extinguir especies, pero no por el precio, sino por la experiencia excitante de estar con una carabina ante una bestia, por ende, no le interesa la muerte mientras sea la ajena, pero aún aquel que no dispara no le importa cómo la obtienen, lo sabe, lo imagina, claro, pero lo tiene como necesario para su comodidad y satisfacción, lo mismo con las nuevas formas de esclavitud; pero la clase media lo ve y lo sabe, porque todavía recuerda cuando desnucaban de un machetazo al conejo en la pollería para el estofado del domingo, pero no quiere sentir culpa, por eso se protege tras la simpatía del estúpido inconciente. No se trata de quien mata un bicho para darle de comer a su familia, no. ¿Quién necesita valores estoicos y morales si se puede vivir igual sin ellos?

Esto me recuerda una excursión de miembros femeninos de una escuela holística de Ramos Mejía quienes planeaban llegar a la ciudad de Machu-Pichu para realizar meditaciones profundas hermanadas por la paz y la armonía en sus pedidos a Dios y al Universo, y el asunto es que para acelerar el arribo a la cumbre contrataron un helicóptero, tipo asalto comando de Vietnam, que es algo así como entrar a misa con una matraca y una corneta. La prometida meditación era necesaria para el normal equilibrio de la Existencia, tanto que ameritó asaltar una cumbre silenciosa para ahorrar tiempo, mas o menos como llamar la atención de Dios disparándole un escopetazo.

Tal la pomposa pelotudez del mundo nuevo con el compromiso equivocado, como cuando los ‘ecologistas’ llegan a los parajes recónditos de la patria y dejan cincuenta latitas de cerveza tiradas por el territorio, o cuando en los monumentos naturales milenarios nos regalan los grafitis del tipo: «Garchi coge a Puti»; o también, «Conchi ama a Pitu» y «Chuny pincha a Flopy», etcétera, como si fuera el testamento de una perrera.

La idea es que ya no hay imbéciles de crecimiento como subproducto cultural por asimetría de conciencia –o inconciencia debería decir–, sino consumidores alegres sin motivos definidos, pero también sin compromisos sociales. La clase baja y media no elige. Es una fantasía pensar que elige, porque hacerlo implicaría tener la información para comparar la utilidad verdadera de las cosas. Pero dichas clases no reciben esa información, apenas las características y los beneficios de tal o cual cosa por sobre los beneficios de otra cosa de su misma especie. Por ejemplo un celular marca Motorola CR-16 con bomba de cobalto y rayo láser, contra uno marca Nokia TRC-544 con vibrador y detector de mentiras. Ambas campañas publicitarias se sustentan en una necesidad preexistente: ¡La gente quiere comunicarse!

Pero la verdadera pregunta será si en verdad necesita un celular, si su vida diaria requiere de los servicios de la telefonía móvil porque esa es la verdadera e inquietante pregunta. La necesidad de algo, un objeto, debe referirse a su inexistencia absoluta en nuestra vida, porque ¡claro que no es necesario un celular para comunicarse ni tampoco puede ayudarnos en ese terreno, ya que fue creado para conectarse, ya que la comunicación es otra cosa!

Pero deben saber que no son inocentes. Hacen bien en renunciar al Cielo y en no mirarlo con esperanza, porque es un desperdicio, además cuesta más barato comprar incienso que viajar a la montaña, o desoír el grito de los ángeles que darle de comer a un desamparado.

Fortuna, emperatriz del mundo, engañosa dama del adúltero esposo, el Consumo, mentirosos emperadores de la publicidad holística, bienvenidos al Cosmos de la soledad pero con un celular y un MP4 y un Messenger con ánfora incluido y un rubí chino para la iluminación personal. Busquen libros de Bucai que los hay de oferta. Tienen todo lo necesario para ser infelices y más solitarios que antes: esta cadena de consumo exige atención, por eso estén atentos al Curso de Éxitos: Comienza mañana y cuesta 300 mangos y lo da el chamán sonriente de aquella vez. Es nuestra nueva religión. 





Un capítulo de
El libro de las Almas, Mayo de 2007

Copyright®2011 por Carlos Rigel